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Cultura  |  19 junio de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

El escritor boliviano Gerardo Andrade presenta su novela No queda más que viento

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No queda más que viento es la historia de Ricardo Salvatierra y de un amor maravilloso que desenlaza en tragedia, pero también es la historia de cómo la tragedia parece marcar de manera inevitable un cauce imborrable para todos los involucrados. En esta novela del escritor boliviano Gerardo Andrade, los personajes y acontecimientos evolucionan sujetados a una trama pegajosa donde todo encaja, aunque en el fondo, no sea más que una ilusión.

Como dice Borges, “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Eso es No queda más que viento: una novela simétrica, un caleidoscopio de voces y formas de vivir y narrar un evento nefasto. Desde el principio hasta el final, el narrador parece susurrarle al lector que el destino se manifiesta de diferentes formas y que no hay ningún evento en este mundo, por pequeño o grande que sea, que no acarree consecuencias absolutamente inesperadas e impredecibles a través del tiempo y el espacio.

Sin embargo, también parece haber siempre una segunda voz, una armonía, que dice que tal vez no, que atravesar el umbral de lo posible no siempre significa estar condenado a hacer parte de un fractal eterno.

Una historia basada en hechos reales:

«Los gritos habían quedado atrás. Su propia voz se ahogaba en un silencio que llenaba la cabina con su pegajosa telaraña. El brillo del acero se perdía tras una mancha roja y espesa, mientras él se sentía cada vez más poderoso, más satisfecho, más clarividente. Había experimentado nuevamente, esta vez entre la delgada línea que separa la vida de la muerte, esa sensación que produce sobrepasar el umbral de todo aquello que parece tener algún límite.

Como en las pocas ocasiones que la había vivido anteriormente, también esta vez había sentido ese placer único que produce la conciencia de superar los propios límites y darse cuenta de que uno siempre puede llegar más lejos. Sintiéndose casi iluminado, dio en pensar que las grandes gestas humanas debían responder al hecho de que un individuo o un grupo de ellos supera en un momento determinado sus propios límites físicos, intelectuales, morales o espirituales.

En su delirio, consideró plausible la idea de que la historia de la humanidad era la historia de la superación de los límites. Cegado por su relámpago de lucidez, quiso creer también que el poder y la clarividencia que sentía en ese instante habían estado siempre ahí y que ahora se habían manifestado justo en el momento que le había asestado la primera cuchillada a María.

Esa era la clave, la llave que le daba paso a todo lo demás, a todo lo que fuera necesario para consumar el acto que era ahora, de un momento a otro, lo que lo liberaba. Nunca se le había pasado por la cabeza semejante desvarío; por el contrario, siempre había pensado exclusivamente en proteger a María y a su hijo, y jamás hubiera pensado hacerle el más mínimo daño a cualquiera de ellos. Era consciente de que acababa de cometer una locura, pero atenuaba la gravedad de su acto con la idea de que era la única opción que le quedaba.»

Página 11

«No existía nadie más que ellos en ese momento en que fundaban un universo sólo para ellos dos, allí, en la parte alta de la universidad. Daba saltos del pasado al presente, del presente al pasado. En ese ir y venir en el tiempo, se hizo consciente de que el universo que habían creado acababa de ser absorbido por la materia oscura de su crimen.»

Una íntima novela sobre el amor y la pérdida. Una historia basada en hechos reales. «Todo era cegado por la desconfianza que contaminaba ahora esa relación que, hacía ya un par de años, había empezado a ser minada por el secreto veneno que destilan las horas de silencio y verdades a medias entre las parejas. En ningún momento Ricardo quiso entender que, más que cualquier motivo para la separación, se había producido una escisión letal a la que ni individuos ni sociedades han sobrevivido en la historia humana. Escindidos los mundos que habitaban, fracturados para siempre, el alma de Ricardo no tardó en escindirse.»

«¡Cuánta sorpresa se apoderó de ti, María! ¿Qué señales ya inútiles buscabas en el pasado? ¿A quién implorabas ayuda? ¿Por qué tu cuerpo se rendía tan dócilmente ante esa ya para siempre desconocida fuerza para ti? ¿Quién era ese que te mataba? ¿Dónde podías amarrar el hilo de tu vida, si las calles, las casas, los edificios, los árboles y la gente se perdían por donde los buscaras? ¿Cómo ocurría que todo, allá afuera, iba perdiendo su color? Me he preguntado muchas veces qué pudiste sentir en el interior de ese carro aquella mañana, María. Qué pudiste haber imaginado de todo lo que viviste.

Qué no imaginaste jamás que podría ocurrir. Qué te preguntabas, qué preguntas ya inútiles le hacías en el silencio de la agonía a Ricardo. Qué le preguntabas al cielo, al destino, a ese vacío que ahora sé que se nos planta enfrente en el momento de la muerte. Ahora que te tengo frente a mí nuevamente, busco respuestas, quizá a las mismas preguntas que te hiciste un día, que tal vez te haces aún hoy. El día que Joe, conmovido y sin poder evitar las lágrimas, me contó lo que había ocurrido, mi sorpresa fue tan grande como debió ser la tuya en aquel momento.

¿Cómo era posible que un universo como el que habías creado con él en todos esos años de vida juntos se redujera de pronto a una cabina de automóvil empañada por el aliento pavoroso de alguien a quien yo sólo guardaba gratitud y que ahora te acuchillaba cruelmente?»

Página 37

«La muerte, la muerte de María en particular, había actuado para Martín como un revelador fotográfico en un cuarto oscuro. Pensaba que sólo después de que llega la muerte se saben cosas que pudieron ser definitivas para la vida de las personas.

Secretos o simples hechos salen a la luz una vez que alguien emprende el viaje final. Pueden aparecer desde hijos del difunto, de quienes nadie conocía su existencia, hasta breves notas, objetos que por alguna razón se esconden o simplemente se olvidan. Mientras estamos vivos creemos tener el control, pero la muerte nos demuestra que ese control es apenas una ilusión.»

Página 63

«¿Sobrevivirán en su memoria los muchos momentos de felicidad y amor? ¿Nuestras mañanas? ¿Nuestros domingos? ¿Nuestras noches mirando las estrellas, reconociendo a Sirio, sorprendiéndonos con Saturno? ¿Nuestros descubrimientos casi cotidianos de la vida, de lo que yo maté? Con mi acto hice que cuando sepa la verdad, porque algún día la sabrá, mi recuerdo sólo signifique para él lo que le arrebata el sentido a la vida, el mayor de los riesgos; mientras que, para mí, a pesar de todo, él siempre será lo único que se lo daba, la mayor de las oportunidades de vivir humanamente que tuve y que desperdicié al asesinar a su madre.»

Sobre Gerardo Andrade:

Nacido en La Paz, Bolivia, reside en Colombia desde 1975. Cursó estudios de filosofía y letras al tiempo que iniciaba la carrera de profesor que ejerce hasta la fecha. Ha sido asesor, investigador y autor de artículos y libros sobre temas de cultura y educación. Mientras tanto, la literatura, la música, el cine, el teatro y el voleibol palpitaban y ganaban uno que otro asalto en su vida. No queda más que viento es la primera novela que publica.

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