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Columnistas  |  26 agosto de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Luis Antonio Montenegro

Ficciones. Los calendarios precolombinos (I)

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Luis Antonio Montenegro

Estas son palabras tristes, sobre tiempos tristes, de tristísimas historias ya casi olvidadas.

 

“Ellos tenían la sabiduría, lo santo,

no había maldad en ellos.

Había salud, devoción,

no había enfermedad,

dolor de huesos, fiebre o viruela,

ni dolor de pecho ni de vientre.

Andaban con el cuerpo erguido.

 

Pero vinieron los conquistadores

y todo lo deshicieron.

Enseñaron el temor, marchitaron las flores,

chuparon hasta matar la flor de los otros

porque viviese la suya.

Mataron la flor del Nacxitl.

Ya no había sacerdotes que nos enseñaran.

Y así se asentó el segundo tiempo, comenzó a señorear,

y fue la causa de nuestra muerte.

Sin sacerdotes, sin sabiduría, sin valor

y sin vergüenza, todos iguales.

¡Los conquistadores solo habían venido a castrar el sol!

Y los hijos de sus hijos quedaron entre nosotros,

que solo recibimos su amargura.”

CHILAM BALAM DE CHUMAYEL,1541 (1)

 

Cuando se retoman las memorias de la conquista española de las tierras y las gentes del mal llamado Nuevo Mundo, un común denominador de crimen y barbarie, de ambiciones desmedidas y embustes traicioneros, se hace evidente en las historias. Algunas veces las narrativas son tan similares, que las unas parecen palimpsestos de las otras. Bastaría con cambiar algunos nombres para escribir las crónicas de tales sucesos. En el imperio incaico, por ejemplo, el último emperador, soberano pariente del dios Inti, el padre sol, cae en una trampa ideada por el famoso criador de cerdos español, Francisco Pizarro. Atahualpa Cápac, cuyo padre había muerto, víctima de la viruela hispana, es atrapado en una celada tendida por Pizarro en la plaza de Cajamarca. El Inca y sus guerreros son desarmados y apresados. En la plaza, el fraile Valverde requiere al soberano para que abrace la cruz y el evangelio y haga del cristianismo su religión verdadera, aceptando al papa Clemente VII, el proclamado representante directo del dios trinitario, como su regente espiritual y que, además, agache su testuz ante la espada real y acepte para él y su pueblo la autoridad absoluta del rey Carlos I de España. Atahualpa desprecia el breviario de Valverde y proclama que los españoles deben pagar por todo lo robado a su reino. Entonces, Hernando Pizarro, el hermano del criador de cerdos, da a la soldadesca invasora la orden de atacar. Perpetran sin piedad una histórica masacre de hombres desarmados. Los historiadores hablan de 2.000 a 3.000 asesinados. El Inca es apresado. Después de entregar a sus secuestradores grandes cantidades de oro y plata por un supuesto rescate, en un amañado juicio sumario, ellos mismos lo declaran culpable de idolatría, herejía, regicidio, fratricidio, traición, poligamia e incesto. Al día siguiente, un 26 de julio del año gregoriano de 1533, es estrangulado en el cadalso del cristianismo y la monarquía española. El sangriento cadalso de la conquista. Si esto ocurrió por las tierras del imperio Incaico, en las de la Confederación muisca, los crímenes corrieron por cuenta del adelantado Jiménez de Quesada y su hermanito de sangre y de andanzas. Cuentan que el Zipa Tisquesusa fue asesinado por un desconocido soldado español en un bosque de Facatativá. Después de acuchillarlo, le robó sus ornamentos de oro y esmeraldas y su fina manta de algodón, símbolos todos de su alta jerarquía. Lo abandonó agonizante, muriendo ahogado por su propia sangre. El sucesor del Zipa, su hermano Sagipa organiza la resistencia contra la invasión española, pero es vencido. Firma una ingenua paz, aliándose con su enemigo europeo para derrotar a Los Panches. Lograda la victoria de tal alianza contra Los Tolimas, Jiménez de Quesada conmina a Sagipa a entregar los tesoros de Tisquesusa, dándole un plazo perentorio para que llenaran a tope su bohío de oro. Como el crédulo Zipa no pudo cumplir las demandas del conquistador, fue torturado sin católica misericordia, hasta la muerte. Corría el cristiano año de 1539. Dos años antes, el Zaque Quemuenchatocha había intentado detenerlos con valiosas ofrendas. Pero el 2 de agosto de 1537, los invasores atacaron la tierra del Zaque. Desvalijaron el pueblo como feroces piratas de novela y apresaron al soberano, sometiéndolo a atroces torturas para que revelara sus caletas. Murió destrozado por las golpizas. Su hermano, Aquiminzaque, asumió el zacasgo y organizó la resistencia, pero también fue vencido. Apresado, lo bautizaron en un intento vano de convertirlo al cristianismo. Insistió en organizar la resistencia muisca, pero fue descubierto y atrapado por Hernán Pérez de Quesada, el hermanito del reconocido adelantado, quien lo hizo decapitar, junto con otros rebeldes, en la plaza de la recién fundada Tunja.

