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Cultura  |  02 septiembre de 2019  |  12:01 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Crónica: El vendedor de chontaduros de Caicedonia

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El vendedor de chontaduros de Caicedonia

Un texto de Luis Carlos Vélez Barrios.

El calor reventaba el pavimento. Desde la banca del atrio de la iglesia, la música vieja atrapó su atención. Llevaba un cuarto de hora escuchando a lo lejos las voces conocidas de la Sonora Matancera, hasta que decidió caminar le caería bien.

Caminó bajo los árboles y al lado de los muros que servían de asiento buscó acomodo para observar al vendedor de chontaduros, que vestido de delantal blanco (por los bordes de su gorra ajustada asomaban cabellos entrecanos) se entretenía en mirar a los transeúntes.

Las moscas revoloteaban del montón de frutos sin pelar, a los forros que cubrían los cuatro o cinco vasos repletos con tozos de chontaduro; al delantal, a los bordes del carrito de llantas estacionado en la esquina, frente al café Burila, a la gorra, a las manos del vendedor.

No quiso perder la oportunidad de conversar y saborear. Preguntó el precio de un vaso.

“A mil. ¿Con sal, limón y miel, o solo?”, dijo el vendedor.

“Los quiero sin sal, con miel y limón, pero recién pelados”, respondió el viajero.

Cuatro chontaduros bastaron para satisfacer las ganas.

Mientras con el palillo ensartaba los trozos, inició la conversación que progresó hasta no saber, con exactitud, si era entrevista o crónica. Truman Capote decía, que el secreto del arte de entrevistar consiste en hacer creer al entrevistado que es él quien entrevista. También recordó de Capote cuando entrevistó a Marlon Brando, y consiguió ganarse con astucias su confianza hasta lograr de él confesiones insospechadas, que una vez publicadas y leídas por Brando, juró matar a Capote el día que se encontraran.

Dudando aún si entrevistaba o tomaba notas para una crónica, averiguó el nombre, el pueblo de origen, el tiempo de residencia.

“Venía de Antioquia en busca de trabajo y me quedé. Me gustó y decidí no regresar. En ese entonces estaba soltero. Ahora vivo por los lados de la salida para Armenia”.

El viajero pidió otro vaso.

“Voy por ellos a La Paila. Los compro cocinados porque no tengo tiempo de hacerlo. Un día bueno, vendo tres o cuatro racimos; depende del día. Un día domingo me toca ir a la casa por más, dos o tres veces. Claro que tengo que caminar. Ahora estoy aquí, a la sombra, usted puede ver el calor que hace. ”

La voz de Celia Cruz empezó a sonar gangosa. El vendedor, cuyo nombre olvidó, extrajo del pequeño armatoste el radio de pilas, y dijo que eran pilas recargables.

Sacudió el radio negro, parecido a los Sony ICF-7600A, de siete bandas, con mapamundi al respaldo. Intentó en vano hacerlo sonar. Resignado, dijo sonriendo:

“Se le acabó la pila a Celia Cruz, y no traje el cable para recargarla.”

Satisfecho el antojo, acosado por el calor, adivinado y rechazado con anticipación y cortesía el ofrecimiento de otro vaso, acordó un nuevo encuentro para el fin de semana venidero.

Ante la despedida, dijo el vendedor de chontaduros:

“De tanto recorrer las calles ofreciendo me aprendí las calles y carreras de Caicedonia, los nombres de los compradores, si les gustaba con sal, miel, limón, o como le guste. Me sé de memoria los nombres de los almacenes, cafés y cantinas, hasta los de los casinos donde la gente entra a jugar la plata en las maquinitas. Tengo mucha paciencia con la vida. Hay días buenos y malos. Como todo. Cuando uno quiere algo hay que insistir”.

Ocho días pasaron. Regresó a Caicedonia. Buscó en la plaza al vendedor de chontaduros. No lo encontró. Preguntó a otros vendedores por el señor de los chontaduros. Se ubicó en la misma esquina, y preguntó a quien le pareció ver el domingo anterior.

Empezó a describirlo, y obtuvo por respuesta:

“Ah, ya sé quién es, pero que pena con usted, hace tiempo lo distingo, pero no sé cómo se llama”.

Decidido a insistir otro día, y no pudo menos que sonreír, al pensar en las ironías de la vida: el vendedor de chontaduros sí podía dar nombres de personas y negocios de Caicedonia, en cambio él ya no.

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