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Cultura  |  25 agosto de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

El sueño de Álvaro Mutis en el Quindío, a propósito del centenario de su nacimiento

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Alvaro Mutis (q.e.p.d) y el poeta quindiano Juan Aurelio García

Miguel Ángel Rojas Arias

La tienda de la Nieve del Almirante, Las minas de la Niebla y hasta el propio Magroll el Gaviero los hemos visto en el Quindío, y mucho más ahora que llegamos a los 100 años del nacimiento de su creador, el poeta y novelista Álvaro Mutis.

Álvaro nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923, su padre, Santiago Mutis Dávila, descendiente como él del científico de la Expedición Botánica José Celestino Mutis, estaba incrustado en la oligarquía bogotana, secretario de la presidencia de la República, fue nombrado ministro Consejero de Colombia en Bruselas, y allí, recaló a los dos años de nacido el niño Álvaro para hacerse ciudadano europeo, pero cultivado por los cuentos y recuerdos de su madre Carolina Jaramillo, nacida en Manizales, e hija de Jerónimo Jaramillo Uribe que había venido a Armenia con los fundadores de la ciudad.

Aunque su vida pasó en Europa, o Bogotá, París y México, Álvaro Mutis jamás olvidaría sus vacaciones de niño en la finca Coello, entre los ríos Coello y Cocora, entre Cajamarca e Ibagué, en el Tolima, a donde su madre tuvo que llegar tras la muerte de su marido en 1930, a dirigir la hacienda que había dejado su ‘viejo’ Jerónimo, forjada en los muchos viajes entre Manizales e Ibagué, con escala en Armenia y Calarcá. La madre Carolina volvió al lugar de sus ancestros, pero los niños se quedaron en Bruselas estudiando y regresaban en vacaciones a disfrutar del maravilloso paisaje que un día Álvaro Mutis llamaría ‘el lugar más lindo del mundo’.

Y en este mundo, seguramente, conoció a Magroll y La Nieve del Almirante, y Las minas de la Nieve. Los mismos lugares que hemos reconocido en el Quindío, después de navegar por las historias de mares y ríos y montañas que nos contó Mutis en sus poemas y novelas. Allá en la montaña, en el camino de Cocora, el poeta Juan Aurelio García encontró al final de su adolescencia por primera vez a Mutis, sin saberlo, sin conocer aún sus textos, sin que estos se hubieran escrito, lo encontró, digo, a través de las famosas Minas de la Nieve.

“Organizamos un paseo del colegio a Salento, nos introdujimos en el camino hacia Cocora y cuando habíamos avanzado unos dos o tres kilómetros hallamos un atajo, a la izquierda y la intuición a no sé qué nos llevó, después de más de seis horas de camino, a una mina abandonada. La mitad de los excursionistas se devolvieron, y un grupo pequeño continúo la senda intuitiva. Entramos a los socavones y descubrimos una enorme máquina para lavar el oro, abandonada, plagada de moho, como aquellos barcos encallados en los embarcaderos de los puertos viejos por donde pasó Magroll en sus innumerables viajes”, me cuenta Juan Aurelio, entusiasmado, cuando hablamos de las coincidencias del Quindío con el Gaviero.

Facsimil de la carta que Álvaro Mutis le envió al alcalde de Calarcá Óscar Iván Sabogal en 1996

Y, con la magia del poeta, desempolva una vieja carta que Mutis le escribió al alcalde de Calarcá Óscar Iván Sabogal Vallejo en 1996. “Le escribimos desde la alcaldía a Álvaro Mutis y lo invitamos a Calarcá, contándole que ‘no es despreciable la cosecha de recuerdos que lo atan con Calarcá y el Quindío, por lo cual esperamos que la propuesta de que nos visite lo seduzca irremediablemente. ¿Qué mejor que visitar aquellos lugares donde están intactas nuestras nostalgias, los recuerdos primeros, los más frescos y que han marcado su obra?”, dice la carta de invitación del alcalde Sabogal, seguramente escrita por el poeta García.

