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Cultura  |  31 diciembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Perros nocturnos

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Autor Enrique Álvaro González, parte del libro Los cuentos de pescao y otras crónicas, editado por Cafe&letras Renata.

Hubo un tiempo en que del personal de la Institución, se destinaban unidades para oficiar como escoltas de altos personajes e incluso algunos llegaron a ser vigilantes personales en sus casas. Este era el  caso del protagonista del siguiente relato.

Llueve. La luz es poca, como pocos son los faroles buenos y muchos los fundidos en esta esquina. Hace un frío húmedo, propio de la noche lluviosa y propio además de mi situación. Me encuentro en un viejo Dodge Dart estacionado en la esquina del parque con una caneca de aguardiente a medio consumir. La bebo despacio porque es la última, no hay dinero y si lo hubiera ya no hay dónde comprar otra.

Estoy solo. O no del todo, porque me acompaña medio paquete de Derby, la mitad de mi media de “guaro”, mi termao de tinto, el bate de beisbol de uno de los hijos del jefe y una rabia la “hijuepuerca”… por haber dejado la ruana adentro en la casa del doctor. ¡Ah! Y los perros. Los animalitos callejeros que todas las noches llegan al parque entre su eterno vagabundeo.

El aguacero es tenaz, más bien parece una tormenta. Los goterones que resbalan por la ventanilla del carro forman gordos riachuelos del ancho de mi mano, por eso para poder mirar hacia el edificio, tengo que estar moviendo los limpia brisas.

A ver, tomémonos uno, glu… glu, ¡Ahh! Gracias a Dios, el patrón me dejó las llaves de este chéchere. De otra forma la lavada habría sido madre. ¡Huuyy! Ese que viene atravesando la mitad del parque, cerca de la fuente, es Bátman. Lo llamo así porque tiene la cabeza negra y las orejas paradas, pero la parte baja del hocico es castaño.

Lo veo atravesar el parque con su corpachón de miedo acercarse a los árboles, olisquearlos y marcarlos con su orina sin darle un pite de importancia a la lluvia. Mira por acá, luego hacia allá y cuando me descubre menea la cola y encarama sus patas a la puerta del Dodge. “No hermano”, le digo. “Ni modo de abrirle. Como está de mojado se tira los cojines y a mí los patrones me joden. Además quítese de ahí, güevón, que no me deja vigilar la entrada del edificio. ¡Chite!... ¡Chite!

Y a propósito de joder, estoy jodido. Haberle fallado al patrón sí fue la embarrada. Afortunadamente el hombre me tiene en la buena y solo me sacó de la escolta móvil y me puso en la vigilancia de la casa, pero tengo que salir de esta. Vigilar casas no es lo mío, lo mío es la seguridad personal, el agite, la acción. ¡Huy! Espere… a propósito de acción, ese que viene allá, ¿No es Trueno? ¿A ver?… ¡Sííí es Trueno! ¡No joda! ¡La que se va armar entre estos dos güevones! Yo me tomo el otro.

Trueno es otro macho, tan grande como Bátman. Por conflictos perrunos ajenos al entendimiento humano, se odian y cuando se encuentran solo piensan en acabarse el uno al otro. Según parece, esta noche no fue la excepción. Se acercan, enfrentan sus perfiles sin dejar de mirarse, se huelen, se gruñen, los pelos mojados se erizan, las patas se afirman y en el mismo momento en que la tormenta ilumina un día momentáneo en la esquina del parque, se atacan con furia.

No me gusta verlos pelear. Son animales muy nobles, buenos amigos de quienes trabajamos en esto de la vigilancia, pero su instinto de animal bragado en las calles, les obliga a hacer respetar sus terrenos. Es cosa de supervivencia. La lucha es encarnizada, dos gladiadores del coliseo moderno que es la ciudad se atacan sin descanso y sin que alguien lo impida, porque yo, aunque no quiero verlos pelear me siento incapaz de inmiscuirme en ese revoltijo de mordiscos.

Siento pesar, mucho pesar por los dos. ¡Quietos! Les grito. ¡Batman!... ¡Trueno! Les grito y cuando estoy harto de ver sangre y carnes desgarradas, me bajo del carro con el bate en la mano para tomar parte en la riña, pero es inútil, no paran. No atienden mis gritos ni mis batazos. Se odian y a lo mejor de la misma forma en que cuando dos hombres se prometen la muerte y saben que solo vivirá el que se la proporcione primero al otro, cuando ven la oportunidad intentan cumplir a cabalidad con su ofrecimiento, de esa misma forma, esta noche ellos dos llegaron a las últimas consecuencias.

Por fin, Bátman queda exánime siendo sacudido por la furia agotada de Trueno, que con su hocico cubierto de baba y sangre, suelta su presa y se tiende a un lado a asesar, como tratando de recuperar la energía derrochada en el combate. Yo tan agotado como ellos, quiero tomarme el otro trago, pero pasan dos cosas. La primera es que me doy cuenta que ya no queda nada y segunda, que veo al patrón desde la puerta de la casa gritando que ahora sí me hará despedir para siempre, por beber otra vez durante mi servicio nocturno.

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