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Editorial  |  28 diciembre de 2017  |  07:19 AM

Perdimos el año en el control a las drogas

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En los balances del año, tenemos que decir que hemos perdido el año 2017 con relación al control del uso y comercialización de drogas alucinógenas en la región. Reconocemos el esfuerzo de la Policía, del CTI, de la alcaldía y la gobernación, pero también somos conscientes de que el problema no es solo represivo, y debe atacarse desde otras perspectivas.

Como lo dijimos hace unas semanas, encontramos una íntima relación del consumo de drogas alucinógenas y de la comercialización de las mismas, con la cantidad de muertes que se presentan a diario en nuestro entorno social, tanto por homicidio como por suicidio. Las muertes violentas por causa del conflicto armado disminuyeron de una forma absoluta. Hoy en Colombia prácticamente no hay muerte por ese conflicto entre el Estado y los grupos al margen de la ley que quisieron hacerse al poder por la fuerza. Esa causa de muerte en Colombia empieza a ser un hecho del pasado.

Ahora hay que pensar, con todo el criterio científico y académico que les debe caber a los gobernantes, cómo detener la otra violencia, aquella que se produce día a día en la calle, en medio de la guerra por la venta de alucinógenos, o en el silencio de los cuartos de las casas, donde cientos de adolescentes se están suicidando. Unos mueren en la guerra del comercio de las drogas, otro en el conflicto consigo mismo por el consumo de esas mismas drogas.

Estos hechos se presentan en todos los estratos sociales, pero no nos digamos mentiras, los más afectados son los niños y adolescentes de los estratos más bajos. Es allí donde está el más grande problema de homicidios y suicidios. La lógica nos dice que el problema del comercio y el consumo está más asociado a la pobreza que a otros factores. Claro, repetimos, muchos adolescentes de estratos 4,5 y 6 son víctimas del flagelo del consumo, casi nunca del comercio, pero por su condición social no están expuestos de forma contundente a la muerte temprana.

Un verdadero drama se vive hoy en nuestras ciudades. En Armenia y el Quindío, a los niños y a los adolescentes, a cientos de jóvenes se los está llevando la droga, el comercio y el consumo, que los condena a muerte antes de llegar a la edad adulta.

Estamos viviendo nuestro propio holocausto, sin que haya poder humano que lo detenga. Infortunadamente, poco hacen nuestros gobernantes para encontrarle una solución social efectiva, distinta a la represión. La solución queda en manos de los padres, ante el desamparo estatal, lo que cada vez es más difícil, por el terrible avance de la pobreza y la falta de educación.

Una radiografía sobre este tema la hizo anoche (27 de diciembre) el gobernador del Quindío Carlos Eduardo Osorio Buriticá, en su discurso en la entrega del premio al Deportista del Año Acord 2017. Y propuso el deporte como una de las grandes soluciones que ha encontrado el mundo para combatir el flagelo. Si esa es una solución, tenemos que trabajar para que el deporte y la cultura dejen de ser las cenicientas del presupuesto, y se conviertan en príncipes.

Algo tenemos que hacer porque en las calles de Armenia y de otros pueblos del Quindío como de Colombia, los niños, adolescentes y jóvenes consumidores y expendedores de drogas mueren en medio de esta otra guerra, la que viven internamente, luchando con su dependencia al alucinógeno y sirviendo de mulas a los traficantes. Qué dolor y qué pena tener que sufrir todos los días este panorama. En el control del consumo y comercio de drogas, otra vez perdimos el año.

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