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Cultura  |  18 junio de 2023  |  12:01 AM |  Escrito por: Administrador web

El picaflor

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Un texto de Angelmiro Ortiz Ortiz, publicado en el libro Cañonazos que bailó el Quindío.

Soy hijo de un aserrador y descendiente de arrieros. Mis horas infantiles de sueño fueron arrulladas por los acordes del tiple de mi abuelo, el rasgueo de la guitarra de mi padre y las maracas del tío, quienes acompañaban rimas y tonadas, mientras me dominaba el sueño sobre los bultos de café pergamino. Les cuento que bebía agua pura de la fuente y trepaba los árboles para comer las mejores frutas y que un domingo en la tarde, mi padre llegó del pueblo con una radiola de pilas.

Fue bueno escuchar en los discos de 33, 45 y 78 revoluciones por minuto, canciones que tenían contestación, por ejemplo, por el lado A, los Melódicos “Yo no creo en los hombres” y por el lado B, Noel Petro con “Yo no creo en las mujeres”, o “Mercedes”, del “Doble Poder”, y “Por fin Cayo Mercedes” de “Kissy Calderón”.

Los long play o L.P, nos hicieron bailar y enamorar con canciones de Pastor López, La Sonora Dinamita, Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Noel Petro, Rodolfo con Los Hispanos, Los Corraleros de Majagual, Gustavo “El loco Quintero”, y otros.

En esa radiola y con esa música, presencié una serenata de mi hermano a su prometida, en una casa a orillas del rio. Íbamos con guitarras, guacharacas y la radiola en una “guambia” con una botella de aguardiente tapa roja. Cuando llegamos al patio, pusieron a sonar el disco de llegada: Noel Petro, con… ¡Azucena! y yo con un varejón de guayabo espantaba los perros, mientras mi hermano con la radiola en sus manos, permanecía como una estatua para evitar que se rayara el disco.

Aquel día por el buen recibimiento, contentos y entusiasmados, tocaron y cantaron canciones dedicadas al amor, aunque pendientes de los perros para que no fueran a mordernos.

Tiempo después le di paso a mi primer amor. Una mujer hermosa que me hacía suspirar cuando la veía y un día que la encontré solita la enamoré. Desdé entonces llegan a mí los recuerdos del tema de los Hermanos Zuleta, “Isabel Martínez”.

Estaba Isabel Martínez en aserrío

allí la encontré solita y la enamoreeee

me dijo papito lindo tu eres el mío,

no pierda las esperanzas andá y volvé

Testigos mudos fueron las cristalinas aguas del rio Tetuán y sus inmensas rocas el día en que, mientras nos ocultábamos del papá, la oyeron dedicarme de Raúl Santi, “Felino”.

Eran mis años de picaflor en las ferias del pueblo y una chica que vivía en la vereda el Salado, tierra fría a tres horas de mi casa; me hizo ir el sábado muy temprano. Pedí prestada a mi papá una mula ensillada para ir a verla, me puse elegante, camisa de manga tres cuartos, pantalón bombacho de prenses y zapatos mocasín. Tomé el camino real que pasa por Puntalito tarareando la canción de Diomedes Díaz, “Mi muchacho”. Me encontraba en plena juventud.

Llegue donde los suegros y amarré la mula de un botalón que había en el patio, salude amablemente a don Pedro y la señora María, y aunque mi novia tenía pena, hacia coquitos para mirarme por las hendijas de la pared de bareque. Después salió, me saludo y le dijo a la mamá que ella ya sabía de mi visita por que en la mañana se había sentado la marrana.

Me acomodaron un taburete, tomamos tinto y hablamos un buen rato. Cuando don Pedro se retiró porque debía traer plátanos y yucas, mi suegra me pidió el favor de que le rajará un poco de leña y gustoso le dije que sí. Me pasaron un hacha vieja, pompa y bastante desgastada, me señalaron lo único que había para rajar y yo, como buen montañero, supe que era una sepa de guayabo de aquellas que se forman tipo cabuya y que los trabajadores desechan por lo duras. Solo servía de cabecera para rajar los otros, mejor dicho, era un “catea yernos”.

Me le paré como una macho alfa enamorado. En los primeros intentos el hacha saltaba y no lograba entrarle a ese tronco, porque era como darle a una llanta, pero a la hora y media lo tenía en astillas y la camisa juagada de sudor. Me dieron las gracias, pasé al almuerzo y como aproveché para pedir permiso de charlar con mi novia, Doña María le hizo un gesto de aprobación a Don Pedro, quien dijo que no había problema, mientras sonreía mirando para el rajadero de leña. Quedé esa semana de ayudarle a coger café, porque se le estaba cayendo.

Me despedí de todos, mi novia me acompaño hasta la salida donde respiré aliviado y contento mientras me acomodaba en la montura y taloneaba la mula. Había pasado lo acostumbrado en mi pueblo con quien pretendía una chica. Los papás ponían a prueba al pretendiente y si la pasaba, tenía la entrada. De lo contrario lo tildaban de flojo y de ser un bueno para nada, pero esa semana me rindió bastante la cogida de café y eso aumentó la credibilidad, demostrada en la invitación a sentarme en la cocina donde había un banco de madera destinado solo para los de confianza.

Una tarde cenamos frijoles, arroz, maduro asado, chicharrón y colada de plátano con leche de “vaca pationa”. En la colada me salió una astillita de canela y como estaba a oscuras, pasó sin precaución, pero cuando mi suegra acercó la lámpara de petróleo, pude ver la gran cucaracha que había chupado para sacarle sabor. Después disfrutábamos de las charlas amenas, del café que mi chica nos traía, de los momentos a solas con ella cuando me decía:

"Toma, toma mi corazón, guárdalo en el tuyo; cúbrelo de la soberbia y el orgullo, cuídalo cuanto puedas, pues en él mi vida llevas”. Tema de los Bukis. “Si tú te fueras de mí”.

Motivado por Caracol y Todelar con los comerciales de: "Vamos a coger café, los cafetales están al alcance de su mano”... me aventuré a viajar para una cosecha a Armenia, Quindío, y fue una experiencia bonita, ver carreteras pavimentadas, plataneras, las haciendas, los cerros adornados por cafetales que parecían un pesebre, cantidad de graneros y supermercados que daban ánimo a la actividad cafetera y mucha gente en los cuadraderos en busca del mejor corte.

Me quedó presente de aquella vez, cómo le hacían propaganda a un almacén en el centro de Armenia. Alguien disfrazado de morena, con pañoleta amarrada en la cabeza de más de tres metros de alta, movía la mandíbula y bailaba al compás del disco “La Matica”; de Lisandro Mesa, lo cual combinaba muy bien con las primeras luces de la navidad.

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