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Región  |  20 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

La ‘Odisea’ de volver a casa en medio de una pandemia

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Por Tatiana Palacio Mejía 

La mayoría de nosotros no pensamos nunca tener que vivir una pandemia, incluso cuando la vimos cerca no nos imaginamos que llegaría hasta este punto. Cuando la angustia y la zozobra se convirtieron en un elemento natural del día a día y cuando el caos mundial del coronavirus parecía acabar con el mundo yo estaba lejos de mi tierra y mi familia

En marzo de 2020, en el momento en que el mundo entero se dio cuenta de la gravedad del asunto, yo me encontraba en Madrid, España, uno de los países más afectados por la situación. Al principio la cosa no parecía tan importante, pero a medida en que fueron pasando los días me di cuenta que volver a casa no sería una tarea fácil.

Las gestiones para volver

Aunque en Colombia se hablaba del apoyo consular a los migrantes y colombianos atorados en otros países, la comunicación no era tan sencilla como parecía. A finales del mes, cuando volver era un tema de prioridad máxima para mí, empecé a comunicarme con el Consulado de Colombia en Madrid.

Todos los días llamaba a los funcionarios consulares para ponerlos al tanto de mi situación y preguntar sobre la posibilidad de volver. Tengo que admitir que la ansiedad y los nervios empezaron a apoderarse de mí, por lo que muchas veces llamaba llorando pidiendo que, por favor, me devolvieran con los míos.

La atención fue realmente buena, siempre estuvieron dispuestos a ayudarme e incluso me proporcionaron un medicamento para calmar mis nervios. Cada dos días, a pesar de mi llamada diaria, una sicóloga se comunicaba conmigo para escucharme y ayudarme a pasar por ese momento tan difícil, lo cual agradezco mucho, pues esos minutos de conversación siempre lograban reconfortarme.

Un día recibí esa llamada tan esperada, del consulado me dijeron que había un viaje humanitario cinco días después y que tenían un cupo disponible para mí. No podía creer que al fin volvería, por lo que los días siguientes se hicieron largos. La aerolínea Iberia sería la encargada del traslado y, por vía telefónica, se hicieron todos los trámites.

Al fin llegó el día

Después de cinco días que parecieron eternos, AL FIN LLEGÓ EL DÍA. Aunque el vuelo era a la 1:00 de la tarde teníamos que estar en el aeropuerto desde las 7:00 de la mañana. Cuando llegué allí me sorprendí de la cantidad de gente que viajaría conmigo y mientras pasábamos por todos los controles de bioseguridad pensaba en cada uno de los pasajeros y las situaciones que tuvieron que vivir lejos de su país.

Nos hicieron llenar unos formularios, nos tomaron temperatura y signos vitales y, finalmente, nos recibieron las maletas y nos proporcionaron guantes y tapabocas, lo cuales no nos podíamos retirar durante las 10 horas de vuelo.

En el transcurso de las 6 horas que debimos esperar en el aeropuerto alcancé a hablar con algunos de los viajeros. La mayoría íbamos sin acompañantes y mientras algunos se quejaban de la cantidad de personas que entrarían en el avión, yo solo pensaba en lo afortunada que era de volver a casa.

Al fin abordamos, todos con tapabocas, guantes y a la expectativa de despegar. Los asientos iban llenos completamente, no había silla de seguridad desocupada. Durante 10 horas de viaje solo nos dieron un par de refrigerios y algo de tomar. El tapabocas empezaba a estorbar en las orejas y los guantes eran incomodos, sin embargo, era la mejor opción que teníamos. Yo miraba el reloj constantemente y seguía la ruta en la pantalla de mi puesto, esperando con ansías el momento de llegar.

Al fin llegué a Colombia

Cerca de las 6:00 de la tarde aterrizamos en el aeropuerto El Dorado de Bogotá. Salir de allí fue un proceso largo, las filas eran infinitas y solo permitían hacer migración en grupos reducidos de personas. Nos solicitaron el pasaporte y lo devolvieron un tiempo después ya con el sello de ingreso, mientras un oficial de Policía nos daba unas recomendaciones y los funcionarios de la secretaría de Salud de Bogotá nos tomaban los datos, la temperatura y los signos vitales.

