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Cultura  |  31 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Relato: Mi primer cine

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Un texto de Gilberto Zuleta Bedoya. Publicado originalmente en el libro Recordar es jugar. Un proyecto del grupo Café y Letras Renata.

Estaba cerca de pasar de la escuela Rafael Pombo al colegio “Cristo Rey” en Belalcázar Caldas. La niñez iba quedando atrás, la calle larga y embalastrada que me conducía a la escuela y que aún existe pero ya pavimentada, la recorría todas las mañanas y los fines de semana cuando me dirigía a la finca El Carmen donde vivían mis padres, campesinos y honorables, quienes me recibían con ese amor que se da al niño.

Los domingos en la tarde, mi padre, Rafael y yo, íbamos al pueblo en el caballo blanco de nombre Macario que tanto quería, y al pasar por el “Cristo Rey”, hacíamos un descanso y una Oración. Desde allí mirábamos la casa donde vivíamos. Se alcanzaban a observar los materos que colgaban de las vigas que sostenían el techo, como a mi madre le gustaba porque las matas recibían aire y crecían rápido. Los Geranios y Las Camelias eran los preferidos. A unos pocos metros había árboles que daban frescura, entre ellos el “Carbonero” por su floración atractiva para aves e insectos.

El “Cristo Rey”, monumento de treinta y cinco metros de altura y donde las personas suben hasta la nariz para divisar el occidente de Caldas y Risaralda, con sus brazos abiertos vigilaba el camino que cada siete días me conducía al calor de mi familia.

Una tarde calurosa de martes subía de la escuela con mi hermanito Euclides y al pasar por la plazoleta donde se realizaba los sábados y domingos el mercado campesino, don Genaro el aseador, señor amable y sonriente, con sesenta años que no se le notaban por su vitalidad y que nos tenía mucho aprecio, nos hizo una señal para que fuéramos hacia él.

Nos dijo: “este fin de semana, creo que el viernes van a presentar cine en el pueblo”.

Le respondimos: “en este pueblo no hay teatro”.

“No importa, en una pared de esas que ustedes ven allá a la entrada del colegio se puede ver, es ancha y blanca”.

¿Qué película es?, preguntamos.

“Una de esas que presentan en las ciudades en Semana Santa, pero en teatro grande, bonito y con mucha gente”. Dijo don Genaro

Era el año 1961. Un día antes llegó un carro modelo 1960 de la ciudad de Pereira anunciando la película por todo el pueblo para el viernes a las siete de la noche. La propaganda decía: “¡invitamos a los habitantes de este hermoso pueblo de Belalcázar para que el próximo viernes a las siete de la noche disfruten de una espectacular película en la plazoleta del mercado libre! ¡Esperamos a los niños de siete años en adelante con sus padres y familia!”.

Sin conocer el título de la película, los padres con sus hijos se fueron ubicando desde temprano en las primeras bancas y los demás iban llegando lentamente, novios, esposos, adultos, ancianos se acomodaban a su gusto.

Desaparece la tarde, llega la noche con su esplendorosa luna, estrellas en el firmamento, música orquestada, bullicio, alegría, sonrisas, la plaza repleta. Faltan cinco minutos, prenden los reflectores, silencio total, hasta lágrimas vi salir de señoras por su felicidad.

Aparece una suave luz a color que va llenando la pantalla y luego un letrero anunciando el nombre de la película. “Rey de Reyes”, con el actor Robert Powell. El poder- La pasión- La grandeza- La gloria.

Se apagaron las luces y se iluminó la pantalla. Empieza la acción. Las espadas de los judíos brillaban al contacto con su enemigo. Las otras se pintaban de rojo con la sangre derramada del adversario.

Soldados y judíos mueren buscando el camino de la paz señalado por el Rey de Reyes, que con su sabiduría dominó al enemigo y a los justos llevó a encontrar su beneficio. El párroco, padre Camilo y el alcalde Serafín Zuluaga, tuvieron silla preferencial y tres días después acordaron hacer un teatro en un terreno central propiedad del municipio.

A los cuatro años y en plena semana santa de 1965, se inauguró el “Teatro Municipal, con la película “Jesús de Nazareth”. Después otras como “La Biblia,” “Los Diez Mandamientos”. En las casas, tiendas, bares, se hablaba únicamente de la muerte de Cristo. El jueves y viernes santo los habitantes se vestían de negro, las señoras con su manto y camándulas llamaban a la Oración. Las películas habían dejado sentimientos y respeto.

Días posteriores llegaron las películas de “Viruta y Capulina”, como “El Sonámbulo”, “Dos Tontos y un Loco”, o “El Camino de los Espantos”. Luego aparecieron las de “Cantinflas”. “La Vuelta al Mundo en 80 días”. “El Padrecito”, “Sube y Baja”, fueron las primeras en llegar. Las abuelas se afanaban en sus quehaceres para ir al cine y los domingos había matinal, para los niños. Pero fue en la ciudad de Manizales donde, todavía menor de edad y a escondidas de la ley, logré ver “La Secretaria “y” Cuando Las Colegialas Pecan”.

Ya pasados los años, vinieron al pueblo las películas románticas y las comedias: “El diario de Noa”, “500 días juntos”, “La boda de mi mejor amigo” que pude ver sin problemas de edad, lo mismo que las películas de terror. “Drácula”, “El Enmascarado de Plata”, y como para variar, una cinta cómica de sexo nunca antes vista. Demasiada risa… cuando la recuerdo, todavía sonrío. “Kamasutra”.

Ahora cuando el otoño de mi vida ha llegado, recuerdo con cariño el comienzo de la diversión en el cine. Me gustaban las películas de vaqueros, las mexicanas, de cantantes, románticas, en fin…eran los tiempos en que yo asistía con mi primera novia y aprovechaba para sentir la sensación de los primeros besos.

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