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Cultura  |  06 agosto de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Entre el cambio, la cultura política y la comunicación

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“Si la educación no se hace cargo de los cambios culturales que pasan hoy decisivamente por los procesos de comunicación e información, no es posible formar ciudadanos”. Jesús Martín Barbero

Camilo Palacios Á

Nunca como ahora, de manera tan fehaciente, Colombia vive en el ámbito de la producción y gestión de información, en la generación de sentido, en la comunicación, la competencia por dominar el curso de la representación social, de las dinámicas políticas y económicas derivadas del gobierno del cambio y las inercias instaladas en las lógicas de producción informativa, en la relación entre comunicación, cultura y política y las diversas formas de recepción.

Se trata del afán de dos versiones discursivas por dominar los argumentos, miradas y relatos para organizar discursivamente la realidad y dar sentido a una sociedad que se teje de forma compleja, heterogénea, contradictoria, densa; que a todo discurso hegemónico, superpone uno contra hegemónico; que a todo discurso de poder revela otro de contrapoder. Esta tensión se juega en la cotidianidad, en los ritos frecuentes de una cultura que se hace y deshace en la urgencia de la verdad política, la justicia económica y la reconciliación. Una cultura hastiada del palmazo, del grito abusivo, del tono autoritario, de la sinrazón. Y al mismo tiempo, una cultura hecha de microviolencias, de gestos autoritarios, y rencores acuñados por años. Esta es la dinámica en la cual nos encontramos.

Mientras el discurso oficial se matizó en la estructura normativa concebida para ello, a través de medios licitantes que con el tiempo alcanzaron una amplia ascendencia, la llegada y potencia de Internet puso a prueba el discurso homogéneo mediático fabricado para los consumidores, y permitió la emergencia de otras ciudadanías. Internautas habilitados para hablar a sus comunidades, a sus nichos de audiencia, a sus seguidores vienen descubriendo muchas otras posibilidades expresivas y audiencias. Con todo, el universo digital hizo posible también la búsqueda de votos. Y con la emergencia de las redes sociales, los lenguajes y formatos, lo digital ocupó el espacio que por años pudo haber sido consagrado a la construcción de lo público a partir de los medios masivos. Gran paradoja.

Los ciudadanos

Pese a la consagración del espacio audiovisual como patrimonio del Estado, la concesión del espectro electromagnético orientada al beneficio de lo público y la construcción de la nación, cedió el lugar al rendimiento del capital privado. Aún así, requiere de la pauta generada con recursos públicos para garantizar la sostenibilidad del modelo y este parece un modelo en vía de agotamiento. Entre tanto, es precario su interés por hacer parte de las discusiones que animen miradas más incluyentes y diversas sobre la y las culturas que existen en el país, espacios más decididos a dar cuenta de las identidades de manera más visible, sobre los movimientos sociales y las discusiones sobre el modelo democrático construido para el cambio. Los dineros públicos financian un esquema audiovisual que habla a los consumidores y elude a los ciudadanos.

De cara a una lectura más detallada de la realidad, la nuestra es una sociedad caprichosa que, a fuerza de las circunstancias, ha aprendido a sobreponerse a la adversidad y paso a paso avanza generando espacios de reconocimiento, más allá de la imagen de una cultura prefabricada para audiencias ávidas de visibilidad. Basta un muy somero contraste para dar cuenta del ejercicio que privilegia miradas sobre posiciones que reclaman mayor atención. Las comparecencias públicas en la JEP o el desarrollo del enorme trabajo de la Comisión de la Verdad tienen menos visibilidad que la procurada a temas que, bajo la apariencia de ser la información del momento, se concentran en aspectos fugaces que acuden al escándalo como mecanismo de concentración de la atención. Las cortinas de humo convertidas en realidades.

Como lo revelan una buena parte de los reportes de prensa y los formadores de opinión pública, la transición de la administración Petro no ha sido ni será -por lo previsto- una transición en calma: ni en la esfera de lo político, ni derivada de los ajustes en el conjunto de la economía; ni mucho menos, como balance de las brechas que deje el contraste entre los logros de bienestar social alcanzados en el cuatrienio y los vacíos de una sociedad que inició la segunda década del nuevo milenio arrastrando los resultados de indicadores que dan cuenta de ser una de las sociedades más desiguales de la región y del mundo[1]. Hay mucho por mejorar para considerar que el país se encuentra en la categoría de ingresos medios y muy poco para sentir orgullo. De ahí la urgencia del cambio.

El cambio

Pensar el cambio -como palabra, como proyecto- supone reconocer el potente sentido que conlleva; genera una expectativa directamente proporcional a la brevedad requerida para pronunciarlo. Implica un antes y un después inmediato. Su naturaleza se asemeja a la de un salto. Sin embargo, nada más alejado de la inmediatez que el cambio, éste traduce secuencia, variables, inversión, metas, tiempo y, sobre todo, conexión entre quienes lo ponen en marcha y quienes reclaman sus resultados (construir, facilitar, apoyar y evaluar, también son instancias del cambio). Un reconocido analista de comunicación sostiene que en el escenario de lo político, cambio, la palabra, además de potente, supone expectativas y un relato igualmente consistente que permita conjurar su alcance. A diferencia de otras propuestas de cultura política, la presente ha preferido privilegiar las polifonías altisonantes del conjunto de reformas propuestas que suenan a caos y muestran los desajustes de tantos años anunciando cambios que nunca se han dado.

