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Columnistas  |  10 mayo de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Colegio de Abogados del Quindío

María Nazaret: en memoria de las madres fallecidas

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Colegio de Abogados del Quindío

Colegio de Abogados del Quindío

Por: Fernando Elías Acosta González *

Este domingo 12 de mayo se celebra en Colombia el “día comercial de las madres”. Gústenos o no, es una fecha de generalizada aceptación social para festejar y exaltar a una de las figuras más emblemáticas de la familia: la mamá. En memoria de todas las progenitoras fallecidas, dedico este espacio a María Nazaret González de Acosta. El ‘de’ resulta ofensivo y repelente frente a las reivindicaciones que han tenido las mujeres, pero años atrás eso era normal.

Y me refiero a ella por varias razones: una campesina que se casó muy jovencita, como era costumbre en aquella época, “dio a luz” 17 hijos y abandonó este plano material hace exactamente 50 años, cuando apenas tenía 40. Algunos, a título de consuelo para quienes aún no nos acostumbramos a su larga ausencia, suelen mencionar: “es que seguramente ya ha había cumplido su misión en esta tierra; lo más seguro es que esté descansando en el paraíso”.

Es común escuchar decir: “las madres de antes eran unas santas; si el cielo existe, todas deben estar allí”. El cancionero popular recogió en inolvidables letras, aquellas realidades y sentimientos en torno de ellas. A título de ejemplo están: “A la sombra de mi madre”, del artista argentino Leopoldo Dante Tévez, más conocido como Leo Dan; “Pobre mi madre querida”, del cantante y actor Roberto Sánchez Ocampo (Sandro de América) y “La voz de mamá”, de la Orquesta Matecaña.

Ante el comentario de su joven interlocutor, quien argumentaba que los matrimonios de antes eran mejores, le salió al paso un curtido profesor universitario enfatizándole: “cómo? ¿qué está diciendo usted? ¡Eso era una farsa! Cuando el machismo estaba en su máximo esplendor, nuestras mamás eran casi que esclavas. Pasaban del más estricto régimen patriarcal, bajo el control absoluto del marido. Por tabúes religiosos e imposiciones sociales, vivían en una eterna apariencia. Padecían todos tipo de vejámenes y la única opción era sufrir y llorar en silencio”.

Cuántas de esas abnegadas madres pasaron los mejores años de su vida ‘pegadas’ a una cocina y a un lavadero, soportando los ultrajes, las humillaciones y en muchas veces las violaciones de parte del “patrón de la casa”, sin derecho a decir nada. ¿Si eso no es esclavitud, entonces díganme qué es? Conocí el caso de una sufrida e indefensa mujer, que pasó casi toda su vida encerrada en las cuatro paredes de su casa, pues con cinco hijos varones que atender, más el desconsiderado marido, ni a la ventana le quedaba tiempo de asomarse. Se levantaba a las cuatro de la mañana y cerca de la media noche todavía estaba de aquí para allá, lavando, planchando, barriendo, “fregando en la cocina” y recogiendo desorden de los “reyes de la casa”.

Su existencia se consumió (y excúsenme la cruda expresión) siendo la ‘sirvienta’ del hogar. Triste y duro decirlo, pero sólo vino a descansar cuando se murió cerca a los 90 años. Y Vaya cinismo. Ahí sí se dieron cuenta cuánto significaba; que no era una “mula de trabajo” que pensaban que les iba a durar por siempre. A tantos estudiosos de la conducta humana le he escuchado decir: “¿de qué sirve la inteligencia sin conciencia?”. Qué lástima, qué tristeza que tengan que suceder hechos tan dolorosos como la pérdida de una madre, para que particularmente sus hijos, entiendan lo que vale, lo que significa y representa la mamá.

Dicen por ahí que “a un buen hijo, Dios jamás lo desamparará”. Ojalá usted, estimado lector o estimada lectora, si aún tiene la alegría y la fortuna de tenerla viva, la respete, la valore y la quiera. Las excepciones las hay, pero soy un pleno convencido de que, por regla general, a pesar de sus fallas, defectos y errores, una madre desde el fondo de su corazón, de su alma, lo único que quiere para sus hijos es lo mejor: que sean felices, personas de bien y que les vaya exitosamente en la vida.

 

* Colegiado

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