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Cultura  |  01 abril de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La filosofía de un pueblo sin prisa

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Gloria Chávez Vásquez

En su libro Elogio de la lentitud el escritor Carl Honoré sostiene que el culto a la velocidad ha terminado socavando la salud, la productividad y la calidad de la vida moderna. Como respuesta, cada vez más personas están frenando el ritmo agitado de sus vidas.  El autor analiza el impacto de Cittaslow (1999) un movimiento que comenzó en Italia y ahora abarca más de 240 urbes sin prisa en 30 países.  

Un pueblo o ciudad sin prisa es un lugar con menos de 50.000 habitantes, donde la ciudadanía aprecia sus tradiciones, apoya la diversidad cultural, celebra las características locales y disfruta su calidad de vida. Vivir y manejar una ciudad sin prisa es llevar a cabo un estilo de vida ordinario, más que dejarse llevar por las modas. Es además una forma más humana, que contribuye al carácter de una región, no solo porque promueve el diálogo y la comunicación entre productores y consumidores locales, sino con el mundo entero. 

El símbolo de Cittaslow es el caracol, cuyo propósito de vida es ir despacio. El ser humano a su vez, toma tiempo para observar y reflexionar en el camino. Es una invitación a pensar sobre lo que se quiere ver y escuchar y de paso nutrir su espíritu. Inevitablemente, sus miembros son partícipes de la Red de Viajes Slow que promueve el turismo responsable hacia esos lugares sin prisa. 

 Cambiar un paradigma

Pijao, en la cordillera central del Quindío, en Colombia, fue el primer pueblo en Latinoamérica en unirse a Cittaslow. Ahora cumple 12 años como Pueblo sin Prisa. La gestora de esta iniciativa, fue Mónica Flórez, comunicadora y ambientalista. Investigadora y ex catedrática universitaria.

Al comienzo, la gente se resistió a la idea de un cambio. “Crear conciencia fue el resultado de muchos años”, cuenta la activista, “hablando con la ciudadanía, decirles que era importante el valor del silencio, el aire, la tranquilidad, los espacios naturales, de poder caminar lentamente en la ciudad”. 

Pijao era un pueblo que había sido asolado por el terremoto de 1999 y una toma guerrillera en 2001. Allí no había nada, decían. Nadie venía al pueblo por considerarlo peligroso. La educadora se dio a la tarea de convencer a la gente de que el municipio tenía opción y oportunidad económica, social y cultural. 

Rodeado de ríos y montañas; vigilado por el páramo y diversidad de fauna y flora, Pijao es un pueblo encantador de arquitectura colonial muy colorida. Una plaza con iglesia, restaurantes típicos y cafeterías donde se sirve variedad de cafés regionales. Su gente es amable y solidaria, dispuesta a compartir las cosas básicas elementales con esa generosidad que, como dice Mónica, nace del alma.

Además, es una población centenaria (1902) construida por y para el café. Sus fundadores llegados de todo el país, fueron titanes que transformaron la cordillera a fuerza de trabajo y sacrificios y sin el apoyo del Estado. En 1928 comenzaron el cultivo del café y en las décadas de los 50 a los 80, las cosechas fueron abundantes. Lidiaron con la violencia de los 50, y con la crisis del pacto cafetero en 1989, cuando la mayoría de los cultivadores lo perdió todo. Sin embargo, la gente supo reinventarse y salir adelante. Muchos de sus ciudadanos emigraron a lugares como Israel, España y Estados Unidos —cuenta Mónica. La economía que se movió en Pijao en la década de los 90 y parte de la década del 2000, fue gracias a las remesas que recibían sus familiares.

Con tan solo 7.200 habitantes, Pijao basa su actual economía en los productos locales, la variedad de cafés de la región, la artesanía y el turismo. Como parte del modelo de Cittaslow. su prioridad es conservar el paisaje y la arquitectura. De un pueblo que se pensaba “un moridero” pasamos a uno que ahora se viste y se engalana a través de su café, sus guías, sus casas y toda su población. Todo esto llevó a una recuperación del legado de sus fundadores.

Mas tiempo para disfrutar la vida. 

La gente viaja buscando los pueblos, donde la vida es más autentica, para aliviar el stress de la ciudad. Para escapar la banalidad de los medios y el consumismo y tratar de encontrar el sentido de la vida y la espiritualidad. “Contemplar, observar y meditar sobre el paisaje ya es hacer algo” porque la conexión y desconexión renueva las energías.  

