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Cultura  |  26 diciembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Sucedió en la noche

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Autor Enrique Álvaro González, parte del libro Los cuentos de pescao y otras crónicas, editado por Cafe&letras Renata.

El hombre caminó despacio, miró su reloj y avanzó hacia la noche donde encontraba emociones nuevas refundidas entre las sombras de la ciudad. Esta vez era una chica. Una mujer joven a quien las experiencias noctámbulas agradaban tanto como a él, según parecía en las respuestas recibidas a sus cartas electrónicas.

No la vio, más bien podría decir que la sintió, o mejor aún, la adivinó en la silueta de la esquina tenuemente iluminada, que insinuó su caminar de guadua al viento y el efluvio aromoso que se acercó en el callejón escogido para el encuentro.

Se miraron a los ojos, un poco escondidos bajo el ala del sombrero los de ella, negros y profundos los de él. Cruzaron pocas palabras, entre ellas la pregunta obvia para estar seguro:

– ¿Qué haces sola a estas horas por aquí?

–Te busco a ti– respondió la mujer con un susurro de voz que crispó la piel del hombre.

–O es que no eres tú–. Agregó.

Ella había leído todas las cartas, semana tras semana, con recelo, pero decidida. Había dejado las respuestas en el sitio acordado, impregnadas todas de la misma poesía con que el admirador secreto le proponía la aventura.

“Ella está dispuesta”, pensó el hombre. “El altar también, solo falta el sacrificio”.

Aunque no era como la idealizaba desde sus arcanos deseos, era hermosa, sensual, débil, femenina. Las sogas preparadas en su apartamento serían suficientes. La invitó a caminar por la calle solitaria. En las esquinas, mezquinos faroles los miraban, callejeros perros los acompañaban y quejumbrosas ratas coreaban con chillidos una letanía. 

Ellos, se conocían, se investigaban con cada mirada, con cada palabra, sonreían en silencio y tomados del brazo deambulaban en la noche, lo que él aprovechaba para mirar sus muñecas, luego se inclinaba y calculaba sus tobillos.

La noche se hacía larga. Por qué no, romántica, incluso tenía visos de inspiradora… y es que la inspiración era también invitada. Pero, como eso no detenía el reloj y se agotaban los momentos, ante lo implacable del tiempo, el hombre entendió que la cita con la muerte se acercaba.

Ella al principio intentó hacerlo y creyó que resistiría, pero paulatinamente se fue abandonando a su destino, pues desde que salió de su casa, donde el amor jamás había estado, supo que en aquella noche, precisamente la cita de amor sería su perdición.

Cuando la ató a la cama y la vio entregada, víctima de su propia decisión, supo que por fin, después de tanto seguirla, soñarla y enamorarla con sus versos arcanos,  era suya. Fue entonces cuando intentó descifrar la lágrima que surcaba su rostro, pero terminó abofeteándola, pues no estaba dispuesto a que en ese momento supremo de la muerte, ella fuera a dañar el rito con sus inútiles sentimentalismos.

Qué se iba imaginar él, que días después un apagón de setenta y dos horas provocaría oleadas de carne putrefacta salidas de la nevera donde junto a la dama de aquella noche, otros restos se descompusieron y provocaron la reacción policial que lo llevó a la cárcel.

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