Y le envían estos dos escritores calarqueños un anzuelo a Mutis: “Dice un amigo que el terror a morir tiene dignidad cuando se trata del terror a morir en el corazón de los otros”, ese amigo del alcalde Sabogal es el poeta Juan Aurelio, seguro.

Mutis respondió la carta inmediatamente, pues entre la misiva del alcalde y la de Mutis hay una diferencia de 15 días en las fechas, mientras fue de Calarcá a México y volvió. “Por la forma tan espontánea y certera de los lugares de mis afectos, no creo necesario decirle que su carta me ha conmovido muy profundamente. Pienso viajar a Colombia en la próxima semana del mes de julio y mucho me gustaría ir a Calarcá para pasar unas horas en el Café Converso en compañía de todos ustedes. La reunión podría ser Sin-Verso o con, como ustedes quieran”, dice Mutis en su carta.

Y, para destacar, esta frase de Mutis en esa misiva: “Para mí será el cumplimiento de un sueño. Allá les explicaré porqué, aunque estoy seguro de que ya lo saben de sobra”. Y al final, su referencia al anzuelo, al estilo de Magroll: “Qué bello eso que dice su amigo sobre ‘el terror a morir en el corazón de los otros’, yo he pensado siempre así y por fin lo encuentro dicho en una frase tan bella como eficaz”.

Serigrafía relacionada con los viejos barcos de Magroll el Gaviero

No pudo cumplir Mutis su sueño, porque el encuentro en Calarcá jamás se realizó. En cambio, el poeta Juan Aurelio tuvo la fortuna de hallarlo unos años después, bajándose de un lujoso auto en Usaquén, allá frente a las tiendas de libros viejos, como los barcos en que viajaba Magroll, y pudo estrechar su enorme mano y hablar por un instante de sus libros y las películas sobre ellos, pero no de su sueño en Calarcá.

En la conversación con el poeta Juan Aurelio en el café La Ceiba del parque De Sucre, le conté que en un viaje a Bogotá no aguanté las ganas de parar el vehículo en el Alto de la Línea y arrimar a la tienda donde venden ‘tinto’ y queso, para preguntar por el antiguo nombre del lugar: “La nieve del almirante”, me dijo la señora. La misma tienda que subiendo la montaña buscaba afanosamente Magroll el Gaviero.

Y después, no hace muchos años, hallé el prototipo de Magroll, tirado en una cama, enfermo, rodeado de fotos y cachivaches que azuzaban el recuerdo y la nostalgia. Era un extranjero, italiano, Maran Amerigo, soldado del Ejército de Mussolini, primero; y miembro de las milicias de oposición a Mussolini, después. Llegado a Colombia en un viejo barco en busca de oro.

Amerigo subio las montañas de niebla de la Línea hasta Salento, donde compró, en la década del sesenta del siglo XX, una vieja mina de oro del siglo XIX, que le puso por nombre Las minas de la Niebla.  Allí, en los socavones, empotró la enorme máquina de lavar oro, la misma que el poeta Juan Aurelio había encontrado abandonada a comienzo de los años ochenta, como aquellas viejas máquinas surrealistas de las que nos habla André Bretón.

El sueño de Álvaro Mutis, cuyo centenario de su nacimiento nos convoca a recordar su maravillosa obra poética y prosística, estaba, sin duda, en Calarcá, en el Quindío, en la búsqueda de las minas de la niebla en Salento, en el encuentro afanoso de la tienda de La Nieve del Almirante en el alto de La Línea, al lado de su amiga del alma Flor Estévez, y, por supuesto, en el espíritu del inmigrante italiano que ancló su barco de guerrero y buscador de oro en Cocora. Sueños de niño en los Andes de Quindío, tan lindos como los goces literarios del poeta Juan Aurelio García y los míos.

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