Más hacia el norte de ese nuevo mundo, en la invasión, conquista y sometimiento de las riquísimas culturas mesoamericanas, se escriben páginas infames, de similar atrocidad. La Nueva España se crea sobre los despojos mortales de los diezmados nativos, sobre las ruinas de su exquisita cultura. Su construcción es pagada con los lingotes de oro fundidos con sus joyas y ornamentos, con las riquezas saqueadas tras las victorias militares, las argucias tramposas, las enfermedades inesperadas y las conversiones religiosas signadas por la espada y la cruz. Así es que la primera gran ciudad fundada en esa Nueva España, fue la bautizada como Santa María de La Victoria, el 25 de mayo de 1519. A su vez, una de las primeras establecidas en América. Así llamada por la “gran victoria” obtenida por los invasores sobre los nativos. Se estableció sobre Potonchán, territorio maya- chontal. Las fuerzas mayas fueron dirigidas por su cacique Taabscoob. Los conquistadores dirigidos por el hidalgo, en título de menor cuantía, Hernán Cortés (2), arrasa a los nativos en Potonchán, el 14 de marzo de 1519, en la reconocida Batalla de Centia. Son cientos los muertos. Y sobre los aún humeantes escombros y los insepultos cadáveres, se funda la primera ciudad en territorio mexica. Después de su triunfo, Cortés se había aposentado en el templo sagrado de los mayas chontales, ordenándole a sus hombres destruir los ídolos autóctonos y los íconos sacros de su cultura, erigiendo en su lugar cruces e imágenes de la virgen María, exigiendo, además, la conversión inmediata al cristianismo de los nativos. Los derrotados le ofrendaron víveres, joyas, tejidos y un grupo de veinte esclavas, las cuales son bautizadas en el cristianismo, cambiados sus nombres tabascos y repartidas como botín de guerra entre la tropa. Una de ellas era la famosa Malinche, quien años después engendraría un hijo del propio Cortés, iniciando la población mestiza. Esta escena premonitoria resume y describe lo que sería el característico devenir de la conquista española de las tierras mexicas.

Recién terminada la fundación de Santa María, las tropas de Cortés se encaminan hacia el oeste, adonde le habían delatado la existencia de un gran imperio llamado México. Antes de partir, muy astuto, firma un acuerdo con los totonacos, enemigos de los mexicas. Les promete que, una vez los derroten, la nación totonaca sería libre. Sin embargo, después de lograda la conquista de México, los totonacas, diezmados por la guerra y las enfermedades, terminaron como siervos de los españoles en sus propias tierras. Cempoala, la capital Totonaca, quedó deshabitada, su cultura se perdió, apagándose en las oscuridades del tiempo. Sus vestigios fueron descubiertos en el siglo XIX por el arqueólogo mexicano Francisco del Paso y Troncoso. Nos recuerda esta triste alianza a la de Sagipa en contra de los Panches, en la confederación Muisca, y otras tantas en los anales de la conquista, ratificando que no es posible aliarse con el diablo y salir sin el rabo quemado.

