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Región  |  19 noviembre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Venezolanos en el Quindío, con la esperanza viva

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Palabras del joven venezolano Guillermo Rodríguez, residente en Armenia, el pasado 21 de octubre en la iglesia Catedral de Armenia.

Por: Guillermo Rodríguez.

Quisiera comenzar dando las gracias tanto a la Oficina de Migración Colombia como a la Cancillería que por sus esfuerzos en conjunto permitieron el pasado 28 de julio la regularización de aproximadamente más de 150.000 venezolanos tras la emisión del Permiso Especial que nos permitió la posibilidad de formalizarnos no sólo en materias de estadía y permanencia, sino también en preceptos de derecho al trabajo, de formación académica y el acceso a los sistemas de salud privada y seguridad social.

Me invitaron para dar algunas palabras sobre la fe y la esperanza. Lemas centrales de esta eucaristía. Y valores, ciertamente, devaluados por estos días; pero de profundos significados eternamente renovables y vigentes. Pudiera partir de proverbios y frases de autoayuda desgastadas o poco convincentes, pero como humanista y ante todo como ciudadano, preferí partir de una condición común de larga trayectoria que desde hace lustros nos precede y nos permite estar aquí reunidos hoy: La civilidad.

Juan Germán Roscio Nieves es el nombre de un prócer ilustrado que no se oye mucho por estos días debido a la oportuna memoria selectiva que generan los manuales patrioteros modernos. Fue un abogado, periodista, escritor y diplomático que ocupó algunos cargos profundamente cruciales durante los años de la gesta patriótica independentista latinoamericana: Fue Primer Canciller, Jefe Ejecutivo durante la instauración de la Primera República de Venezuela, redactor del Acta de Proclamación de Independencia del 19 de abril de 1810, y posteriormente, del Acta de la Independencia del 5 de julio de 1811, también del Reglamento Electoral para la elección del Primer Congreso de la República; de la Primera Constitución de Venezuela e Hispanoamérica, Presidente del Congreso de Angostura de 1819 y posteriormente, Vicepresidente de la Gran Colombia.

En 2017, se celebra el bicentenario de la publicación de uno de los textos más importantes de este insigne y a su vez, uno de los más reveladores dentro de las lecturas emancipadoras: “El Triunfo de la Libertad Sobre el Despotismo”. En él, Roscio da cuentas de una lúcida inteligencia jurídica y doctrinaria. Conocía bien el latín, el inglés y el francés, pero también había leído a fondo tanto los textos bíblicos de las sagradas escrituras como a los enciclopedistas de la Ilustración. Admiraba el pensamiento de Rosseau pero también bebía de los escolásticos. En definitiva, Roscio era un hombre de su época, un sujeto secular y laico pero que como católico y cristiano confeso, se sentía culpable de renegar y desconocer los derechos de un Rey que habían sido concedidos por “obra y gracia de la providencia y del paráclito”, pero que estaban siendo utilizados no para reconocer la soberanía de los pueblos sino para preservar los privilegios particulares de una monarquía que se había mostrado injusta y opresora. Por ello, se ancla en el ejemplo de Jesús, en la épica de Moisés y hasta en la rebelión de los Macabeos para sugerir la inducción de un catecismo liberador que desplazara la ya desgastada teología feudal dominante enseñada en las colonias criollas y mestizas de todo el continente. En conclusión: Un libro muy, muy adelantado a su tiempo.

No obstante así, el contexto en el que semejante ensayo fue publicado no era para nada alentador. En 1817, Roscio, quien recién había llegado a Filadelfia desde Jamaica, estuvo preso por dos años entre Cádiz (España) y luego en un presidio español en la dependencia de Ceuta, al norte de África. Un poderoso terremoto había desolado Caracas en marzo de 1812. La Primera República de Venezuela había fracasado ese mismo año tras la capitulación del General Francisco de Miranda frente al Capitán Domingo de Monteverde. Bolívar se vio forzado a migrar con sus tropas en 1814 hacia el oriente del país tras el asedio a la ciudad de Valencia por parte del temible caudillo José Tomás Boves, hecho que posteriormente también haría claudicar la Segunda República… Entonces, ante un panorama ciertamente tan sombrío, lógicamente cabe preguntarse: “¿Cuál fue esa motivación que a pesar de todas las adversidades mantuvo intacta la fe patriota de Don Juan Germán?”. Yo deduzco dos únicas explicaciones posibles: La fe y la esperanza. Roscio fue un hombre que supo, a pesar de las adversidades, cultivar muy bien la esperanza en aras de proteger la integridad de su fe.

Hoy día, a 196 años de su muerte, por negligentes atrasos en la correcta identificación y traslado de su cuerpo, los restos de Roscio siguen aquí, en Colombia, en Cúcuta; como de alguna manera recibiendo a los miles de venezolanos que día tras día, tal como él, cruzan fronteras aspirando encontrar esa libertad y esa justicia que tanto él mismo como la gesta de su generación habían soñado; pero quizás también como una de esas curiosas coincidencias históricas que parecieran decirnos que hasta tanto no vuelva a restaurarse ese sueño por el cual mantuvo puesta su fe en Venezuela, Roscio tampoco querrá volver a disfrutar las glorias de nuestro Panteón Nacional.

