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Cultura  |  18 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Breve nota para la hipótesis de un cuento

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Un texto de Juan Sebastián Padilla Suárez

¿El universo, nuestra vida, pertenece al género real o al género fantástico?

Jorge Luis Borges

En una suerte de nota marginal, Coleridge sugirió un episodio que denota la complejidad del universo: un hombre atraviesa el paraíso en un sueño, le dan una flor como prueba de su visita; al despertar, el hombre tiene la flor en la mano. Esa complejidad, esa confusión de realidades paralelas, de un facsímil de este mundo que la estrecha noción de los sentidos percibe, ha sido reducida en la literatura fantástica a un juego de palabras y al formidable ejercicio de cuestionar la realidad inmediata. Distintos autores, con admirable ingenio, han transgredido el tiempo y las dimensiones de los calendarios y relojes. Pensemos, por ejemplo, en Julio Cortázar y su cuento La noche boca arriba (1956).

La historia nos propone, en síntesis, un escenario de hibridación temporal: un hombre se accidenta en su moto, es llevado al hospital y luego ingresado a la sala de operaciones, la anestesia y la fiebre lo empujan al sueño, entre olores desconocidos cree que huye de los aztecas; a contramano, el sujeto del ensueño que huye de los aztecas abre los ojos y ve, cuchillo en mano, al sacrificador, rápidamente aprieta los ojos queriendo despertarse de nuevo en la cama del hospital, pero sabe que su realidad es esa y que el zumbido de un extraño aparato bajo sus piernas es un absurdo sueño.

En este cuento, como refirió Ricardo Piglia en sus tesis, el final imprevisible duerme en el corazón mismo de la historia. Ese final espera allí, agazapado, y se revela cuando el lector ha caído en un clima de intimidad entre la página y él. Dos historias se bifurcan en la narración, pero con su notable destreza, Cortázar entreteje la segunda historia (la del indígena fugitivo) en las fisuras que va dejando la primera (la del motociclista). Así, el cuento prescinde de recodos excesivos y nos impide escapar del ambiente intenso de la narración, jugando, también, con otro artificio: la tensión que nos va llevando de la mano entre línea y línea. Encontramos, entonces, una historia secreta, una pesadilla en la vigilia de una persecución que, inicialmente, se nos presenta como una realidad que creíamos alterna, pero que termina siendo la verdadera.

No es un elogio vano reconocer en este cuento un rasgo particular que Poe desarrolló en su obra: la extensión, que no deberá dar tregua a distracciones o al cansancio (como también apuntó Horacio Quiroga, aplicado alumno suyo). De tal manera, la brevedad en este cuento se establece como condición indispensable para que el relato tenga fuerza y totalidad; esa brevedad marca la senda del efecto que, conjeturemos, Cortázar buscó al escribirlo. A manera de analogía, bastó la brevedad de cinco rounds —entiéndase páginas— para quedar noqueados. Terminada la lectura de La noche boca arriba, una sombra se yergue sobre el lector, una sombra que lo acompañará por el resto de sus días y que le revelará, acaso, la abertura para asomarse y ver otra realidad, o tal vez no otra, sino la suya, la propia.

Bien, pareciera que todo lo anterior sugiere dos cosas: los temas más llanos pueden emplearse en un cuento para transponer las abstracciones más complejas —o simples— del pensamiento; además, que el cuento mismo está urdido por unas leyes que lo gravitan, y que de ser ignoradas se rompería la unidad de su estructura.

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