En el camino al noroeste, salen a su encuentro comisiones en canoas de parte del gran tlatoani Moctezuma, el emperador del imperio Mexica. Entre los emisarios nativos venían dibujantes, quienes hacían viñetas para transmitir al gran jefe, con la mayor fidelidad posible, cuanto veían, en particular la fisonomía de los teules, esos extraños visitantes del inframundo. Cortés hace de entrada una demostración de fuerza. Exhibe su caballería, armada de espadas cortas, ballestas y alabardas de acero. Su infantería reforzada con fusileros manejando arcabuces y trabucos. Y su artillería liviana apropiada de bombardas y falconetes. Las armas de fuego y el acero resultaban misteriosos y desconocidos elementos de guerra para los Mexicas, quienes se disponían para el combate con arcos, flechas, el macáhuitl, una vara de madera de unos 80 centímetros, rematada con una punta de obsidiana afilada, sus artísticos yelmos en forma de cabezas de águila y de jaguar y los chimalli, escudos de madera reforzados con fibras textiles y decorados con plumas de lúcidos colores. Mientras Cortés los amedrentaba, los emisarios del Tlatoani lo obsequiaban con oro y joyas preciosas, las cuales no hacían más que avivar la codicia de los invasores por las riquezas de leyenda de los nativos. Apoyados por 1.300 guerreros Totonacas, en agosto del año 1519, 400 soldados españoles, con las descritas armas y una caballería de 15 corceles, avanzan sobre la confederación de Tlaxcala (3). Los invasores derrotan a las tropas defensoras dirigidas por Xicohténcatl. El senado de Tlaxcala acepta la derrota, ofrece la paz a Cortés y se alía con los invasores para avanzar sobre el territorio Mexica. En su camino, se encuentran con Cholula, la segunda ciudad del imperio, con 30.000 habitantes. Los nativos planean una emboscada, pero son sapeados, y el hidalgo ordena atacar la ciudad. Los españoles asesinan a más de 5.000 aborígenes. La historia registra tal genocidio como la matanza de Cholula. Para redondear su hazaña, dos meses más tarde, el hidalgo y muy cristiano Cortés, a nombre de la corona española, al abandonar la ciudad, ordena incendiarla para calcinar toda su historia y dejar su pueblo y su cultura reducido a un montón de volátiles cenizas.

Dicen los historiadores que Cortés y sus huestes quedaron deslumbrados por la belleza de México- Tenochtitlán. Anotación que endulza un poco el espíritu arrasador y genocida de los conquistadores. Lo cierto es que el 8 de noviembre de 1519, en la entrada de la capital se encuentran Cortés y Moctezuma. La Malinche sirve de intérprete. El emperador, engañado por su propia mitología, cree que está recibiendo a los enviados por La Serpiente Emplumada. Por eso, entre muchos presentes, le regala el tocado del Dios Quetzalcóatl, más conocido como el Penacho de Moctezuma. Lo aloja en el palacio de su antecesor Axayácatl. En los días siguientes, Cortés y su mando se dedican, como cualquier turista moderno, a recorrer la ciudad, visitar los templos y palacios de la capital mexica, además del gran Cú, el magnífico templo de Tlatelolco y su mercado, un espacio que doblaba el tamaño de la Plaza Mayor de Salamanca, la cual era estimada entonces como la más grande existente en las tierras de la cristiandad. Es bien sabido en las crónicas que el miedo a una reacción del emperador, el hallazgo de una caleta con oro y joyas en el mismo palacio que habitaban y la derrota de los españoles en la batalla de Nautla, empujaron a Cortés a tomar a Moctezuma como rehén garante de la vida de sus comandos. Condena a los capitanes Mexicas que habían dirigido la operación de Nautla a morir en la hoguera y logra que el propio emperador se arrodille a la corona, proclamándose súbdito de Carlos V.

En mayo 20 o 22, los conquistadores cometen otra masacre. Pasó a la historia de la vergüenza con el nombre de Matanza del Templo Mayor o Matanza de Tóxcatl. El invasor Pedro de Alvarado, quien antes había participado en el genocidio de Cholula, ordena una terrible carnicería cuando los mexicas, desarmados e indefensos, celebraban una ceremonia a sus dioses Tezcatlipoca y Huitzilopochtli. Rito juzgado como pagano por los cristianos españoles, molestos porque implicaba la remoción temporal de la efigie de la virgen María y de la cruz izada en el templo Huitzilopochtli. En medio del baile y la efeméride, los españoles cierran las salidas del Templo Mayor y acometen el holocausto, acuchillando, decapitando, desmembrando a los celebrantes. Cuando se lee la crónica de esa barbarie, la crudeza y sevicia de los crímenes, el asco, la rabia y la sinrazón, nos anonadan, hundiéndonos en el peor lodazal de la vergüenza humana.

Muerto Moctezuma, al parecer apedreado por sus propios súbditos, asume como tlatoani Mexica  Cuauhtémoc, un año antes de que la capital, Tenochtitlán cayera ante Cortés, después de un sitio de 75 días. Los Mexicas pelearon con orgullo y valor hasta el borde de su exterminio. La ciudad había sido devastada por el acoso militar, el hambre, la viruela y la falta de agua potable. Una vez derrotados, los nativos son sometidos a esclavitud. Triste insignia para la historia de la civilización europea española, haber izado su bandera en las asoladas y ensangrentadas tierras del Nuevo Mundo. Los españoles capturan al emperador en Tlatelolco. Preso, le pide a Cortés que lo ejecute en el acto, de acuerdo con su código de honor, pues había sido incapaz de mantener invicto al imperio Mexica. Pero, astuto y calculador, el hidalgo lo mantiene vivo. Sin embargo, la codicia irrefrenable por el oro y los tesoros hacen que lo torturen, quemándole sus pies y manos con aceite hirviendo. Ante el suplicio, el tlatoani se yergue con estoica altivez. Al final, los torturadores no consiguen más oro y el emperador queda inválido, cojeando por los destrozos de sus pies. Fieles a su religión, intentan convertirlo al cristianismo, lográndolo de forma agónica el día de su muerte.

