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Columnistas  |  18 febrero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

DÍAS PARALELOS

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

Virginia Woolf

(Inglaterra, 1882 - 1941)

Días hendidos por el polvo, entretanto el cetáceo deja de existir a la una, o al sonar el concierto oceánico, o ante el arribo de Afrodita a la frontera de las olas. Días de aguamala y sal. Días en la significancia del rastro errante. Días de magia y amargura. Días propicios para degollar zumbidos. Días emponzoñados con días ruines. Días de viento en el rostro de Rachel Vinrace. Días de Beethoven y el monólogo final de Bernard. Días de olas guiadas por los frailecillos. Días confusos en la mirada: “Estoy harta de lo lindo, estoy harta de recato […] Esto es Oxford Street. Aquí el odio, los celos, la prisa y la indiferencia forman una espuma que es como una loca imitación del vivir [dijo Rhoda]”. Días vagos. Días fortuitos. Días serpentinos. Días de matices, enajenación y parábolas. Días de mar y cielo sombrío. Días enclaustrados en la punta del lápiz. Días en la casa de los lémures, urgidos de prender el pabilo, para poder ver los ocupantes de días extraños. Días pálidos de ella. Días en la demarcación del agua, donde se refugia la última marcha. De pronto los días se urbanizan, con pasos extraídos del fondo del océano, donde ancló la poetisa, no sin antes escribir: El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.

ALAJANDRA PIZARNIK

(Argentina, 1936 - 1972)

Recuerdo de un día, colgado en la pared de las hormigas. Travesura, insomnio, grito y alas aceitadas de viento, en la piedra de los ángulos. Es la hora de partida, del crepitar de sombras, de escuchar ecos de palomas excitadas: instinto, revestimiento carnal del mareaje, tiempo desmenuzado en el misterio de los querubines, cuyas trompetas anuncian la llegada del óvulo perdido. Es la hora precisa para anunciar el nacimiento de la piedra. Tiempo del viñedo listo a reflejar angustias, en el espejo del vino. Se entrevé la distancia perfecta, entre un vacío sumado a otro vacío, donde la babilla resuelve el hado del hollín, al atravesar la gota en la rejilla. La más blanda gota del oleaje se bifurca en medio de la espada y la pared. La mañana seduce al mutismo eterno, no sin antes Alejandra establecer: he dado el salto de mí al alba. He dejado mi cuerpo junto a la luz y he cantado la tristeza de lo que nace.

Wislawa Szymborska

(1923 - 2012)

No exige, de pronto quitasoles rotos bajo la lluvia, o la sombra del gato negro o el gato de ojos azules, huyendo hacia el piso vacío o en dirección a la escalera por donde sube la incertidumbre. exige, tal vez la calle polvorienta, el peregrinaje descalzo, la gota del oleaje para remojar el sueño, vislumbrada calma, a la vera del fósforo por apagarse. No exige, mientras observa el plato sin servirse, desde cosechas remotas. No exige, quizá un domingo de truenos, algún domingo de sol, de súbito un domingo a la espera de quién sabe qué, tal vez un domingo presto a señalar la raíz y el fruto de la claridad cuando exterioriza: no exijo ningún cambio de las olas a la orilla, ligeras o perezosas, pero nunca obedientes.

Emily Dickinson

(EE. UU, 1830 - 1986)

Me supedito. Me eslabono. Me gerundio. Me enmaraño. Me esbozo en “mi blanca elección”. Me trasvaso en el recipiente de Dios y me extraño. Me evoco. Me conciso. Me exalto y pierdo. Me busco en la muerte de la casa de enfrente. De súbito el mover de alas, hace sombra al manzano. Un sabio se acerca al borde del mundo, a digerir la luz de una luciérnaga. Me encomiendo al eco, de no sé qué. Me desdoblo, el ir y venir del todo se esfuma, alguien llega a través del carruaje epistolar y me doy cuenta de mi existir, por esto digo: “No he visto nunca una landa, nunca he visto el mar, y sin embargo, sé cómo está hecho el yermo, y sé lo que debe ser la ola. Nunca he hablado con Dios, nunca he visto el cielo, y sin embargo, conozco el lugar como si tuviese un mapa de él”.

Marguerite Duras

(Francia, 1914 - 1996)

Me alimento de silencios. Miro en la hondura de la fruta mi sed y el albor de la raíz. Acostumbro a caminar sobre hojas secas y tomo conciencia del verdor más allá de la brisa, donde columpia el día de olores clandestinos. Reciclo amaneceres grisáceos, junto al color fatigado del limonar. Días de desventuras, de sudor, de farfullar la huida. Vivo de silencios, del blanco de los ojos ciegos. Vivo de cosechas por sembrar. Silencios de trigo y mirla. Silencios para darle de beber al sediento. Recuadros en el silencio, desde donde pienso: “A los 18 envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo…ese envejecimiento fue brutal”.

Clarice Lispector

(Brasil, 1920 – 1977)

Hoy tengo un lenguaje de desafío, de desgano, de engullir la presencia, de amor a la fealdad, de sangre fatal, de “captar la cuarta dimensión del instante”, de palpitar incierto, de agua desolada, de grifo cerrado al mundo, de anhelos y plumas en el estanque. Hoy mi lenguaje se va entre el hocico, para luego verlo aullar en el bosque, hasta tropezar con la abuela cuando se dirigía a casa de su nieta, donde se cocinaba rugido de tigre, trinos de espantapájaros y aullido de zorro. Hoy voy a conciliar la palabra, con mi caminar desprevenido. Hoy el vocablo está más acá del abismo, donde el incienso aproxima lo indecible de la noche. Hoy profano el brillo de la época imposible y “Entonces se escuchan los grillos mojados. La luz del miligramo no altera la oscuridad. Pues la oscuridad no es iluminable, la oscuridad es un modo de ser: la oscuridad es el nudo vital de la oscuridad, y nunca se toca en el nudo vital de una cosa”

 

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