La Pequeña Casa Pijao es un alojamiento para seis personas, con biblioteca y piano, pero sin televisión. Desde allí, Mónica Flórez trabaja en colaboración con guías locales que practican avistamiento de aves, senderismo y ciclo montañismo. La pequeña casa es una especie de movimiento cívico al sur del Quindío, conectado a la Red de viajes slow. Desde su mesa básica en un patio que es a la vez un vivero, observa los diferentes verdes, la montaña y escucha el rumor de la quebrada, disfrutando el café que prepara su hermana. Vivir desde lo simple no es como lo ven algunos, una vida estoica o monástica, sino más bien un privilegio.

Flórez está consciente de que el turismo es holístico. Que requiere de recursos básicos como el agua potable. Es un intercambio económico y cultural porque si hay viajeros hay una economía activa y una conexión con el mundo. Es una forma mutua de compartir inquietudes. Un viajero consciente respeta el lugar que visita no tirando basura, interactuando culturalmente con la gente local; no prestándose al turismo sexual ni al de los alucinógenos. (Decálogo del viajero consciente).

La ambientalista ha notado que la gente puede hacer más sin el control del estado en la vida del ciudadano. En efecto, gran parte de las capacidades instaladas, en lo referente a viajes, es y ha sido un esfuerzo privado. Aun así, existe un presupuesto público destinado al turismo al que los interesados deberían tener derecho a utilizar. 

Pero, ¿Qué quiere la ciudadanía? En 2017 mediante una decisión de la Corte Constitucional, se pudo decir No a los proyectos nocivos en la localidad. Como concejal de Pijao, Mónica lideró una consulta popular en la que el 98% de la gente decidió que no quería la minería a gran escala. 

Actualmente los ciudadanos del eje cafetero esperan que los gobiernos regionales impidan a empresas nacionales o extranjeras que zanjan el territorio y alteran el paisaje, que se ubiquen en las partes altas de las montañas. De ese modo se recuperarían las áreas de los municipios donde se genera el agua. Para ello deben superar el obstáculo mayor: la corrupción, que, como dicen los locales “se volvió paisaje”.

En cuanto a lo que atañe decidir a la ciudadanía, los políticos quieren un turismo de talla mundial que no es sostenible en la región. Creen que la cantidad— casi siempre enemiga de la calidad— es lo mejor para la economía. No tienen en cuenta que el turismo en masa es dañino. Lugares turísticos como Venecia. Costa Rica o la Isla de San Andrés se han dado cuenta de que cuando el turista no es consciente, no aprecia, no valora, no respeta. Es así como se han perjudicado las áreas turísticas del norte del eje cafetero. En algunos casos el turismo acaba con el producto local o solo se cultiva para el consumo turístico. Por otra parte, el lema de las grandes agencias turísticas: “todo incluido” afecta la variedad y el crecimiento de la economía local.

La sociedad civil del Quindío y el Eje Cafetero está cada vez más consciente de que el turismo es mucho más que infraestructuras, aumento de vuelos, visitantes o enormes inversiones. Turismo es cuidar lo que ya existe. Viajar es descubrir una identidad perdida, un paisaje en lo desconocido, autenticidad, tranquilidad, privacidad. Es conocer un oficio único, como el del tejido a punto de desaparecer. Es respirar aire limpio, transitar con un profundo respeto hacia todas las formas de vida locales, es una conversación entre quien llega y quien recibe. 

Algunos gremios y miradas publicas insisten en el turismo como un “todo” en nuestras regiones, pero ese “todo” no ha permitido que la ciudadanía local viva mejor, ni tenga una mejor movilidad, un mejor servicio de agua potable, o, una mejor educación en algunos de los municipios “más turísticos”. Se escucha hablar, trilladamente, de turismo consciente, pero a la vez se habla de la apertura de más atractivos y parques temáticos para atraer más visitantes en masa, a una región frágil y fragmentada.

Como el resto de sus coterráneos conscientes, Mónica Flórez tienen la esperanza en que surjan lideres más flexibles en el gobierno local y regional que reconozcan la urgencia del diálogo, y que activen su autoridad en el cumplimiento de las reglas. Que echen a andar la responsabilidad de enforzar el cumplimiento de la ley en lo relativo a la señalización de vías urbanas, la protección del espacio público para evitar su invasión, la reactivación de la ley contra el ruido y la contaminación auditiva, la prevención de la gentrificación del territorio, la regulación de la entrada de visitantes a los Parques Nacionales, así como a Distritos Regionales de Manejo Integrado, tales como Salento, Pijao, y Génova.

Concientizar es educar. Una labor permanente que requiere la colaboración de todos y cada uno de los individuos que forman parte de una comunidad.

Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos 

 

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