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Cultura  |  06 junio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Pedacito de cielo

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Auria Plaza

 

Llevo todo el día en una persecución infructuosa. Estoy exhausta y con hambre. He seguido el rastro hasta un caserío de casas destartaladas hechas con cartón y latas. Allí me dijeron que pasó con una india, ella lo llevaba de la mano y él no mostraba miedo. Me duelen las piernas y todavía me falta subir la colina. Unos chiquillos que jugaban con una pelota desinflada en un baldío, cuando les pregunté me confirmaron que iba por buen camino.

–Nos llamó la atención, pues allá arriba sólo quedaron los niños y los viejos, el resto se fueron a bloquear la carretera. La cosa está jodida. Si la Nubia se vino, ella que es la más brava, algo se trae. ¡Bueno traerse como traerse, se trajo un blanquito!

Esto no es un camino, es una trocha y como llovió esta pantanosa; cuesta trabajo ascender, me resbalo, caigo y me vuelvo a levantar. Me sostengo en uno que otro chamizo, la adrenalina me da fuerza. “Ojalá no falte mucho para llegar” digo en voz alta. Siempre hago lo mismo cuando estoy estresada: bla bla bla hasta me pregunto y me respondo. “No me explico cómo este culicagao se me soltó de la mano” De malas que es una, salí a dar una vuelta y el pendejito se soltó apenas vio a la india andrajosa. Parece que se conocían: no se puede negar la cara de alegría de ambos. De pronto un hombre sale de entre los matorrales.

–¿Qué se le perdió por estos rumbos? ¿Para dónde va?

Me asusté, no esperaba encontrarme con nadie. En estas soledades no se ven ni chulos.

–Voy a la aldea de indios que hay allá arriba.

–Por su bien, mejor devuélvase. Allá no va a encontrar ni rastro, los ranchos están ardiendo con todo y su mugre.

–¿Qué pasó?

–Entre menos sepa mejor. A no ser que… se quiera quedar.

Entre lo que se me venía encima con este hombre y lo que me esperaba en la hacienda cuando regresara sin el culicagao, prefiero lo último. Encima se está haciendo noche.

–Nada hombre. Como usted diga.

***

Sé que esta lucha es desigual, la restitución de tierras es un sueño imposible. Sin embargo, con mis compañeros bloqueábamos la carretera para llamar la atención del gobierno. De pronto vi a Euma, mi arco iris. Estaba talvez más gordito y alto, pero no había duda de que era mi Mŵ Kau War venía de la mano de una mujer desconocida y, tan pronto me vio, empezó a llamarme: Tata…Tata… Mi chiquillo no me había olvidado. Una cortina de lágrimas de felicidad cubría mi rostro, como pude salí a su encuentro, el corazón galopaba descontrolado. Recordé a mi hija. Mi niña sólo tenía catorce añitos, trabajaba en la hacienda y el dueño la violó. De ese encuentro nació Euma y se lo quitaron, pues la mujer del patrón no podía tener hijos. A mi hija la echaron a la calle.

Y se dedicó la madre perra a aullar por los callejones todas las noches.

Enrojecieron sus ojos,

y fue perseguida,

quizá pensaron que ya tenía la rabia,

sin embargo,

ella murió sabiendo que la gente era la que había enloquecido.

Tardé unos meses en saber el destino de mi hija, me fui a la hacienda a pedir trabajo, para estar al lado de mi nieto; sabía que era imposible reclamarlo. Me contentaba con estar allí. Un buen día la patrona decidió que el niño ya no necesitaba a una india para cuidarlo y trajo una mujer de la ciudad para su educación y a mí me echaron como a un perro. Casi muero de dolor y repito el destino de mi hija. Un compañero del resguardo me reconoció y me llevó al asentamiento cercano. Allí he vivido y acompañado a mi gente en la lucha.

Nunca he corrido tanto en la vida, parecía un jaguar huyendo para proteger su cría. Cuando crucé el caserío decidí irme por el monte y esto nos salvó la vida. A lo lejos alcancé a ver las llamas. Cambié de rumbo. Me tomó lo que quedaba del día y la noche llegar al rancherío de los pescadores. Mi pobre Euma ya ni lloraba de lo cansado que estaba. El dolor en mi espalda era insoportable, cargar a mi chiquilín fue la única manera de poder correr por el monte. Las mujeres se hicieron cargo del niño y a mí me tiraron en un catre para curarme con emplastos de yerbas. No sé cuántas horas dormí. Me despertó la voz dulce de mi arco iris, me jalaba la mano.

