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Cultura  |  18 diciembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La Camarada María Libertad

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María Yanet Acosta Patiño, La camarada María Libertad [Fotografía de Juan Felipe León]

Primera parte

Por Libaniel Marulanda

En la Constitución Política de Colombia, que nuestra ubérrima dirigencia ha intentado volver trizas, se determina la libertad de pensamiento y de expresión como máximo derecho. Y en el ideario de hombres y mujeres que deciden caminar en contravía del establecimiento, se establece de manera tácita que elegir la acera del frente, la izquierda -mano del demonio- conlleva a no sentir miedo; a saber que la muerte tiene boleta VIP en la humanidad del revolucionario. Hasta aquí todo es diáfano. Pero, si se vive en Colombia donde fueron ejecutados casi siete mil militantes reconocidos en las estadísticas, de un movimiento político como la Unión Patriótica, luego de enarbolar la bandera blanca; aquí, donde han asesinado más de trescientos excombatientes de la guerrilla más vieja del mundo, firmada la paz y ya desmovilizados;  sí, aquí en donde el último líder social fue asesinado antier o ayer, el pánico es cotidiana agonía.

[Fotografía de Juan Felipe León]

Por eso entiendo su ausencia cuando, preciso, coincide con el apremio de narrar su vida. Porque ella vive en tantas partes y en ninguna a la hora del té y porque, igual que la foliatura de su existencia, ella misma es una paradoja que se desplaza airosa en un corto espacio que comprende la peatonal carrera 14 o Cielos Abiertos, nuestro tontódromo de Armenia. Lo irónico es que allí se encuentra todos los días, ¡con excepción de aquellos en que uno quiere encontrarla a ella!, la camarada María Libertad, la eterna militante de la izquierda de todos los matices que con setenta y siete años a cuestas es una prueba irrefutable de que se puede viajar en el barco de la ideología por la equidad social sin que sea necesario practicar el canibalismo sectario, esa verruga inextirpable que parece ser el sine qua non que, pedantes, llamamos la praxis, compañero.

[Fotografía cortesía de César Ramírez Cuartas]

Confieso, eso sí, que al conocerla, tres décadas atrás, la percibí como sobreactuada actriz de película de Eisenstein por su atuendo. Pero ahora, treinta años después, la sobreactuación corresponde a un hondo sentimiento mío de respeto y admiración porque veo a la camarada María, con esa boina que parece gritar ¡Aquí estoy!, aun en la más abigarrada y multitudinaria manifestación, a la más bonita y revolucionaria de todas nuestras mujeres latinas: a Vilma Espin. Porque, treinta largos años después de conocerla en Armenia durante un solemne Primero de Mayo, me sobrecoge al unísono el temor por su vida  y la irrevocable convicción de que todo cuanto era la suma de nuestras ilusiones revolucionarias, aún maltrechas y malheridas, siguen palpitando en esta, sin duda la travesía final de nuestras vidas de ilusos que nunca quisimos establecer fronteras sectarias entre dos concepciones políticas diversas, cuando terminamos bautizados con el genérico de Mamertos.

[Fotografía de Juan Felipe León]

La voluminosa historia de la camarada comienza dentro de un contexto que parece prematuro a lo que habría de ser La Violencia en el viejo Caldas: nació el seis de octubre de 1945, cuando el período de lo que se llamó La revolución en marcha, comenzaba a agrietarse por la próxima renuncia de Alfonso López Pumarejo, quien decidió entregar el poder en diciembre de ese año cuarenta y cinco, de victoria de los aliados en la segunda guerra mundial. Nació en el corregimiento de Quebradanegra, cercano al municipio de Calarcá. Ese sitio poco tiempo después, posesionado el presidente Mariano Ospina Pérez, gestor de la instauración en Colombia de la Policía Chulavita y el fanático terror del conservatismo, registró tanta afluencia de hechos sangrientos como de actores del conflicto mismo.  El recuento de su historia nos muestra que de allí provinieron los famosos hermanos Vásquez Castaño, fundadores del E.L.N. en 1964.

[Fotografía de Juan Felipe León]

La verdad procesal de su identidad señala que nuestro personaje responde al nombre de María Yaneth Acosta Patiño, con setenta y siete años por cumplir. Estaba previsto que se llamaría Margarita. Hoy se le conoce como María Libertad, aunque es sólo María, y aquello de Libertad, tiene tras de sí la categoría de quimera y una licencia poética. Un doloroso suceso se interpuso en su vida: La finca de sus padres en Quebradanegra comenzó a ser blanco de las incursiones de las bandas sectarias. El cruento asedio condujo a la muerte postparto de la madre de nuestra María Libertad. Su padre, entonces, tras sepultar a su esposa fue un desplazado más, con una niña de ocho días de nacida, que envuelta en una ruana fue obligado por las circunstancias a acudir al orfelinato de Armenia, en donde las Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver regentaban una sala cuna.

[Fotografía de Juan Felipe León]

No hubo cupo para la bebé en la sala cuna. Por eso la decisión tenía que ser urgente, irrevocable y dura para don Carlos Marulanda Vélez, oriundo de Calarcá, padre de la niña que no se llamó Margarita, que nació huérfana siendo hija de doña Edelmira Quintero Agudelo. Durante dos días su padre estuvo librando la batalla por conseguir a quién confiarle el pequeño ser llegado con La Violencia a engrosar el inventario de la infamia en un país que setenta y un años después habría de darle el portazo a la posibilidad de silenciar los fusiles. En el Parque Uribe existía un ropero para pobres, dirigido por una buena señora conocida como Emilia la trapera. Su casa era un solidario costurero al que acudían a refaccionar y coser señoras de la Armenia de entonces. Una de ellas era doña María Catalina Patiño, joven recién casada y procedente de Itagüí.

 (Continuará)

Calarcá, diciembre 18 de 2022.

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