El proceso duró cerca de cuatro horas. Teníamos que hacer un aislamiento obligatorio durante 14 días y la Policía nos informó que serían ellos los encargados de llevarnos a los sitios donde pasaríamos este tiempo. Yo, al no ser residente de Bogotá, tendría que dirigirme a una dirección que no conocía, donde pasaría mis días de cuarentena.

Cerca de las 10 de la noche nos ingresaron a unos buses en los cuales, supuestamente, nos llevarían a las direcciones indicadas, sin embargo, eso no fue tan apegado a la realidad. Luego de salir del aeropuerto, una media hora después, el bus paró y nos informó que no nos llevarían hasta las direcciones exactas, sino que nos dejaría en las vías principales cercanas.

Eran las 11 de la noche y casi todas las personas que estábamos allí no conocíamos muy bien la ciudad. El conductor y un Policía nos aseguraron que podríamos llamar o un taxi o algún familiar que fuera a recogernos, pero que definitivamente no iban a hacer la ruta como lo habían prometido. Después de un tiempo de peleas entre pasajeros y funcionarios, yo decidí tomar un vehículo de transporte público y llegar al fin a lo que sería mi casa por los próximos días.

La atención de la secretaría de Salud y un posible coronavirus

Después de todo el proceso al fin pude descansar. Ya estaba en Colombia y eso era lo que finalmente importaba, ahora tenía que sobrellevar los 14 días aislada para poder volver a Armenia, mi lugar de residencia actual.

Dos días después de mi llegada empecé a presentar síntomas como tos, un poco de dolor de garganta, desaliento completo y diarrea. Una funcionaria de la secretaría de Salud de Bogotá me llamaba todos los días a preguntarme sobre mi estado de salud y, a pesar de haber informado sobre mis síntomas, no lograba que me hicieran la prueba.

Todos los días era la misma historia, me llamaban a preguntarme y volvía a decir que me sentía mal. La respuesta de la secretaría de Salud era que había demasiadas personas en la lista para hacer la prueba y que tenía que esperar. Mi tiempo de aislamiento terminó y todavía no había sido atendida. Afortunadamente los síntomas no habían empeorado y poco a poco fueron desapareciendo, no obstante preferí no salir de casa hasta estar segura de no ser un riesgo para nadie más.

Al fin me hicieron la prueba, pero 17 días después de llegar al país. El médico que fue a atenderme se sorprendió al saber que llevaba todo ese tiempo esperando y me aseguró que la probabilidad de que saliera positiva era bastante baja, pues si me contagié alcancé a superarlo antes de que me realizaran el examen.

Esperé cinco días más hasta el resultado final de mi prueba que, como dijo el profesional, fue negativa. Al final estuve 22 días aislada, pero nunca sabremos si otros de mis compañeros de avión mantuvieron el aislamiento tanto tiempo o si estuvieron contagiados, que, en caso de ser así, los convirtió en un foco de infección en las calles de Bogotá.

La vuelta a Armenia

Después de casi un mes en Colombia, por fin pude encontrarme con un familiar. Pasé de estar aislada completamente a ser acogida en la casa de mi hermana, lo cual fue un respiro y una gran felicidad para mí, después de vivir tantos meses en soledad.

Empecé a averiguar cómo volver a Armenia. Me contacté con una empresa de buses interdepartamentales que hacían un viaje a la semana y con ellos empecé a hacer los trámites de los permisos. En ese tiempo la cuarentena en Colombia era completamente estricta y no se podía salir a la calle y mucho menos viajar, o eso era lo que pensaba yo.

Con el ministerio de Transporte hice todo el proceso informando que era residente de la ciudad de Armenia y era necesario para mí volver. Asimismo con la administración municipal de la capital del Quindío y al final me dieron la autorización de viaje.

Finalmente mi viaje lo hice en un carro particular con un amigo que también necesitaba volver a Armenia y los dos contábamos con todos los permisos. No extrañó mucho que no nos encontramos con ningún control policial durante el transcurso de nuestro viaje. Ni saliendo de Bogotá, ni entrando al Quindío y mucho menos ingresando a la ciudad de Armenia.

Por fin llegué a mi casa. Un viaje que regularmente es de 10 horas lo hice en un mes y, a pesar del miedo de ser contagiada en la pandemia, logré llegar sana y salva a reunirme con los míos.

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