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Columnistas  |  14 julio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

QUINDÍO, TIERRA DE POETAS (SEGUNDA ENTREGA)

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

El poeta Juan Restrepo Fernández nació en 1930 en Montenegro y falleció el 2 de noviembre de 2014 en la ciudad de Armenia. Fue catalogado como la “más alta voz lírica del Eje Cafetero” por el académico Héctor Ocampo Marín, aunque considero que se quedó corto, porque Juan Restrepo es de un vuelo universal.

Realizó su bachillerato en Manizales, en donde alternaba sus estudios con la actividad literaria. Perteneció al grupo literario Cosmos, creado como complemento del grupo Milenio que, en esa época, lo conformaban los poetas mayores y consagrados del Viejo Caldas.

Cosmos estuvo integrado por poetas jóvenes que querían darse a conocer en el mundo de las letras. Entre ellos se destacaron Javier Arias Ramírez, Francisco Arango Quintero (Pacho Pipa), Olario Navarrete, Mario Vásquez Posada y el propio Juan Restrepo Fernández. Posteriormente, ingresaría el vate Fernando Mejía Mejía.

Para lograr el objetivo de promocionar sus escritos, estos jóvenes solo tenían la posibilidad de publicar en el Diario La Patria que, por fortuna, les brindó sus páginas literarias con ese propósito. El primer trabajo lo denominaron “Cosmos y el tema de la muerte”, que fue publicado en una edición dominical. El poema de Restrepo causó impacto en los círculos literarios del Viejo Caldas. Desde entonces, los intelectuales supieron que frente a ellos se encontraba un futuro gran poeta.

Por aquellas calendas Restrepo apareció en otros trabajos publicados en La Patria, pero pronto dejaría el país para buscar su destino en Argentina.

Durante su larga permanencia en Buenos Aires, Juan Restrepo no solo se graduó de médico psiquiatra y obtuvo éxito profesional, sino que se consolidó como un gran poeta, como lo habían avizorado los escritores de su tierra.

Su primer libro, La idea que verdece (1960), fue recibido con júbilo por el poeta Rafael Alberti. Sobre su segunda obra, La montaña incendiada (1969), el laureado poeta Miguel Ángel Asturias expresó palabras elogiosas y justas.

Ilda Baoth opinó en su momento: "La poesía de Restrepo no es para el entretenimiento ni para la declamación. A sus libros se debe llegar con sentimientos diferentes a los experimentados cuando leemos a los poetas clásicos del Quindío. A su obra hay que entrar con vanguardistas criterios de lo poético como lenguaje. Su poesía universal, apta para adelantarnos a nuestra época en 20 o más años".

En La idea que verdece hay sonidos diferentes a los que se hallaban en los poemarios de aquella época, y aún en esta. Por eso, el gran poeta español, Dámaso Alonso, al referirse a esta obra dijo: La poesía empieza hoy a no sonar a nada. Es una especie de runrún sin significación alguna. Tiene que florecer de nuevo, restregarse la faz contra la tierra, hincar en ella sus raíces, absorbiendo la sustancia nutricia que la alce otra vez a cántico de aurora. Parecerá entonces que los pájaros trinan por vez primera. Y el hombre puro, virginal, los oirá con asombro. Esta idea verdece en muchos de los presentes poemas del joven colombiano Juan Restrepo. Matinal es la voz de este poeta. El nuevo día se levanta ante él.

Sobre La montaña incendiada (1969), su segundo libro, el Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, le escribió a Restrepo: Querido amigo, en todo caso sepa ya, que su poesía me parece magnífica y que debe usted refugiarse en ella lo más posible.

Y eso es fue lo que hizo Juan Restrepo desde entonces, refugiarse en su poesía, observar las sombras de su mundo interior, escuchar la lira de Apolo vertida en su mente y su pluma.

Nunca se promocionó, porque eso reñía con su espíritu reservado. Por eso, su nombre no es conocido universalmente, a pesar de que dejó 11 libros sin publicar, sobre los que puedo afirmar se encuentran verdaderas joyas literarias.

Su tercer libro, El alba de los enterrados (1981), empieza a mostrar el estilo particular que caracteriza su obra y la hace distinta a todas: “Aurea boca del viento / fanal para las horas de caídos maderos, / tendidas, muertas, sacas en la salobre espuma. / ¡Oh aúrea! Sopla y un sentido provee, / una tabla al andrajoso mar / donde quepa mi mano con barcos y marinos / y una playa si puedes.

Después, vendrían los siguientes libros publicados: El cetro de los anillos (1989), Los zafiros del reino (1989), Los templos del ónix (1993), El leño de los sonidos (1999), el desvaneciente mediodía (2001), El caminar de los océanos, que comprende tres libros, Las águilas de la tristeza, El Hades y El volcán de los duendes (2011) y 11 libros más inéditos que, inexplicablemente, no ha publicado el departamento del Quindío, a pesar de ser un patrimonio cultural indiscutible.

Juan Restrepo ha creado su propio universo poético, como el cielo o el infierno de Dante o, entre nosotros, el mundo de Macondo que salió del realismo mágico de García Márquez.

El poeta Restrepo, en un estado de sobriedad luminosa, percibe un tiempo y un espacio diferente al nuestro. Parecería que se adentrara a una “dimensión desconocida” o a un universo paralelo, o que viajara a través de un agujero negro que proyecta cosas y sensaciones, hasta ahora inescrutables.

Debo decir que, en su mente genial, Restrepo observa y percibe todo ese universo como en penumbras. Así solía explicármelo. No cabe duda de que él, en ese momento, es el creador, no un imitador a la manera de Aristóteles en la Poética. Es el demiurgo platónico que esculpe lo que los ojos perciben de su fantástico mundo. Pero, el poeta no recibe fragmentos, episodios aislados. No. Todo le llega holísticamente y, entonces, comienza a narrar, a desenrollar su poesía… Por eso, para entenderla es necesario abarcarla como una unidad. No hay un comienzo ni un final. Todo puede ser alfa y omega. La parte es el todo, y el todo es la parte.

Su poesía es un cuerpo coherente y armónico. No hay que devanarse los sesos para entenderla. Lo mejor es entrar en ella y dejarse llevar por sus sonidos, aromas, trastocadas formas.

En ella predomina el dinamismo. Las cosas ejecutan acciones. Están en movimiento: “el blanco silencio se dobla, / extiende su sábana, / apaga entibiando.” (…) “¡Qué voces moviendo colores / uniendo lo leve! / Corre por la arena la casa, / se acerca al oído brillando.” (…) / “Canta el ojo del tiempo, / se oye la violenta / hoja que se ha desprendido / por su pupila;” (…) La generosa bondad / oye el rostro de los ausentes, / dobla a la lanza desmedida / su triste misericordia, / al desventurado cuchillo / las crines de su piedad / (…)

Su poesía no es verso, sino música sinfónica. Por esa razón, no considero que se pueda ubicar en el vanguardismo porque, si bien rompe con los moldes tradicionales, su ritmo y musicalidad lo hace un clásico singular.

Por último, habría que decir que la poesía de Juan Restrepo no es para el vulgo, sino para espíritus selectos, catadores de buena literatura, mentes luminosas y abiertas…

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