En 1524, Cortés, al frente de una enorme expedición, sale hacia el sur, a las Hibueras, las tierras de Honduras, en busca de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid, seguro de que lo traicionaba de la misma forma que él lo había hecho años antes con su compatriota Diego Velásquez. Lleva consigo como reos de primera, al último emperador mexica,  Cuauhtémoc; al último cacique de Tacuba, el señor de Tlacopan, Tetlepanquetzal y al último tlatoani de Tetzcuco, Coanácoch. Los tres jefes de las ciudades (4) que habían luchado juntos contra la invasión española en defensa de la capital México-Tenochtitlan. Ante consejas sobre nuevos planes de rebelión de los líderes nativos, Cortés, tras un juicio sumario, los sentencia a morir ahorcados. Los tres se encuentran en el patíbulo de la cruz cristiana y la espada española, en febrero de 1525, sufriendo la misma muerte infame que unos pocos años después tendrían, en sus propias tierras, el último emperador Inca, Atahualpa; el último Zipa de los muiscas, Sagipa y su último Zaque, Aquimizaque.

Razón tenía el presidente mejicano AMLO, al enviar una carta al rey Felipe VI de España, y otra al papa Francisco en el año gregoriano de 2019, pidiendo que “se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por la violación a lo que ahora se conoce como derechos humanos”, ya que “Hubo matanzas, imposiciones. La llamada conquista se hizo con la espada y la cruz”. Carta que el rey Felipe VI rechazó con toda firmeza, afirmando que "La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas. Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con una herencia común y una proyección extraordinaria”. No han sido suficientes 500 años para que esa extemporánea monarquía reconociera, así fuera formalmente, el genocidio de la conquista.

Por su parte, la oficina de prensa del Papa, recordó que, en el año 2015, durante su viaje a Bolivia, el papa había pedido perdón “por los muchos, graves pecados contra los pueblos originarios de América”

En realidad, AMLO se quedó corto en su exigencia. Ese relato de agravios debe hacerse frente a todos los pueblos nativos que hoy conforman la llamada Hispanoamérica. Y se trataría de una mera reivindicación de justicia, de una especie de cortesía y arrepentimiento histórico, pues la verdad es que lo hecho es irreversible. No solo del saqueo de las riquezas, del aplastamiento cultural; del holocausto, del genocidio contra los nativos. Se trató de algo más grave: de un cercenar del fluir histórico, de cortar de tajo los hilos y las energías del devenir de las civilizaciones prehispánicas, cuyos desarrollos hacia el futuro y sus aportes en el presente a la civilización humana, fueron truncados de manera criminal por la codicia inmoral y los afanes de expansión de la católica España del medioevo.

 

CONTINUARÁ.

 

 

Luis Antonio Montenegro Peña

Periodista- Escritor

Email: [email protected]

Twitter: @gayanauta

 

 

(1)- POEMA: LOS CONQUISTADORES DESTRUYEN ITZÁ, en Ómnibus de la Poesía Mexicana, pág. 31, Gabriel Zaid, Siglo XXI Editores, 20ª Edición, México, 10 de diciembre de 1996.

(2)- Acreditación que diez años más tarde, sería valorizada con un título nobiliario hereditario, concedido por el emperador Carlos I de España y V del sacro imperio romano germánico. Desde entonces sería llamado Marqués del Valle de Oaxaca, en gratitud por los servicios mercenarios, cuantificados en oro, joyas y tierras, prestado en ese tiempo a la corona.

(3)- Confederación compuesta por cuatro señoríos autónomos: Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatlán y Quiahiztlán. En esa época, Tlaxcala y Tenochtitlán asumían dos formas opuestas de visión y organización política. Tlaxcala era una confederación de ciudades-estados, agrupados en una república gobernada por un estado, mientras que Tenochtitlán se concebía como un imperio, regido por el Tlatoani, el emperador. Esas diferencias en la concepción y la organización política los llevó a la confrontación abierta. En ese momento aparece en su historia Cortés al mando de la invasión española.

(4)- La Triple alianza, formada por las ciudades de Tenochtitlán (Cuauhtémoc), Tlatopan (Tetlepanquetzal) y Tetzcuco (Coanácoch), que enfrentaron a las tropas de Cortés.

 

 

 

 

 

 

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