• SÁBADO,  27 ABRIL DE 2024

Cultura  |  10 septiembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Recuerdos del loco

0 Comentarios

Imagen noticia

Un texto de Álvaro Pineda López, publicado en el libro Cañonazos que bailó el Quindío, editado por Café & Letras Renata.

Desde que uno nace escucha la música que le tocó en su época y yo oía cantar a mi mamá, mi papá y mis hermanos, a los trabajadores de las fincas y además oía los conjuntos musicales que se formaban en las Veredas La Granja (Génova-Quindío) y Santo Domingo (Calarcá-Quindío).

En las épocas de cosecha de café llegaban trabajadores con guitarra, tiple, maracas y otros instrumentos musicales construidos en forma artesanal y los sábados después de la comida, se ponían a practicar como para un festival o una serenata.

En la década de los 50, en el fonógrafo de un vecino se colocaba música sólo para escuchar. Tiempo después apareció en las fincas el merengue, la cumbia, posteriormente la ranchera, el vallenato y la música tropical. Este ambiente musical en las veredas acompañó nuestro vivir de niño, adolescencia y juventud.

Como campesinos, cuando viajábamos al pueblo a estudiar, esa música tropical nos invitaba a chicos y grandes a parrandear en lugares públicos en las fiestas aniversarias de Calarcá y otros pueblos del departamento del Quindío. Conocimos las famosas casetas en la plaza de Bolívar de los municipios, construidas en guadua y con techo de tejas de cartón negro.

Como competían trayendo las mejores orquestas y combos del momento, así mismo era el valor de la entrada, pero era la forma de conocer y escuchar de cerca estos grupos musicales con su cantante estrella. Claro está, que si buscábamos la mejor orquesta, primero mirábamos el presupuesto del grupo de la vereda; lo mejor para no faltar a las fiestas era ahorrar en las alcancías durante todo el año y motivar a los vecinos a disfrutarlas. Estas “Fiestas aniversarias de Calarcá” se realizan los días 28 al 30 de junio.

En el Jeep viajábamos puros hombres porque a las muchachas no les daban permiso y como siempre los muchachos invitaban a sus amigas a rumbear, entre todos pagábamos haciendo “vaca”, para que algunas madres las acompañaran, y como no éramos diestros para bailar y ellas sí, lográbamos que nos enseñaran.

Cuando llegaban las fiestas, aumentaba la alegría por la música tropical que sonaba en la voz de Calarcá y la invitación al pueblo a las fiestas, traía la esperanza de conocer orquestas como los Graduados (El Loco Quintero), Los Hispanos (Rodolfo Aicardi), que llegaban solo a Armenia, pero no faltaba el engaño en algunas casetas donde anunciaban al artista del momento y nunca llegaba…

Compartí con el Loco Quintero en el Parque Cafetero, en plenas fiestas de Armenia en la Caseta Matecaña, con todas sus excentricidades y cumplí mi deseo de conocerlo en persona. ¿Quién en ésa época no deseaba conocerlo y verlo actuar de cerca? Pero la alegría y la felicidad no es completa, porque mientras compartíamos y gozábamos las locuras del cantante tomando aguardiente, pasó alguien tan borracho como yo y me cayó encima bañándome en licor.

Nos miramos los dos borrachos sin decirnos nada y seguimos disfrutando porque cuando ocurrió, estaba despidiéndose el Loco Quintero, a las 3 de la mañana y no hubo más que hacer sino salir y llegar mojado a dormir.

¿Cómo no recordar ese día, si disfruté al cantante más loco que he conocido y al final de la rumba sobró licor hasta para bañarme?

En el Willys escuchamos por la radio, que un ganadero puso música tropical y guapachosa al momento de ordeñar y el resultado fue un aumento en la producción lechera. Esa noticia muy comentada entre nosotros; quienes íbamos cantando y una de las canciones que más nos gustaba era “Así fue que empezaron papá y mamá, tirándose piedritas en la quebrá”.

Otra canción que cantábamos era el “Very, very, Well” …” Hallo mister smoking to”. Lo cierto es que dentro del jeep todos apiñados, no faltaba quien nos iniciara con un sorbo de aguardiente, y ya contentos cada uno quería cantar canciones del Loco Quintero y de Rodolfo Aicardi.

En las fincas vecinas, las familias se invitaban para celebrar el 24 de diciembre la acostumbrada nochebuena y no podía faltar la matada de marrano y hecha del natilla. Mientras unos sacrificaban el animal y lo despresaban para hacer el sancocho, otros estaban batiendo la natilla motivados por un radio con la música de: “aquellos diciembres que nunca volverán”, expresión que apareció junto con la música de Los Graduados, Los Hispanos, canciones como Juanito preguntón, Asi fue que empezaron papa y mamá, el Loco Quintero y la Piña madura, Pastor López, Vagabundo, Rodolfo Aicardi y muchas canciones más de las orquestas de la época, que motivaban a muchachas a coger parejos ya que mientras se realizaban las anteriores actividades había uno que otro chorro de aguardiente.

En los festivales bailables de la escuela de la vereda Santo Domingo, que se realizaban para hacer obras sociales con los niños, invitaban los de las veredas vecinas por intermedio de los presidentes de Acción Comunal. Éstos decían que había que ofrecer la música de las orquestas que más sonaban para animar a la clientela a gastar más. Era una alianza estratégica porque luego nosotros íbamos al festival de las otras veredas, que igual a la nuestra se armaban de la mejor música bailable que había en ese tiempo; las orquestas antes mencionadas no faltaban, ni los conjuntos conformados por campesinos, cuya música generalmente eran merengues que siempre animaban los festivales.

Recuerdo también que en los años 68 al 70, cuando aún no había terminado bachillerato, un empresario invirtió en una piscina por los lados de los tanques del acueducto de Calarcá, barrio Versalles. Su nombre: Maiporé; había pista de baile y bar. Era el sitio donde disfrutábamos bailando la música tropical de las orquestas más famosas de Colombia. Tanto jóvenes como adultos, acudíamos los sábados después de las cinco de la tarde y cogió tanto nombre este negocio, que acudía gente de otros municipios del Quindío y del Valle, la mayoría muchachas jóvenes porque sobraban las parejas para bailar. Se vendía tanto licor, que pese a las riñas, cada ocho días había lleno total.

Siempre existió buena amistad y respeto en la adolescencia. Buscábamos sana diversión, formamos un grupo que no se pasaba de tragos; nos controlábamos entre nosotros, por ello no tuvimos problemas y donde llegábamos éramos bien recibidos porque alegrábamos las fiestas bailando con las mamás y señoras, por eso no nos faltaba el chorrito de aguardiente.

Teníamos tan buenas amigas que algunas niñas que deseaban conseguir novio, lo lograron. Mi sueño era convertirme en un profesional ya que mi tía Helena me iba a costear la Ingeniería Civil y no iba a perder esa oportunidad. Mi familia no tenía esos recursos, por ello no podía comprometerme y mucho menos llenar de ilusiones a nadie, sin embargo, viví en silencio enamorado de niñas muy lindas, y como decía mi papá, “de buena familia”. Sufría en silencio mientras pensaba en mi futuro.

Todo lo anterior pienso que era producto de mi adolescencia, juventud y auge de la música tropical llena de romanticismo que movía los corazones. Se oía decir que, con esas orquestas, canciones y cantantes modernos, no había disco malo. Recuerdos que nunca volverán

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net