Cualquiera que siga los pormenores de la gestión de gobierno a través de los titulares de prensa, los espacios radiales, los semanarios tradicionales, podrá ver el tinglado en el que se viene resolviendo un cambio aplazado décadas que tuvo su inflexión más cercana en lo que los mimos medios terminaron por mostrar como estallido social y que no fue más sino la expresión de las múltiples formas de identidad, cultura y formaciones políticas que nos integran como nación. Producto del mismo, se acuñó el cambio, y derivado de éste asistimos a una confrontación política y económica que como se sostiene, se juega igualmente en el terreno de la comunicación, en las redes sociales y los medios corporativos, en los diversos lenguajes de la movida cultural y los circuitos turísticos de las principales ciudades del país; viene acompañado de toda suerte de resistencias y trasluce la tensión entre poderes y contrapoderes. Con todo, el cambio apenas comienza a ser visible, aún permanece bajo la forma de la crónica conmovedora del excluido, no del grupo de jóvenes de la comunidad reunidos en el grupo de danza o el colectivo de teatro. Su programación no alcanza el gran circuito mediático.

Medios y periodistas hacen un ejercicio de información abiertamente partidista y de oposición que, desde la pauta comercial hasta las notas editoriales, trasluce al mismo tiempo el cambio de prácticas en el ejercicio periodístico y la llegada al escenario de muchas otras voces. Y este ya es un cambio importante: la proliferación de productores y gestores de contenido, el surgimiento de otros medios en el universo digital, la irrupción de otros lenguajes y medios de comunicación. La producción de otros sentidos.

Un cambio requerido y buscado en las discusiones ocasionales, en los encuentros de café y finamente hecho sufragio y a hoy, un ejercicio que hace evidentes también las resistencias. Las elecciones así lo demostraron y de su trayecto en el circuito de los medios y la cultura política, se escamotea su legitimidad, a riesgo de conspirar contra la institución. Colombia se abstuvo de elegir la continuidad y votó el cambio. Sin embargo, la tarea que completa si se quiere 31 años desde la promulgación de la Constitución de 1991, apenas se enuncia y comienza.

Cultura y resistencia

A un año de gobierno, es claro que la presente es una gestión compleja. Nuestra democracia es frágil, no por la institución propiamente dicha, sino por la fragilidad de su formación, la naturaleza de los partidos políticos que la conforman y la de los mismos ciudadanos. Las empresas electorales continúan activas y la patrimonialización de las entidades públicas es moneda de cambio. Puestos por votos, antes que principios programáticos. No se puede aspirar a cambios políticos significativos en cuatro años, sin ver las implicaciones en la esfera económica.

Por lo demás, retornar lo público a lo público supone, además, hacer conciencia de que los ajustes se tramitan en el terreno de la cotidianidad noticiosa y la cultura, esto es, el espíritu de una nación -como ya se anotó parafraseando a los teóricos de la comunicación- a la vez diversa, contradictoria, autoritaria e independiente, conservadora en algunos hábitos y liberal en asuntos que han tramitado a fuerza su independencia, una sociedad, en fin, llena de miedos y, a la vez, menos atemorizada. Por ingenuo que parezca, el desafío es generar acuerdos incluyentes en y desde la diversidad, demostrar que es posible satisfacer a todos.

La arquitectura de una verdad dicha desde el poder constitucional de finales del siglo pasado cedió el paso a múltiples discursos que hoy compiten por la construcción de un sentido particular, unificador, especialmente en lo político. Un sentido que se antoja distinto al que se habituó el país de canales de televisión en concesión y señales regionales entre la propaganda y las tradiciones vernáculas; una radio que parapetada en la señal nacional concedida se ha visto rodeada de cientos de señales comunitarias queriendo emerger en medio de las grandes cadenas de radio hechas vitrina y algarabía.

A la tarea de persuadir públicos en busca de audiencia y reforzar ideas y premisas políticas, es oportuno sumar lo dicho sobre la diversidad y la emergencia de otras culturas, recoger lo que de momento ha ocurrido, en el interés de hacer un cuadro comprensivo desde el punto de vista de la comunicación y en un rango de análisis más detallado y, desde luego, siempre provisional.

Poner todas las necesidades y reclamos en el diálogo público resulta confuso, incomprensible; pero es quizás una forma de abrir el debate, en medio del caos que supone hablar de carencias urgentes que reclaman atención, ante el terapeuta habituado sólo a un relato.

Ahondar en la formación política parece una vía inexplorada, si se quiere virgen, que requiere atención. Así las cosas, este es un segundo frente de largo aliento, recuperar el espacio de la historia y la formación para el ejercicio de la ciudadanía.

De igual forma, la cultura política conlleva las mediciones de un clima hecho sobre la base de simpatía y respaldo ciudadano, en el que bajo la añoranza por tiempos pasados priman invariables la resistencia o la negación del cambio. Al margen del argumento para el disenso, medios y periodistas se afirman, en su mayoría, como instancias de poder, no para auditar el ejercicio del poder.

En medio de todo, es claro que el cambio está representado en quienes ocupan muchas de las posiciones de administración y dirección del país, dos historias que representan muchas historias de un país con nombre de mujer.

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[1] En 2016 el Banco Mundial, empleando como instrumento de medición el coeficiente Gini, señaló a Colombia en el primer lugar de desigualdad en la región, por debajo de Honduras. Una reseña publicada por BBC agregó la pérdida de diez puntos en el índice de desarrollo humano de la ONU al ponderar la desigualdad en el acceso a la salud, la educación y los bajos salarios. Pese a logros económicos recientes, hay desafíos sociales claves: https://www.bancomundial.org/es/country/colombia/overview https://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/03/160308_america_latina_economia_desigualdad_ab

TOMADO DE REVISTA SUR

https://www.sur.org.co/entre-el-cambio-la-cultura-politica-y-la-comunicacion/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=entre-el-cambio-la-cultura-politica-y-la-comunicacion

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