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Columnistas  |  05 abril de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

Estados Unidos y China: no es una guerra comercial

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Juan David García Ramírez

La decisión anunciada a comienzos de Marzo por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de imponer tarifas a la importación de acero (25%) y aluminio (10%) provenientes de China, podría repercutir fuertemente en la economía global, de acuerdo con lo estimado por economistas norteamericanos y europeos, fundamentalmente, como también por sus pares en China. A cuarenta días de que la medida comience a surtir efecto, las opiniones superficiales (con frecuencia las más resonantes) sobre la torpeza de Trump o la intemperancia de algunos oficiales chinos, obnubilan el análisis racional y juicioso del escenario actual, y toman atajos que impiden comprender el comportamiento de las relaciones comerciales bilaterales y de los complejos procesos de toma de decisiones que tienen lugar en los dos países.

En primer lugar, Trump no gobierna en solitario como si se tratara de un monarca o un autócrata, y las medidas proteccionistas que afectarán el intercambio con China son más el resultado de la deliberación bipartidista en el Congreso, que de un capricho. Los grupos de presión económica están sintiendo el impacto creciente de China en el desempeño de sus empresas, sobre todo las del sector industrial, al punto de que el 21% de las importaciones de bienes y servicios provienen de esa nación, mientras que solo el 8% de sus exportaciones van hacia allá. Esto representa un evidente desbalance para los Estados Unidos, pues su déficit ascendió, para el final de 2017, a 566.000 millones de dólares, de los cuales 375.000 corresponden solamente al intercambio con China.

Sin embargo, esto no es nuevo, pues el déficit ha sido la regla general desde 1975, y en realidad no ha significado el fin del poderío estadounidense. Kimberly Amadeo, reconocida analista económica, explica con suficiencia las razones por las cuales Estados Unidos, de modo similar a otras potencias occidentales, ha tenido déficit comercial con sus mayores socios, principalmente aquellos que hoy han conquistado nuevos espacios de poder de influencia económica y política. Se resumen en tres: 1. Ellos pueden producir una cantidad importante de bienes a un costo menor. 2. No están en una necesidad acuciante de obtener los productos en los que Estados Unidos ha sido tradicionalmente bueno. 3. Tienen un comercio fluido con Estados Unidos, pero este importa de ellos más bienes de los que exporta.

Así, el proteccionismo puede aliviar a cualquier país, más cuando se trata de una superpotencia, frente a los posibles efectos que la competencia foránea pueda causar en la economía nacional. Pero será un remedio provisional, pues en el largo plazo una política económica restrictiva o de mayores barreras al comercio internacional o a la inversión extranjera, terminará afectando a consumidores y a pequeños y medianos empresarios, en tanto que las industrias con alcance global encontrarán alguna solución incursionando en nuevos mercados. Por su parte, China, que ha reaccionado con medidas similares a la importación de productos estadounidenses, posee ahora mismo un mayor poder de maniobra, pues no está interesada, como lo manifestó el presidente Xi Jinping, en reemplazar el poderío norteamericano, y además, no presenta déficit comercial.

Este capítulo, que muchos han llamado de manera exagerada una guerra comercial, es realmente una expresión más del nuevo mundo multipolar y, por más que los líderes occidentales se esfuercen por desconocer o subestimar a China, la realidad continuará dándoles una gran lección sobre el nuevo curso que está tomando la Historia.

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