–tata…tata… No me gusta aquí. ¡Vámonos!

Cómo explicarle que él pertenecía a este lugar. El dolor del alma es cada vez más grande, las heridas se abren, el recuerdo de mi hija me dice que es mío, pero… ¿qué derecho tengo de arrancarlo del lugar que conoce, donde ha crecido feliz y con todas las comodidades que se le han dado por ser hijo de ricos?

Fui arrancada bruscamente de mis consideraciones.

–¡Nubia! ¡Nubia! ¡Tienes que escapar con el niño! Los están buscando –La mujer me alcanzó un morral y dos mantas.

No tuve tiempo de pensarlo. Tomé al niño y lo saqué por la ventana, al tiempo que me arrojaba con todo y jotos. Mi Euma gritaba entre sollozos.

–¡Quiero irme a casa!

Cómo decirle a mi pedacito de cielo que ésta era su casa. ¿Cuál casa? No tengo una, excepto el monte. ¡No es cierto! lo que puedo hacer es llegar hasta el resguardo, allí nadie se atreverá a buscarme. También puedo tomar una canoa, remar hasta el río grande y continuar navegando hasta cruzar la frontera. Las dos opciones están llenas de peligros, yo sola los puedo sortear, pero mi arco iris necesita comida, y un lecho blando, él no está acostumbrado a sufrir penurias. No conoce otra vida que la de los blancos.

El corazón quiere tenerlo a su lado, sentir el calor de su cuerpo. La razón me dice que no lo puedo arrastrar en el torbellino de la desgracia. Por mi seguridad y la de mis hermanos, aunque se me vaya la vida, iré con la defensoría del pueblo, les explicaré. Es posible que desaparezca o con suerte acabe en la cárcel, para la ley este niño se llama Joaquín y yo lo secuestré. ¿a quién le van a creer?

–Tata, Tata, tengo hambre –El niño no deja de llorar–. ¡Quiero a mi mamá y mi papá! –repite una y otra vez con voz quejumbrosa.

–Sí, mi pedacito de cielo, ya te llevo con ellos.

Tengo que salir a la carretera y pedir que nos den un aventón hasta el pueblo. Puedo dejar a mi arco iris con las monjas y que ellas se encarguen de avisar a la hacienda. Mi sangre se resiste a dejar este trozo de mi vida, el último jirón que me queda. No obstante, mi amor es más fuerte y tengo que hacer lo mejor para él.

Mi pueblo está diezmado, me uniré a mis hermanos Nasa y con ellos a la Minga. Soy una luchadora, no tengo nada que perder y mi gente tiene que volver a la tierra. La Pachamama nos llama. Somos dadores de vida. Nos han despojado por años de nuestra cultura, nos quitaron la tierra y nos obligaron a vivir en los resguardos. Nos empujaron hacia la montaña y de allí también nos están echando. Somos agricultores, no sabemos hacer otra cosa que cultivar y cuidar la tierra, tenemos que hacernos oír para poder recuperar un pedacito para sembrar.

***

Me encuentro en el pueblo sin saber qué va a suceder conmigo, por lo pronto estoy en la casa de una amiga. Todo está conmocionado. Las mujeres no hablan de otra cosa: el secuestro del niño Joaquín. Los hombres salieron de cacería, se ofrece una recompensa por su rescate y la policía y el ejército también lo buscan. No tengo ni idea cómo supieron. Supongo que alguien vio cuando la india se llevó a Joaquín y dio aviso a la Hacienda.

Los padres del culicagao me querían matar por descuidada, irresponsable y muchas cosas más. Ahora sí me quedé sin trabajo por culpa de la india esa. Aquí hay gato encerrado porque los patrones no quisieron que contara que el pendejito había llamado a la mujer “tata”. Si pudiera averiguar de qué se trata a lo mejor me pagan para que me quede callada. Por ahora lo importante es que el mocoso aparezca vivito y coleando.

En fin, en lugar de estar ahogándome en este cuarto mejor me voy a dar una vuelta por ahí… ¡Dios! Estoy alucinando o es que mi suerte cambió, un Joaquín todo sucio me llama:

–Mercedes, Mercedes –La india que venía con él lo soltó y me dijo:

–¡Cuídelo mucho! –Su rostro era el de la dolorosa al pie de la cruz y la voz un aullido de animal en agonía–. Es mi pedacito de cielo que les estoy devolviendo. ¡Dígaselo a sus patrones!

 

El Caimo, junio 2021

 

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