Bajo un inusual y caluroso sol de la mañana, a un poco más de 2.200 metros sobre el nivel del mar y con la convicción de cumplir la cita de los primeros días del mes de enero de cada año, ambos vestidos con jean y dos camisetas, el padre con botas y su hijo con tenis, uno con más de 30 años de experiencia, el otro con unos cuantos, Don Fabio Castillo y su hijo Santiago, se preparan tras la línea de partida para una vez más recorres las empinadas faldas de la capital caldense en su carrito de madera.

Pintado de rayas verdes, blancas y amarillas, ruedas de balineras, aquellas que les dan nombre a estos vehículos, una espuma como asiento, un pedazo de llanta de carro como freno y un lazo trenzado como dirección, esperan los 2 pitos previos a la partida junto a otros 30 competidores con carros más modernos tripulados en su materia por jóvenes.

Don Fabio, ya con su cabello blancuzco y su piel empezándose a arrugar por el paso de los años, hoy piloteará nuevamente su carro de balineras, mientras que Santiago, con el B+ de su tipo de sangre marcado en su cuello con marcador será quién de impulso al carro y se encargue de hacer el contrapeso tras el sonido por última vez del silbato que indicará la largada de esta sobredosis de adrenalina por las calles de Chipre.

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