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Cultura  |  20 septiembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Homenaje a los ochenta años de la Escuela Antonio Nariño La Tebaida (Q)

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Foto prom 2022 (extraida del Facebook de la Escuela Antonio Nariño)

Por Francisco A. Cifuentes S.

Cuando tuve la fortuna infinita de que mis padres me matricularan en la Escuela Antonio Nariño, quedé inscrito para siempre en el mejor pensamiento filosófico y político, que hoy tiene mayor vigencia, y es el del patriota Don Antonio Nariño con su consabida traducción, impresión y promoción de los “Derechos del Hombre”; justamente heredados de la Revolución Francesa y acompañados de las banderas de la libertad, la igualdad y la solidaridad, sustentados y desarrollados por la Enciclopedia y todo el pensamiento de la Ilustración. En consecuencia, que orgullo para mi generación, haber iniciado la vida y haber cultivado las primeras letras, dentro de una institución dedicada a guardar la memoria de uno de los hombres más ilustres de la lucha independentista y de la primera república; justo al lado de Bolívar y Santander, que siempre lucharon por la mejor educación de los criollos; igualmente inspirados en Juan Jacobo Rousseau, el clásico autor de “Emilio o la Educación”, donde sembró la semilla de una pedagogía basada en el realismo, el naturalismo, la libertad y el dominio de sí mismo. Principios totalmente válidos para la noble tarea educativa y pedagógica del Siglo XXI.

Alguna vez, queriendo ser poeta, me acerqué con respeto, curiosidad y admiración al bello libro “Cartas a un Joven Poeta” del lírico romántico alemán Rainer María Rilke y hallé esta perla: “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Todavía la estoy pensando y sí que tiene razón. Recorrer el territorio del municipio de La Tebaida y reconocer y vivir sus instituciones, es inaugurar un conocimiento de la patria chica. Izar la bandera nacional en las ventanas de las casas pueblerinas, durante las fechas patrias, es sacar la mejor cara por una nación. Jugar con los otros infantes es aprender la amistad y la tolerancia que tanto nos hace falta en tiempos aciagos y ortodoxos. Participar en la llamada “Banda de Guerra”, es insuflar el espíritu con los primeros aires de libertad. Aprender de los maestros y, estos aprender de los alumnos, sigue siendo el famoso diálogo inicial de los saberes y el intercambio generacional, donde se sincroniza la cultura. En la infancia, la familia, la escuela, los amigos, el paisaje, el amor y las primeras muertes; se siembra el sentido de pertenencia a una primera patria. Por eso, esta magnífica celebración de los primeros ochenta años de la Escuela Antonio Nariño, hoy Institución Educativa Antonio Nariño, reviste una trascendencia cultural, educativa e histórica de primer orden, para todos los ciudadanos y en particular para quienes nos educamos y trabajamos allí.

Todos nos hemos deleitado alguna vez con la música colombiana de Garzón y Collazos y en especial de la pieza “Camino Viejo”, que en algún aparte dice:

“Camino viejo de mi vereda Por donde tantas veces pasé Llevando al hombro mi taleguera Con mis cuadernos y mi pizarra Rumbo a la escuela de Doña Inés”

Algunos de los párvulos venían de las veredas, otros llegábamos del poblado y muy pocos éramos vecinos de esta escuela. Pero todos arribábamos con amor y profundo deseo por aprender; es decir, la escuela era toda una fiesta. Aprendizaje, amistad, juego y coqueteo se entrelazaban para la formación inicial del ser y del ciudadano. En esa “taleguera”, mochila o maletín, que nombran Garzón y Collazos, estaba todo: la Cartilla Bruño o la Alegría de Leer o Coquito, la tinta china, la pluma, el lápiz, los colores, el borrador, el sacapuntas, los cuadernos, las bolas, el trompo, el balero; los caramelos o las insignias de la Vuelta a Colombia o del Mundial de Futbol de la época; y un banano y una naranja para el descanso o refrigerio que llamamos hoy día. Ese era el mundo, esa era la infancia, esa era la escuela. Y aquí estamos todos marcados por ella.

