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Cultura  |  13 agosto de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Adoro

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Un texto de Silvia Stefanía Vélez Montenegro, publicado en el libro Cañonazos que bailó el Quindío.

Clara, sentada junto a la ventana, mirando al jardín de la calle, escuchaba ansiosa el sonido del reloj de la sala, que aumentaba el suspenso por escuchar el particular golpe de la puerta que anunciaba la llegada del anhelado visitante.

Eran ya las cinco de la tarde. Pasos agigantados se escuchaban por toda la casa; risas, gritos, voces emocionadas por el transcurrir del tiempo. Para amenizar la tarde, mientras ella se suspendía justo al lado de la ventana, como antesala de la noche que tendrían, Laura le da la bienvenida a la inigualable melodía de “Los 8 de Colombia”:

“Compadre Ely vamos a gozar con esta música de fama universal, compadre Ely me quiero tomar un aguardiente con mi novia he de bailar, nuestra gran tierra poblada está de gentes bellas que sabor dan, nunca se cansaran de bailar las canciones de Pacho Galán. Con Los 8 de Colombia todos alegres están, se inspira el compadre Ely el mejor para rumbear…”

-¡Clara, despierta!– dice Laura –. Ya casi se acaba la tarde y Esperanza tarda mucho en peinarnos a todas. Además, debemos probarnos los pantalones bota campana que nos compró papá. Deja de mirar para el techo que no quiero que nos coja la noche.

-¡Laura! ¡Es tu turno!- Gritó Raquel desde una de las habitaciones de la casa.

-¡Ya voy! ¡Ya voy!- dijo Laura, mientras los gritos y carcajadas que se escuchaban al paso de las canciones del tocadiscos, alegraban el ambiente en la casa de las hermanas Castañeda.

De repente, una voz fuerte retumbaba por toda la casa llamando al orden. Era don Octavio, quien no soportaba por momentos la algarabía de sus once entusiastas hijas que, unidas a doña Blanca, su esposa, se acicalaban durante horas para brillar por su belleza, pero no más que por sus buenos modales, pues, “cualquier momento podría ser ocasión para conocer a los futuros yernos”, decía don Octavio.

Entre tanto, Clara seguía suspirando, mientras sus hermanas se vestían para la gran ocasión que las esperaba esa noche. Haber sido invitados al cumpleaños del profesor Alberto, distinguido por sus clases de urbanidad, era no solo un honor, sino un gran motivo para festejar regocijados con la voz de Pastor López, La Sonora Dinamita o ¿cómo no bailar con la sabrosura de Los Hispanos? ¡Definitivamente, la noche no podía pintar mejor!

Ella ni siquiera escuchaba las risotadas de sus hermanas o los regaños de su padre y la idea de bailar toda la noche le generaba menos desvelo. Parecía haber nacido con dos pies izquierdos, porque sus intentos de baile eran un montón de tropiezos. Sin embargo, su rostro iluminado parecía soñar con los ojos abiertos cuando una sonrisa pintada en sus labios se desdibujó rápidamente. Corrió al escritorio de su padre, encontró bolígrafo y papel, con prudencia, ocultándose de las miradas y aprovechando el alboroto, plasmó en él, las dulces palabras que declamó el tocadiscos justo esa mañana:

“Adoro la calle en que nos vimos, la noche cuando nos conocimos, adoro las cosas que me dices, nuestros ratos felices los adoro vida mía…”

Y aunque no sabía bailar, para sus adentros pensaba: – ¿Para qué quiero bailar, si me siento volar con solo sentirlo a mi lado? -.

-¡Clara! ¡Clara!- Se escucharon los gritos estrepitosos de sus hermanas, por lo que ella rápidamente dobló la hoja y la guardó entre el cinturón de su falda.

–Vamos, tienes que peinarte y ponerte bonita. Esta noche sorprenderás y por fin aprenderás a bailar.

Doña Blanca, interviene para defenderla de sus sofocantes hermanas: -Tranquila querida, la pasaremos bien. Podrás estar con tu padre y conmigo. Nosotros las acompañaremos. -

Entre tanto, un coro de voces masculinas justo cuando el reloj marcaba las siete p.m., anunció con vigor que: “ya vendí todos mis muebles pues me mudo pa’ macondo, me preguntan dónde queda, yo les digo que en el Congo”.

Ante esto, resonó con estrepito la alegría de las chicas, que muy dispuestas y ataviadas abrieron la puerta para dar la bienvenida a sus amigos, parejos de baile de esa noche.

En medio de la algarabía, Clara se cuela entre sus hermanas y muy discretamente persigue la mirada de quien se encuentra justo a la entrada; interlocutor que también se comunica en silencio con sus penetrantes ojos azules, disponiéndose al encuentro sutil y silencioso de sus manos, con las que Clara suspirando, le entrega el papel con las palabras de Armando Manzanero y los sentimientos que alberga desde el fondo de su ser.

Esa noche, Miguel, poniendo de testigo a “Los Graduados” y con honores, valiéndose de mucha resistencia en sus pies, enseñó a bailar a Clara. Muchos años después, quienes escuchamos la historia cantamos con razón que, “así fue que empezaron papá y mamá y ya somos 14 y esperan más“.

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