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Cultura  |  12 noviembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Evocando el ayer

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Diego Gutiérrez Mejía. MD.

 

La primera parte de esta narración, aun cuando reformada, hace parte de un artículo que se me pidió escribiera con motivo de los primeros 100 años de la creación del Hospital San Juan de Dios y en ella describo como era la Armenia de principios del siglo pasado (estos datos me los suministraron las mentes prodigiosas de las señoras Isabelita Jaramillo de Orozco y Carlotica Gutiérrez de Patiño, Q.E.P.D, ya que no soy oriundo de la región).

Una noche, una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas…. cantó el poeta un día, y así en los albores del siglo XX, en una casona situada en la “calle de encima” a una cuadra hacia el norte de la iglesia parroquial, en la amplia sala con piso de madera impregnado y  embellecido por el brillo de la parafina derretida, sentada en un amplio diván misiá Rosarito Mejía de Jaramillo “saringa” como cariñosamente la llamaban sus allegados, discutía con preocupación frente a las figuras del Dr. Alejandro Londoño Bernal y del Reverendo padre Vicente Antonio Castaño la situación de la salud de sus coterráneos y la imperiosa necesidad de construir un hospital para prestar a cabalidad los servicios a la comunidad distante a varias leguas de camino de alguna ciudad de más categoría.

Armenia hacía poco había sido elevada a la categoría de municipio, era un pequeño villorrio que se extendía desde lo que actualmente es el parque Cafetero por el sur hasta Corocito (por los predios de la actual U. Gran Colombia) y desde la actual carrera 12 a la 17. La calle real era la actual carrera 14 y a la carrera 13 se la llamaba la “calle de encima” y hacia abajo de la iglesia se denominaba la “calle de Sevilla”, de la actual calle 21 hacia el suroccidente se le denominaba “el chispero”, y de Corocito hacia el occidente por donde alguna vez se encontraban las Cuatro Milpas era la zona de las “señoritas alegres o la tierra caliente” por donde las damas de la sociedad tenían prohibido transitar. Las vías eran destapadas con andenes empedrados y pegados con calicanto, casonas de bahareque algunas de doble planta con los balcones salidos con amplias chambranas de madera y las paredes externas decoradas con zócalos, con portones separados para el ingreso de los dueños y de la servidumbre, patio interior y pesebrera incorporada. Había deficiencia en los servicios sanitarios y el agua llegaba a las viviendas por una acequia por donde circulaba además mucha contaminación.

En la plaza principal fuera de la iglesia estaba el colegio de las Bethlemitas, las casonas del Dr. Alejandro Londoño y su esposa misiá Paquita Mejía, Dr. Joaquín Restrepo y su esposa misiá Irene Puerta, don Juan Mejía B., don Laureano Barrera, don Ricardo Ángel, don Alejandro Suárez con una vivienda como de 3 plantas  que hizo que llamaran la “calle del gallinero” porque era un parapeto muy horroroso, don Pablo Londoño que tenía en su casa un piano de cola, la casona de Las Arias y la de Las Villas “janinas” por lo pasaditas de kilos que eran y por supuesto el Hotel de Polidoro en pintura gris con balcones  salidos enchambranados. Hacia el terreno donde estuvo la plaza de mercado, en ese entonces era una plaza de ferias con un amplio tanque para bañar el ganado con agua y específico y enseguida de lo que fue el teatro Bolívar estaba el café La Bastilla e igualmente en la esquina de la actual carrera 14 con calle 20 el café Caucayá que era el sitio donde los caballeros se reunían a hacer sus negocios. Además estaban el almacén de don Manuel Naranjo que vendía útiles de estudio, la tienda de don Quintiliano Naranjo que era una miscelánea pues fuera de ser tinteadero vendían todo tipo de mecato para darle sabor al paladar, la tienda de don Rafael Ocampo en donde era el teatro Yuldana y en el sitio que ocupa el actual colegio de Las Capuchinas era la fábrica de cerveza de don Juan Nepomuceno Jaramillo cuya fórmula guardaba celosamente misiá Sara Hoyos su querida esposa.

En la plaza principal habían varios tipos de árboles, pero uno de ellos llamaba la atención y era un gualanday donde bajo su follaje se reunían don Belisario Ríos, don Manuel Naranjo y otros más a discutir problemas de índole cívico y de ahí que se les llamara “La Junta del Gualanday”; el actual Parque Sucre  tenía jardines sembrados por misiá María Valencia y una hermana de Isabelita Jaramillo Hoyos incluida la ceiba actual, allí los domingos se hacían las retretas por parte de don Rafael Moncada y su banda donde participaban sus hijos. Los doctores Alejandro Londoño, Joaquín Restrepo y Aurelio Botero tenían cada uno su consultorio con su respectiva botica donde se preparaban las fórmulas magistrales. Posteriormente unos años más tarde donde es el edificio de la actual gobernación se organizó el Club América en una casona de balcones salidos y el primer sitio geográfico del Club Campestre fue por Corocito.

