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Cultura  |  18 diciembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Violencia de género, arte y literatura (II)

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Josué Carrillo

Los relatos mitológicos con todo su alto contenido de violencia física y sexual, violaciones, raptos, incestos, asesinatos y más pasaron de la Grecia clásica a Roma; y la civilización romana, que era abierta a las ideas y costumbres foráneas, en un proceso de sincretismo cultural los hizo suyos. Como en el arte griego, en el del Imperio romano abundan las representaciones en que se rehacen los casos de violencia y dominación que ejercen los dioses contra las diosas y heroínas. En la literatura, en los quince libros de la epopeya Metamorfosis del poeta romano Ovidio son muchas las violaciones, más que en ningún otro género literario. Dice Stephanie McCarter, la articulista de The Washington Post, que en dicha epopeya aparecen casi cincuenta violaciones, intentos de violación y raptos. Muchos de tales episodios de violencia física, sexual y sicológica han inspirado desde entonces innumerables y conocidas creaciones artísticas y han servido de fondo a numerosas obras literarias.

Dentro de la sociedad romana, aún desde la fundación de la ciudad, la violencia ejercida por dioses contra diosas, semidiosas y damas mortales, tan frecuente en los relatos mitológicos, es una manera con la que se busca instaurar el patriarcado, justificar la hegemonía del varón en los espacios público y privado, relegar a la mujer a ciertos oficios, más artesanías que artes, y convertirla en guarda del hogar.

Mencionar a los dioses acosadores y violadores y al sinnúmero de féminas asediadas y violadas bien puede requerir libros gruesos; aquí solo se citan algunos, para indicar las obras de arte que plasmaron escenas de raptos, violaciones y otras jugarretas de las muchas divinidades que en el mundo han sido. Las sabinas, Lucrecia, Proserpina, Cloris, Antíope, Calisto, Oritía, Lotis y muchas más son las protagonistas de numerosas obras literarias y sus relatos sirvieron de modelo a pintores y escultores de épocas y escuelas diferentes como Botticelli, Sebastiano del Piombo, Caravaggio, Bernini, Rubens, Rembrandt, Goya, Gentileschi, quienes, pasando por encima de la violencia sufrida por ellas, las convirtieron en mito.

Se conocen relatos como El rapto de las sabinas y pinturas en donde se naturaliza la sumisión de la mujer, se acepta, incluso se justifica, la violencia contra ella; o las Lupercalias, esas festividades en las que se recrea el mundo violento masculino del semidios Fauno (Pan) y de las ninfas deseadas, perseguidas y violadas.

La violación de Lucrecia, modelo de castidad, y su posterior suicidio a causa de esa violación, por un primo de su esposo, quedó expuesta en la obra Tarquinio y Lucrecia del pintor Tiziano hecha en el siglo XVI. Sobre esta legendaria noble romana y su violación escribió William Shakespeare un poema narrativo y a ella alude en varias de sus obras (Tito Andrónico, Macbeth, Cimbelino). Este relato es en parte mitológico y en parte histórico, pues no existen fuentes contemporáneas de Lucrecia y del suceso, que provocó una revuelta contra los Tarquinios y dio lugar a la fundación de la República Romana.

En el grupo escultórico Apolo y Dafne, hoy en la Galleria Borghese, en Roma, Gian Lorenzo Bernini recrea el relato en que el dios Apolo enamorado persigue a la aterrorizada ninfa Dafne, convertida parcialmente en un laurel, pues sus padres, Gea y el río Ladón, para protegerla del acoso, la transformaron en árbol y cuando Apolo la alcanzó, ya la transformación había empezado.

Las diosas, semidiosas, ninfas y heroínas mortales no solo sufrían el asedio de los dioses principales, también los semidioses, titanes, héroes, hasta los vientos eran dados a perseguirlas, pero, como suele suceder en la vida real, ellas también encontraron la manera, aunque no siempre exitosa, de escapar del acoso. A veces salían airosas bien fuera porque concertaban los beneficios que el acosador les ofrecía a cambio de sus dádivas amorosas, o porque lograban burlar a sus pretendientes mediante artificios, uno de los cuales era la metamorfosis. Un ejemplo de esta fórmula de escape lo constituye Cloris, diosa de los jardines, tomada de la mitología griega: ella era perseguida por Céfiro, el dios del viento, hasta que la alcanzó y la violó; calmado su deseo, la hizo su esposa y la llenó de regalos, entre los cuales había un paraíso terrenal lleno de flores a donde acudían las Gracias a entrelazar coronas en sus cabellos. Esta es la diosa que el pintor Sandro Botticelli inmortalizó en su cuadro La Primavera, ícono del Renacimiento italiano, que se conserva en la Galería Uffizi, en Florencia.

Pero no solo Céfiro deseaba a la ninfa Cloris, también su hermano Bóreas la apetecía, pero ante la imposibilidad de lograr su cometido, buscó otra fulana que le calmara el antojo y encontró a la princesa Oritía a quien raptó a pesar de la oposición del padre de la princesa. La escena del rapto la pintan Sebastiano del Piombo (1512) en un fresco de una de las salas de la Villa Farnesina, Roma, y Peter Paul Rubens (1620) en un óleo, hoy en la Academia de Bellas Artes de Viena.  

En el libro VI de Metamorfosis, el poeta Ovidio narra la escena en que el dios Júpiter, transformado en un sátiro, seduce a la ninfa Antíope. El pintor Jean Baptiste Pierre (1714 – 1789) representa en un cuadro el momento en que Antíope se abandona en los brazos del impostor. Esta obra, Júpiter y Antíope, que se conserva en el Museo Nacional del Prado, en Madrid, es compañera de otra escena de violación, Diana y Calisto, también narrada por Ovidio en el libro II de las Metamorfosis. Aquí la víctima del dios Júpiter es Calisto, ninfa muy bella miembro del séquito de la diosa Diana; para armar la trama y alcanzar su objetivo Júpiter tomó las facciones de la diosa y así logró seducir a la ninfa y para rematar, la embarazó. Con esta jugadita metió a la ninfa en un serio problema, porque Diana exigía que sus acompañantes fueran vírgenes como ella. Pierre representa en su cuadro el momento en que Calisto se le entrega a Júpiter disfrazado de Diana.

Uno de los dioses menores de la fertilidad, Príapo, le clavó el ojo a Lotis, una de las ninfas de los ríos y las fuentes, y quiso violarla cuando la vio dormida, pero ella le salió adelante y logró escapársele al convertirse en una flor de loto. El intento de violación, pero no la conversión en loto, lo inmortalizó el pintor renacentista Giovanni Bellini en su Festín de los dioses, que se conserva en la Galería Nacional de Arte, en Washington.    

A los ojos del mundo actual es inimaginable que todos unos dioses, seres superiores al género humano, pudieran comportarse de esa manera brutal como lo hacían; también resulta inaudito que haya habido mujeres jóvenes e indefensas que tuvieran que aceptar sin la menor resistencia los ultrajes y violaciones a que fueran sometidas. El final de todas esas fiestas llegó con el advenimiento del cristianismo, que trajo un cúmulo de nuevos valores y normas de comportamiento en la vida personal y social. El dios único de la fe judeocristiana sustituyó a los dioses del Olimpo griego y el Panteón romano, marcó el fin de la cultura grecorromana y los relatos mitológicos quedaron relegados a las simples historias fantásticas que llaman mitología.

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