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Región  |  11 febrero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Quindío, la nostalgia del departamento Rico, Joven y Poderoso de Colombia

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Por Fernando Rojas Arias

Nos encontrábamos viviendo en Pereira, cuando llegó mi padre Aldemar Rojas Martínez desde la emisora donde trabajaba como periodista y nos manifestó con gran emoción que se acababa de aprobar la ley que le daba creación al departamento del Quindío (enero 19 de 1966) y que saldría en unos minutos en una caravana para celebrar el acontecimiento en la nueva capital: Armenia. Esta noticia se estaba esperando con ansiedad por la mayoría de los habitantes, especialmente los armeñucos, como se les decía despóticamente desde Manizales a los armenios por estar ubicados en la parte sur del departamento de Caldas, la más campesina, es decir, con mayor vocación agrícola y cafetera. Posteriormente se le dio vida administrativa al nuevo ente territorial, el 1 de julio de ese mismo año nombrando como su primer gobernador al parlamentario liberal Ancízar López López, quien había sido uno de los impulsores, que con más ahínco había luchado para su creación.

El Quindío en ese entonces, fue considerada una de las regiones más pujantes, era en proporción a su extensión el primer productor de café suave en el mundo, lo que se acentuó con la gran Bonanza Cafetera de 1976 y las inesperadas heladas en Brasil que arruinaron sus cafetales y su cosecha y que trajo consigo que el café nuestro alcanzara el mayor precio en su historia, algo más de tres dólares por libra y se constituyera en la principal fuente de divisas del país.

La cosecha benefició a los dueños de las fincas, mayordomos, agregados, patieros, alimentadores y cogedores muchos de ellos de los llamados andariegos que recorrían el país recogiendo las diferentes cosechas (arroz, algodón, soya…). Se disfrutaban en las fincas suculentas viandas: Caldo de costilla de res, cuando no era calentado, con una arepa con más de una cuarta de grande, una tostada y una poncherada de chocolate caliente al desayuno; sancocho con carne de falda o morrillo, con papa, yuca y mucho plátano, y de sobremesa limonada fría al almuerzo. Finalizando la tarde llegaba la comida: frijoles con mucho plátano y de vez en cuando con cidras, con manteca de marrano, un chicharrón carnudo, arroz, tajadas de plátano maduro fritas y una taza de café, todas las bebidas endulzadas con agua de panela y las comidas hecha con leña. En el cafetal se escuchaban los gritos de los cogedores preguntando dónde va el tajo, o del patiero pregonando la llegada de la bogadera en la mañana y del algo en la tarde, mientras entre surco y surco sonaba la música montañera y a veces de despecho que salía de los transistores Sanyo, que prendían del cinto de alguno de los jornaleros. Se fumaban cigarrillos Pielroja los del indio o Virginia y uno que otro lungo se mandaba su toque, claro, de la ‘mona’, para que les rindiera más la cogida de ‘liberales’.

Al llegar la noche se reunían en el patio de la casa del alimentador y se comentaba el trabajo del día, las latas que se habían cogido, se contaban cuentos de Cosiaca y Pedro Rimares, de la Nena Jiménez, recriminaban a los que se peían en la noche y se mandaba a lavar las patas a los que tenían pecueca, para que no dejaran el cuartel donde dormían impregnados de esos no gratos olores. Antes de dormir se oían los susurros contándose uno a los otros sus hazañas o cuitas de amor para quedarse dormidos y esperar la nueva jornada. Solo fui un día a coger café, en compañía de unos amigos de la barra del barrio y del colegio donde cursábamos los últimos años de bachillerato, en las horas de la tarde nos despidieron amablemente por no justificar la cogida con la comida, y por algo de indisciplina al sopetear los surcos que no nos correspondían al verlos más llenos de granos rojos. ¡Qué maravilloso día lleno de experiencias y de encanto!

La cosecha de ese año del 76 irrigó toda la economía colombiana, hasta guardar reservas en dólares en el Banco de la República. Se desarrolló la infraestructura rural en todos los sentidos: carreteras de segunda y tercera generación, hospitales, puestos de salud, escuelas, colegios y medios de comunicación alcanzando un alto nivel de vida en sus habitantes, hasta llegar a autodenominarse el Quindío, como el departamento Rico, Joven y Poderoso de Colombia. El comercio se activó como nunca, los almacenes vendieron ropa y calzado a la lata, se movieron los graneros, las fondas, las tiendas y los nacientes supermercados, los concesionarios de automotores, entre ellos los de los camperos Land Rover, de tres vehículos que tenían para la venta en Armenia, tuvieron que aligerar las importaciones, se vendieron más de treinta. Los bares y las cantinas con sus ‘desnucaderos’ también hicieron su agosto, se vendió cerveza y aguardiente hasta embriagar, sobre todo a los andariegos que en la soledad, ávidos de amor, buscaban a las mujeres de cuatro en conducta como las llamo Jaime Sanín Echeverry para satisfacer su abstinencia y hacer más cierto que nunca la canción de José Alejandro Morales: María Antonia. “María Antonia es la ventera más linda que he conocido,…ella vende y yo le compro sus esperanzas de amor...” Los dueños de las fincas o haciendas celebraban con las damas de la sociedad en el club América o Campestre con whisky y baile al ritmo de Don Lucho Bermúdez. Los mayordomos, agregados, patieros, alimentadores y algunos cogedores, lo hacían en forma lenta degustando una cerveza al lado de su familia y arrunchando a sus compañeras o esposas. Ese diciembre, el del 76, el Niño Dios fue más generoso que nunca con los niños y en las casa estrenaron neveras, televisores a color y radiolas, y las grabadoras grandes que se llevaban de un lugar a otro muchas veces sobre el hombro escuchando la música de Los Hispanos, de Los Graduados, las trovas groseras de Gerardo Bedoya. Abundaron en los hogares rurales y urbanos los buñuelos, la natilla, los tamales, la lechona y los dulces de papayas y de brevas.

Pero como todo llega y todo pasa, los años siguientes a la bonanza, después de 1978, se vieron abarrotadas las prenderías con muchos de los electrodomésticos que se habían comprado con los dineros de la bonanza, sobre todo de las grabadoras grandes que cargaban los campesinos al hombro.

Los gloriosos se vivieron en el Quindío algo más de quince años. A partir del mismo año del 76, se empezaron a explorar y explotar en el país los pozos petroleros y este producto se convirtió en el primer generador de divisas del país desplazando el café. En Brasil se replanteó la ubicación de los cultivos del grano y normalizaron su producción cafetera. Los precios se regularon de nuevo en el mercado y volvieron a su valor habitual. En el Quindío se habían tumbado muchos de los árboles maderables y frutales como naranjos y aguacate para sembrar más café y se produjo una sobre producción que no compensaba con los precios. Llegaron los narcos, tumbamos el café, sembramos pastos y dejamos de ser el primer productor de café en Colombia. Atrás quedó el departamento Rico, Joven y Poderoso de Colombia.

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