Este era el entorno del recién creado municipio, y entonces misiá Rosarito Mejía de Jaramillo como lo expresé al principio de éste relato con su vestido largo a ras de los tobillos,  envuelta en su fina mantilla negra y con sus zapatos oscuros con tacón Luis XV, en compañía de los dos personajes de noble estirpe decidieron dar vida a esa idea fantástica de fundar un hospital; era el año de 1906. Y entonces se discutieron todos los pormenores para recolectar fondos y poder iniciar la obra , se programaron festivales y se hicieron bazares, su majestad la empanada pionera de  tantas obras en nuestra geografía criolla despedía sus aromas invitando a los transeúntes a degustar su humanidad, los músicos animaban los bailes y las damas con sus faldas largas  de colores negro, azul o gris, su chaqueta estilo sastre, el abrigo de paño,  sus zapatos de cuero con tacón Luis XV, ataviadas con sus mantillas negras  o los sombreros con velo y en su brazo la escarcela negra, acompañaban a sus esposos, esos señores vestidos de paño con su sombrero de fieltro, corbatín al cuello y en su chaleco la leontina con cadena de oro.

 Los domingos el padre Castaño alentaba a sus feligreses, allí las señoras con su manto de encaje unas y las otras con reboso oraban al Altísimo para que la obra no se fuera a truncar y cuando el día se acompañaba del calor del sol muchas se vestían elegantemente de amazonas, se subían a sus caballos para sentarse de medio lado apoyando su pié en la horqueta del galápago y desfilaban por las calles al lado de sus esposos.

Para el año de 1911, un 20 de Julio se inauguró oficialmente el hospital bajo la dirección del doctor Alejandro Londoño con tres salas de atención, otorgándosele el nombre de San Juan de Dios, situado en la carrera 12 entre calles 20 y 21 frente al tranquilo panorama del paisaje de la Florida donde sus aguas arrullaban el entorno de paz que requería un lugar como éste para atender a los enfermos del cuerpo y del espíritu.

En el año de 1916 se inaugura la Luz Eléctrica Quindío y para el año 1923, misiá Rosarito Mejía en compañía del Dr. Valentín Gutiérrez, misiá María Francisca Londoño, misiá Genoveva Uribe y de sor Margarita Gutiérrez traen la comunidad de las Hermanas Vicentinas para hacer sus labores dentro del hospital. Para el año 1945, a raíz de ampliar nuevos servicios de atención, la institución se vuelve insuficiente y entonces se ve la necesidad imperiosa de conseguir un terreno de mayor extensión para una nueva construcción, se organizan nuevas festividades y se promueve reinado para recolectar fondos y Carlotica Escobar Gutiérrez fue designada reina de la fiesta y además participa Elsa Jaramillo Jaramillo; para 1957 se compra el lote y se obtuvieron además auxilios oficiales. Antes del traslado definitivo en el año 1968, se inició el voluntariado de las damas rosadas en el antiguo hospital y la primera presidenta fue doña Doloritas Jaramillo de J., además ingresa como voluntaria doña Alicia Jaramillo de D.

En el año de 1968 se traslada a la nueva sede, un edificio con una planta de siete pisos y a través de los años se van creando nuevos servicios hasta convertirse en la institución de más alta categoría en el departamento y desde 1980 cuando inició su labor académica el programa de medicina de la U.del Quindío, se convirtió en el sitio de entrenamiento de los futuros médicos y adquirió la calidad de universitario.

Hoy ya no se escuchan las pisadas de las bestias por la calle real, ni se ven los vestidos elegantes de las señoras ataviadas de amazonas,  ni las damas caminando los domingos con sus faldas oscuras sus chaquetas ceñidas y sombreros de velo en tacones Luis XV del brazo de sus esposos, ni se oyen los sermones del cura Castaño transportándonos del infierno al cielo pasando por el purgatorio, ni se escucha la algarabía de las “señoritas alegres” en los confines de Corocito; en el ambiente solo queda el sonido moribundo de la quebrada La Florida llena de recuerdos y el viento susurrando el llanto milagroso del recién nacido, la tristeza del doliente por el ser que se marchó, los gritos desgarradores del enfermo, la risa placentera del galeno cuando arrancó al ser humano de brazos de la muerte y la plácida sonrisa de misiá Rosarito marchando alegremente por el deber cumplido. Ah tiempos aquellos….