El poeta inglés William Butler Yeats, nos describió la escuela de la antigüedad en los siguientes términos:

“Platón pensó que la naturaleza Es solo espuma que juega

Sobre un paradigma espectral de objetos El soldado Aristóteles jugó a las canicas Sobre los pies del Rey de Reyes

El famoso con su muslo de oro Pitágoras

Tocaba con un violín o unas cuerdas”

Está bien, en la Escuela Antonio Nariño no aprendí filosofía académica, pero si filosofía de la vida. Y con sus herramientas básicas pude después tratar de descifrar y disfrutar a Sócrates, Platón, Aristóteles, el Rey de Reyes y Pitágoras. Allí en sus aulas, corredores y patio empecé a asombrarme por el mundo y el conocimiento; gracias a los profesores, los mapas, las cartillas, los primeros libritos y los sábados culturales. Y ese es el inicio de mi amor por la literatura, la música y la filosofía, que hasta ahora me acompañan placenteramente. Allí supe del cuentista y poeta Rafael Pombo y del gran Porfirio Barba Jacob recuerdo la “Canción de la Vida Profunda”

En estas aulas conocí los escritos de Don Marco Fidel Suárez, José Manuel Marroquín, José Vergara y Vergara, José Eustasio Rivera, las fábulas de Esopo y al gran escritor Don Miguel Antonio Caro. De este recuerdo, en las Izadas de Bandera, su poema “Patria”; cuando asistíamos límpidos, uniformados, formados y disciplinados a escuchar:

“¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo, Y temo profanar tu nombre santo.

Por ti he gozado y padecido tanto Cuanta lengua mortal decir no pudo”

Con ese amor por la patria, yo me ganaba cinco centavos por dibujarle a los compañeros el mapa de Colombia, los mapas de los departamentos, las escenas y los personajes bíblicos, las caras de los patriotas y de los sucesos de la Campaña Libertadora. No continué siendo dibujante ni pintor, pero si, amante de la pintura, de la geografía, de la historia y estudioso de las religiones de una manera ecuménica.

Como homenaje a los profesores que han pasado digna y sabiamente por las aulas de la Escuela Antonio Nariño, quiero citar algunos que mi mente recuerda y pedirle humilde perdón a los que no rememoro: Aura Ospina de Truque, Abelardo Huérfano, James Vargas, Arnover Amaya, Gilberto Buriticá, Jairo Rodríguez, Orlando Vargas, James Vargas, Héctor Taborda, Ovidio Ocampo, Fernando Fernández, Carlos Leyva, Juan Pablo Ramírez, Norberto Muñoz, Fabio Riaño y Octavio Céspedes quien murió y los alumnos de la época le colocamos una placa en mármol a su memoria. Unos fueron mis profesores y otros mis compañeros de docencia, cuando ingresé ahí por primera vez al magisterio. Hoy tengo el honor de compartir con mi amigo, el historiador y especialista en temas educativos, de juventud y convivencia, miembro del Centro Local de Historia de La Tebaida y Directivo de la Academia Departamental de Historia del Quindío, el señor Hernando Muñoz Cárdenas, Rector de la Institución Educativa Antonio Nariño.

El poeta español de la postguerra Gabriel Celaya escribió un bello poema, muy diciente para lo que es y debe ser la profesión del maestro. Uno de sus apartes reza lo siguiente:

“Educar es lo mismo

Que poner un motor a una barca... Hay que medir, pensar, equilibrar... Pero para eso,

Uno tiene que llevar en el alma Un poco de marino...

Un poco de pirata... Un poco de poeta...

Y un kilo y medio de paciencia concentrada”

La educación no es una barca a la deriva, aunque se enfrenta siempre a vendavales. Tenemos que seguir ponderando, pensando y equilibrando esta noble misión: diestros marinos para conducir en este tormentoso siglo XXI; piratas avezados para enfrentar críticas, embestidas y falencias gubernamentales, políticas, financieras, culturales y tecnológicas que amenazan su estabilidad y su prestigio. Poetas para seguir trabajando con mucho amor, sensibilidad e imaginación en la construcción de un hombre nuevo.

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