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Cultura  |  05 octubre de 2017  |  02:04 PM |  Escrito por: Edición web

Ishiguro, un Nobel sin lugar a discusión

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La creación literaria de Ishiguro no es escapista, no tiene nada qué ver con la evasión de la realidad.

Por Juan José García Posada

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La esperada noticia sobre el otorgamiento del Nobel de Literatura de este año al escritor Kazuo Ishiguro, nacido en Japón pero criado y formado como británico, no causa discusión.

Tampoco es atinado afirmar que nos tome por sorpresa a los lectores, porque, así no hubiera aparecido en ninguna de las listas de presuntos candidatos elaboradas por los medios periodísticos y las casas de apuestas, se trata de un autor conocido y reconocido en América y Europa. De sus obras hay ediciones y traducciones en varias editoriales, como Anagrama. Todos los pronósticos apuntaban a que el Nobel sería para un japonés, Haruki Murakami. Este seguirá figurando en la galería perpetua de los innombrados, en la que estuvieron Borges y Sabato y en la que siguen cogiendo fila Milan Kundera, Philip Roth, Margaret Atwood y en los dos años más recientes el argentino César Aira, de quien sostienen los estudiosos que es uno de los más brillantes y esperanzadores exponentes de las buenas letras latinoamericanas en la actualidad.

Mientras me alisto para leer a Ishiguro, por lo que hasta el momento he conocido puedo concluir que un eje temático de su obra es esa mixtura entre la nostalgia y la rebeldía por el descaecimiento de la vieja, culta y sabia Europa y en general de la civilización occidental, a partir de la degradación de los valores primordiales. Los valores no son. Valen. Y este escritor, que encarna también, como japonés de origen, la milenaria tradición oriental, no deja dudas sobre su vocación de hacerlos valer otra vez y convertirse en impulsor de una suerte de ilusión de la empresa de reconstruir la moral y la ética. Cómo salvar la verdad, la belleza y la bondad, cómo rescatar la justicia, se tornan en consignas que él mismo asume y admite, como lo ha hecho en una declaración reciente: “Busco la forma de retrasar la inevitable decadencia”, dijo al hablar de una de sus novelas más célebres, El gigante enterrado. Otras de sus obras son Los restos del día, Un artista del mundo flotante, Nunca me abandones y Los inconsolables.

La creación literaria de Ishiguro no es escapista, no tiene nada qué ver con la evasión de la realidad que muchas veces se le ha atribuido a la intencionalidad de no pocos escritores, sino todo lo contrario. Pero se mantiene en una situación intrigante y ambivalente de equilibrio entre lo real y lo ficticio. Defiende la naturaleza histórica de la literatura, pero no pretende que sus relatos se confundan con episodios precisos, identificables, de lo que está sucediendo. No tiene interés, como lo ha dicho, por que se les identifique una localización geográfica o temporal. ¿Historia ahistórica? Tal vez sea una definición aproximada, aventurada. Es probable que nosotros como lectores nos adueñemos de un sentido que se vuelve ilusorio de conexión con el mundo. Y de esa suerte de anfibología parece que se trata, si uno se atiene al concepto del jurado del Nobel, que ha destacado "sus novelas de gran fuerza emocional que han descubierto el abismo bajo nuestro nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo".

Su obra más reconocida, dice un comentarista de El País de Madrid, es Lo que queda del día (1989), su tercera novela, que ganó el premio Booker y en cuya adaptación cinematográfica Anthony Hopkins representó al mayordomo Stevens. “También (agrega) Nunca me abadones (2005) fue llevada a la gran pantalla. Su última obra, de fantasía, lleva por título El gigante enterrado y explora cómo la memoria se relaciona con el olvido, la historia con el presente y la fantasía con la realidad”. Puede ser atinado, entonces, hablar de un juego de antinomias y de contradicciones que sean quizás sólo aparentes. Desentrañar esa relación es uno de los gratos desafíos para los que me preparo ahora cuando renuevo el ritual de cada año de estudiar al Nobel respectivo, porque este es uno de los elementos que refuerzan la trascendencia y la actualidad diaria, contemporánea e histórica de la información sobre quién es y qué ha escrito el Nobel proclamado el primer jueves de octubre, para recibir el premio en diciembre.

Hay una particularidad en las aficiones y las dedicaciones felicitarias de Ishiguro y es su simpatía por la obra poética y musical de su antecesor inmediato en la recepción del Nobel, el muy discutido cantautor Bob Dylan. Ishiguro se adscribe también a la corriente audiovisual y de los nuevos medios, de tal modo que varias de sus obras han sido transferidas al cine, porque los productores no han encontrado grandes dificultades para hacer ese tránsito del lenguaje literario al del séptimo arte.

Es una excelente noticia esta con que hemos amanecido los lectores. Esta vez, la Academia sueca no deja en el aire indicios o sospechas de que se ha plegado a la llamada industria del espectáculo. Ha vuelto por los fueros de la literatura de siempre. Kezuo Ishiguro lanza una voz de alerta a un mundo en el cual se extinguen los valores, se acrecientan las dudas y los temores, se vive la derrota de lo humano y se propagan las posverdades.

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