Trascurría el día jueves 2 de Diciembre del año 1976, en un bus intermunicipal de la Flota Occidental, ya que para entonces eran pocos los estudiantes que podían  contar con su carro particular, me desplacé de la ciudad de Manizales donde había finalizado mi preparación profesional en la carrera de medicina de la Universidad de Caldas hacia la ciudad de Armenia donde conseguí cupo en el Hospital San Juan de Dios para realizar el año de práctica de internado rotatorio como último requisito para obtener mi título de Doctor en Medicina y Cirugía. Para entonces parte de la vía que comunicaba a Pereira con Armenia estaba sin asfaltar, el clima era más frío y la neblina bajando desde el alto del Roble ocultaba la ciudad casi hasta los límites con Circasia, llegué a la oficina de la dirección de dicha institución que para entonces gerenciaba el Dr. Jairo Jaramillo Botero y luego del saludo y pormenores relacionados con mi estadía, su secretaria Adriana Jaramillo para sorpresa me entrega una tarjeta de invitación para una fiesta al día siguiente en el Club América para celebrar el Día del Médico, agasajo que no tenía ni idea que existía, pues en Manizales con ese talante de orgullo de sus pobladores y más del gremio médico, jamás durante el tiempo de formación académica, oí mencionar dicha celebración.

Armenia era una ciudad intermedia que prácticamente se extendía desde el parque de los Aborígenes al norte  hasta Tres Esquinas al sur, al occidente tenía su gran mayoría de barrios como Corbones, El Paraiso, Libertadores, La Esperanza todavía en construcción, Granada, Los Álamos, Las Acacias, Los Quindos, Jesús María Ocampo, , Puerto Espejo, La Isabela, , Las Américas, La Brasilia, Santander, Berlín, etc y por el oriente El Nogal, La Castellana, y su parte central terminaba en el Cafetero y el Silencio. La avenida 19 tenía gran parte sin asfaltar y era muy oscura y sombría hacia el norte, la Centenario todavía no existía y hacia la salida hacia Calarcá se inauguró el primer conjunto residencial llamado María Cristina; del hospital hacia el norte a excepción del parque de los Aborígenes y la Octava Brigada, prácticamente eran solo fincas hasta Regivit y Límites que era una casatienda.