Les traigo a colación el ejemplo de Roscio hasta las orillas del presente porque incluso aunque él mismo dudó de la idoneidad de su causa letrada por encima de la radicalidad de las armas para El Triunfo de la Libertad…, aún así, mantuvo la convicción de que educar era la vía más eficaz para todo hombre civilizado que aspirara legar la justicia a sus semejantes. Pero también conviene fijar la mirada desde él, porque aunque los contextos de Colombia y Venezuela han mejorado muchísimo desde aquel entonces, la realidad en sí misma sigue demandándonos algo semejante a los habitantes que conformamos ambas naciones que justo ahora transitan por complejos entornos políticos: Que siempre protejamos nuestra fe; pero en especial, que no dejemos nunca de cultivar la esperanza. Porque quizás, el verdadero trasfondo doscientos años después, sigue siendo la premisa impuesta en el imaginario popular de que para enaltecer la visión de un gran país se necesitan mártires y rifles. Pero no se le enseña al ciudadano común que desde la simpatía de su sencillez y la humildad de su acervo, también puede participar en la mejora de la colectividad a la que pertenece sin tener que derramar sangre ni conquistar nada.

En esa misma línea, luego se espera que hablemos de reconciliación, sin antes enseñarnos que debemos trabajar por ello bajo la fuerza transformadora del amor. Se nos exige creer en la justicia y la libertad como un hecho, pero sin primero recordarnos que debemos transmitir adecuadamente la honestidad y el respeto. O simplemente se nos afirma que el futuro será mejor cada día, pero sin antes alimentar esa fe que es tan indispensable para realmente convencernos de que sí podemos ser esos agentes de cambio que forjarán un mejor mañana.

Esa es mi invitación con estas palabras. Palabras que no vienen de la ingenuidad del corazón joven, sino de la conciencia alegre de un alma esperanzada: A que renueven su voluntad diariamente y que en cada acción habitual de la rutina, en cada fatiga del ajetreo cotidiano, en cada intento, en cada pérdida o cada victoria, sean ustedes los que siendo vendedores, amas de casa, docentes, médicos, policías, artistas, transportistas, empresarios o campesinos, afiancen su responsabilidad y compromiso mutuo de que pueden tener una nación de civiles armonizada por y para civiles, donde en última instancia, la avenencia de sus convicciones puedan coexistir a pesar de las diferencias del otro sin tener que volver a recorrer los desgastados caminos del odio y del resentimiento que, bien se ha probado, no llevan a ninguna parte.

Yo sueño con lo mismo para Venezuela. Que a nuestros veteranos y patriotas se les pueda devolver a la paz de los mausoleos para que ninguno se vuelva a ver vergonzosa y caprichosamente profanado para concertar sublevaciones armadas o ideologizar movimientos políticos populistas y divisionistas. Sueño que el microscopio de Jacinto Convit o el escalpelo de Humberto Fernández Morán sean los que jubilen el desgastado sable de Simón Bolívar. Que el cuatro de Simón Díaz o los frescos acordes de Aldemaro Romero silencien la bota de Generales como Páez, Mariño, Ribas o Sucre. Y que la pluma de Teresa De La Parra y el carboncillo de Pedro León Zapata sean esas nuevas divisas que inicien una auténtica revolución simbólica e idiosincrática para devolverle su invaluable policromía a las riquezas humanas que nuestro país también posee…

A los venezolanos en Colombia: Ánimo. Levanten la cara. Y como nos pide Jesús: “Levantemos el corazón”. Sigan cultivando esa esperanza en la adversidad. Pues aunque no poseo todas las respuestas, les comparto mi fe de que si los hechos han demostrado que salimos de otras oscuranas temibles, también saldremos de esta. Pórtense bien y muéstrense agradecidos por cada ayuda que les brinden: Cada recurso económico, cada plato de comida, cada ropaje, cada techo o cobijo, cada palabra de aliento. Y en especial, tomen de los colombianos todas las herramientas que ellos han empleado para avanzar en la reconstrucción del tejido social mediante el reencuentro y la reparación. Pues cuando la historia nos llame a nosotros a la laboriosa tarea de la restauración nacional de Venezuela, no será momento de flanqueos ni recovecos. Requeriremos también generaciones enteras de endereza y constancia para devolver al Estado lo que como cultura hemos perdido.

A los colombianos: Poseen una tierra pujante y preciosa por la cual tienen derecho a sentirse orgullosos. Los felicito. Cuiden y valoren lo que por los dones de Dios y del destino les ha sido dado. Amen lo que hacen. Mantengan la calma pero no se dejen usurpar la tranquilidad. La historia les ha puesto sobre sus hombros una tarea monumental que deben asumir con optimismo pero sobre todo mucho compromiso donde necesitarán toda la ayuda posible; venga esta de los vallunos, de los costeños, de los cachacos, de los paisas, de los llaneros, de los bolivianos, de los ecuatorianos, de los panameños o ahora también, de los venezolanos. Déjense ayudar… A las generaciones adultas: Trabajen con ahínco y con su fe para procurar no seguir traspasando a las siguientes estirpes las heridas intergeneracionales producidas por el dolor del conflicto. Y a las generaciones jóvenes: No caigan en la tentadora pero mortífera trampa de la violencia si la contemporaneidad les otorga múltiples vías para alcanzar la justicia y el orden. En general, a todos: Sigan tendiendo gentilmente el músculo de la paciencia y de la tolerancia, pues el camino que les queda apenas comienza y sin dudas será largo y no exento de obstáculos, pero hermoso.

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