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Cultura  |  19 septiembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La familia colombiana según Botero

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Por Juan Aurelio García

 

I

La composición se levanta en forma de pirámide, en colores pastel, como corresponde al recato que habría en presentar una familia. Y vaya pirámide: su vértice, por supuesto, lo corona la señora de la casa que mira con un aire grave de censura.

Ataviada con sus mejores galas:

el medallón, la sortija

el reloj, los aretes, la diadema

y hasta una mosca posada en el dorso de su mano izquierda

la señora pareciera estar ausente del momento, de no ser por ese severo mirar suyo, de reojo, que es control y dominio del detalle, como cuando llega a casa una visita y grita con la vista

¡Bájenle volumen a la música!

¡Escondan ese trapero mugroso

que luce mal y estorba!

II

A lado y lado de la base están los niños y, entre ellos, la empleada del servicio. El chico, a la izquierda, durmiendo de costado, quién sabe cómo se ha hecho a un lugar en el sofá que ocupa casi por entero el gran señor. Y es suerte que duerma, aunque no extraño, talvez porque para soñar no se requiere tierra, no se precisa espacio.

A la izquierda, confinada al rincón extremo del lienzo, aprisionada y tan grande como el enorme zapato de su padre, como si quisiera sacarla de la estampa, la niña luce como una caricatura de la infancia: hecha del tamaño que tendría un brazo de su madre, presenta un rostro de mujer adulta que tiempo ha se hubiera despedido del asombro. Carga una muñeca de brazos extendidos, los ojos muy abiertos, como pidiendo con displicencia auxilio.

Entre ellos, la empleada del servicio, que apenas si llega a la altura de la rodilla del gran señor que está sentado, y a quien le ofrece un fruto con un aire muy frío de súplica, tal vez el gesto de algo que también quiere elevarse, reforzando así su condición terrestre.

III

En el centro, predecible, el gran señor vestido de corbata, haciendo carrizo y cargando un gato de ojos humanos, sorprendidos, ocupa una porción bien considerable de la tela (y de la casa).

El calor del hogar lo pone la bandeja que dejan asomar dos manos y en donde vienen servidos dos tintos, dos

 y una tetera humeante

 como un barco

 avante

 en altamar.

IV

Todo aquí, pues, parece andar: la cortina abierta, a la derecha (y cuántas casas y amores no la tienen) deja ver bajo un cielo azul la fronda, la floresta, mientras abajo, tan pícaro como pequeño un fisgón, de bigote y sombrero con sus cachetes muy rosados, mira hacia el interior de la casa.

Parece ser que en este punto tanta levedad cobra sentido: las moscas, del lado de la mirada del fisgón, ya son legión y navegan con insistencia por la superficie alta del cuadro; comunican la casa con el fondo abierto y misterioso que ofrece la ventana

viajan a su amaño

colocan su sello aquí y allá

como haciéndole guiños a la frase

de moscas en el plato

de la gran sopa conyugal.

 

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