Aquí comienzo mi historia de la Armenia que conocí, con un hospital moderno inaugurado solo 8 años antes, en su hall había una cabina telefónica para hacer las llamadas de larga distancia, donde la monita Ligia decía con pausado acento “Kiosko 3 solicita llamada” y entonces podíamos comunicarnos con otros municipios. La institución solo nos suministraba alimentación durante los turnos y nos otorgaba una beca alimentaria para la consecución de los alimentos independientemente. En sus alrededores solo existían La Fogata con su exquisita comida de carnes, con entrada de sabaletas fritas y arepas con ají picante y la Hoguera con sus frutos del mar, pero con que alientos podíamos acceder a dichos manjares y entonces a abordar los buses color beige combinados con anaranjado y rumbo al centro a conseguir comida. Frente al Club América sobre la carrera 13 existía una casa comedor familiar cuya dueña llamada doña Helenita nos fiaba los almuerzos que cancelábamos a fin de mes, allí acudían un sinnúmero de comensales que laboraban en sus oficinas. Sobre la carrera 15 entre las calles 20 y 21 estaban las fuentes de soda donde podíamos llevar nuestras amigas y novias para compartir comida rápida, algunas cervezas o un ron con coca cola que era la moda; cómo no recordar el Dombey, La Canasta, La Fragata y muy especialmente la sala de té Snoopy atendida por damas de ropa impecable y delantal a cuadros donde las hamburguesas eran espectaculares. Antes de ingresar al pasaje Yanuba encontrábamos un bar restaurante “El Prado”, donde podíamos degustar el capón relleno en salsa al ingresar con la dosis de copas aguardienteras que todavía nos permitían caminar derecho y hacer el cuatro. En la calle 20 entre carreras 18 y 19 el restaurante chino Hongxing ofrecía su espectacular arroz  Hongxing. En la carrera 18 entre las calles 20 y 21 se encontraba la Lonchería Colombia administrada por don Campo Elías cuya sonrisa siempre auguraba el buen negocio, se abría a las 12 del día y se cerraba a las 12 de la noche, allí una morena llamada Gloria me atendía ofreciendo, sobrebarriga a la criolla y en salsa, capón relleno, fríjoles con chicharrón fraccionado en paticas, ají picante etc, con una         sazón inigualable, además era muy estricto el servicio, no se abría ni un minuto antes de las 12. Una vez le hice señas a Gloria por la vidriera, y me dejó entrar a sentarme con la condición de que me servía cuando un reloj de péndulo que había marcaba la hora 12. El restaurante Patricia en la calle 22 entre las carreras 15 y 16 cuando lo administraba Carlos Zuleta era una sensación con sus platos típicos de capón dorado, sobrebarriga, sudados, bistec. El restaurante La Cuchara en la carrera 18 cerca a la Lonchería Colombia con su famosa Pechuga Mariscal. En la carrera 16 entre las calles 18 y 19 en el costado derecho subiendo, se instaló en el año 1977 en un pequeño local Frisby que para entonces ofrecía pizzas, la Frisby Suprema era deliciosa, para entonces no era la experta en su pollo frito. En la calle 21 entre las carreras 16 y 17 estaba Punto Rojo con servicio las 24 horas del día. Nunca he sido amigo de comer en galerías por un poco de escrúpulo y temor a adquirir una infección intestinal, pero conocí el famoso Caracol al día siguiente de una farra y que aseo tan deslumbrante, consumí un caldo de pescado que levantaba muertos y una bandeja como para chuparse los dedos. No podemos olvidar La Galería o Feria de los Plátanos en su sede original por la 50, donde propios y extraños degustaban sus desayunos paisas con chocolate, calentado, huevo, queso, mantequilla de vaca y por supuesto la tostada arepa asada al carbón además de otras comidas típicas que los obligaba a regresar; saliendo de la ciudad hacia la vía que conduce a Pereira encontrábamos sobre su margen derecha 2 sitios contiguos que tienen historia, La Cabaña y el Gran Pan de bono, me contaron que el señor Eduardo Patiño con su cuñado Julio Pulido y su esposa Gabriela, adquirieron un lote de tierra y decidieron ponerle oficio sembrando una rosa de maíz  que cuando estaba al punto como choclo, la señora Gabriela dio la idea de poner una parrilla para asarlos y como por arte de magia se llenó de clientes, ampliaron su ofrecimiento con fritanga de morcilla, chorizos, cacheo y mirando hacia el futuro decidieron ampliar el negocio como restaurante  vendiendo comida típica donde su plato más codiciado era el lomo de cerdo con una salsa especial, y allí se reunían  los armenios para rematar  las corridas. Abrieron otra ramada bien organizada y allí nace el Gran Pan de bono donde se expendían los pan de bonos, empanadas, buñuelos, pan de yucas, chuzos, kumis, sirope, masato, avena, café con leche etc. Debido a que se cedió el terreno para construir la Autopista del Café sus herederos siguieron la tradición y construyeron sedes en la vía a Montenegro, en la avenida 19 que ya desapareció y actualmente se encuentran en la Avenida Centenario. Ya en la vía Armenia Pereira encontrábamos el Alero donde nos vendían el agua de panela y el chocolate con queso y el Roble antiguo en su casa de bahareque con sus puertas pintadas de color zapote, donde la comida típica es la especialidad. A pesar de no estar en Armenia sino en Calarcá encontrábamos cerca a la iglesia de San José, la fuente de soda El Nevado donde el ponche, la avena y el kumis completo eran inigualables.

Cierro esta crónica mencionando los teatros de entonces: en la plaza de Bolívar el teatro del mismo nombre en la carrera 13 con 21, el Yanuba en la 15 entre carreras 20 y 21, el Yuldana en la calle 18 con carrera 14, el Izcandé en la calle 20 entre las carreras 18 y 19, el teatro Colombia en la carrera 18 cerca a la Cejita, el Victoria cerca al cuartel de bomberos llegando al parque del bosque. Este último especializado en cine triple X. Los hoteles eran el Zuldemaida que era el de mayor categoría con el Izcay que destruyó el terremoto y el Maitamá. Los bares para hacer negocios los caballeros eran La Bolsa, El Pescador y el Destapado que inicialmente era abierto y se situaba en la esquina de la carrera 17 frente al actual, allí en el año 1977 interrumpí su paz al entrar con unas médicas y otras damas que llegaron en el autoferro del Valle y con maquinista incluido se cuajó un baile y una bebeta que por supuesto retrasó la salida del vehículo de regreso a Cali. Los sitios de diversión eran el grill La Manzana Azul en el hotel Izcay, La Campana en el parque de los Fundadores, Quemada en los bajos del hotel Maitamá, Nebrasca en la carrera 14 cerca al parque Sucre. La posada Alemana estaba en construcción hasta el año 1978 que creo empezó en funcionamiento con su discoteca John Lennon. Fuera del hospital San Juan de Dios existía la Clínica Central en la calle 23 entre las carreras 16 y 17 y la Clínica Santa Rosa propiedad del Dr. Hugo Clavijo en la carrera 13. Muy discretos los fines de semana algunos caballeros decían tengo que ir a pagar trabajadores a la Finquita, pero ésta con Pacandé eran los únicos amoblados o moteles cercanos para entonces. Ah tiempos aquellos….  

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