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Cultura  |  07 enero de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Tocar el viento

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Autor Enrique Álvaro González, parte del libro Los cuentos de pescao y otras crónicas, editado por Cafe&letras Renata.

A través de la malla metálica de la furgoneta de remisiones, Camilo veía revolotear los papeles, las basuras o las hojas caídas de los árboles. Veía en rápidas imágenes las faldas asidas por manos femeninas en reyerta constante con el viento, o las masculinas tomando los sombreros. Así mismo las basuras de los techos, los cabellos despeinados, y todo eso le hacía sentir el deseo inmenso de estar en las calles y no en el vehículo que lo llevaba pagar su condena por homicidio.

Dos meses antes, también con el viento como invitado, esperaba a su víctima en el recodo que hace el río unas cuatro cuadras antes de la entrada al pueblo. Los árboles con su lenguaje de hojarasca bulliciosa parecían animarle, e incluso el croar de los sapos y los cocuyos con sus minúsculos haces de luz parecían armonizar y dar calma a sus nervios, a medida que la noche se hacía una nata de sombras y el machete se enfriaba en su mano.

Serían las diez cuando escuchó el silbido. Al principio lo creyó del viento, pero al reconocer la melodía del bolero que después de tanto disfrutar al comienzo, había aprendido a odiar, supo que era el momento. “¿Piel canela?” se preguntó como siempre. “¿Y quién se la dedica a quién si los dos son morenos?”.

Aguantó dos años la dolorosa encrucijada de los celos desde que las habladurías llegaron a él, e incluso se negó a creerlas. Mas el cambio de Alicia, los besos de mero compromiso, el trato frío y la expresión escondida al oír el tema que él mismo años antes le había dedicado, lo fueron convenciendo. Ella no reía como antes. Ahora añoraba algo, soñaba algo, y lo duro es que esos sueños no lo incluían a él.

Nunca se resignó a perderla, por eso cuando decidió que solo confrontando a su rival podría recuperarla, planeó el asedio en las afueras  del pueblo.  “Dios quiera que no los encuentre juntos” se decía, “no sabría controlarme”.

Aquella noche tras la espera, todo se confabuló. Escuchó el bolero silbado por el hombre y le pareció que los ruidos del viento y del río le hacían un coro extraño, una orquestación siniestra que le aceleró la sangre en las venas. Camilo perdió todo control sobre sus sentidos y solo la rabia se manifestó en ese momento con el dolor del corazón herido. Al salir del escondite, miró a su víctima a los ojos y al verlos negros como la noche que los rodeaba, supo que también a ellos le cantaba su amada Alicia:

“Que se quede el infinito sin estrellas

o que pierda el ancho mar su inmensidad

pero el negro de tus ojos que no muera

y el canela de tu piel se quede igual”

Después en la cárcel, recordaría que en principio lo único que él solo quería, era darle una lección con el plan del machete para que aprendiera a respetar a las mujeres ajenas, pero cuando recordó la voz fina de ella cantando la misma estrofa, la tez morena, el pelo lacio, y el cuerpo sensual  que fue suyo, como perdido entre las nubes de su propia voz y sus ojos cerrados añorando, pudo más el  odio.

Por eso en el momento en que el finadito intentó sacar el suyo, el machete de Camilo ya caía enfurecido y letal tantas veces, que fue por esa misma sevicia que el juez le endilgó el máximo de la pena por homicidio agravado.

Cometido el delito, caminó hacia el pueblo, vacías las calles a esas horas, llegó al café donde pidió una botella de ron que comenzó a beber muy lento a pico de botella hasta llegar a la media, y esperó a que llegaran por él los agentes.

Ya en la Cárcel a la que lo llevaron en la ciudad más cercana al pueblo, sintió la tortura del encierro, lo saturó el olor a humedad y baño sucio, y por primera vez extrañó el aire puro de su pueblo.

Esa fue la razón para que en el momento en que otro de los reos que iban con él en la furgoneta de la prisión, en cumplimiento de otras diligencias judiciales, le preguntara:

–Bueno, Camilo, y que pretende al sacar los dedos por la malla. Acaso, ¿revivir a su muerto? No me vaya decir que está arrepentido.

– ¿Arrepentirme? No. Eso jamás. Lo único que quiero, es tocar el viento.

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