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Columnistas  |  17 marzo de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Horacio Gómez Aristizábal

Humanismo con sentido social

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Horacio Gómez Aristizábal

La cultura de María Clara Ospina, como es apenas natural, coincide con su temperamento. Es una cultura sólida de hondo contenido social. Su prosa es elegante y bruñida, fluida y musical. En sus párrafos, en sus pensamientos, en sus imprecaciones, se constata la presencia de una mujer erudita, bien informada y coherente en su trabajo. Incursionó exitosamente en la narrativa con una hermosa y apasionante novela titulada El sembrador de mariposas, de 290 páginas que se leen con ansiedad y frenesí. Dicho trabajo cumplió con las exigencias señaladas por Cortázar “encadenamiento de emociones, estilo incisivo y dinámico, sin cuartel desde el principio hasta el fin”.

Este tipo de lectura son una terapia, en una época como la que atraviesa Colombia, por la polarización política, y en la que solo se destaca lo frívolo, lo banal, lo siniestro y lo catastrófico. Cifras escalofriantes de una corrupción rampante; la voracidad de una clase dirigente insaciable, una justicia en impresionante crisis y un país arrinconado ante un futuro dominado por la incertidumbre y la frustración. María Clara Ospina se muestra con una rica imaginación que es al mismo tiempo la de una gran dibujante y la de una excelente colorista. Sabe ver, sabe evocar mentalmente y describe todo lo que el alma ha ideado en sus momentos de esperanza o ensueño, de tristeza o de abatimiento. Se adueña de los escenarios, del paisaje de las sensaciones, detiene el contorno en la memoria y lo embellece sin falsear nada al expresarlo. Su fértil pluma encuentra de manera absolutamente natural, secretas armonías entre las cosas, analogías espléndidas entre las partes de ese gran todo que es el ambiente de una novela muy bien hilvanada y desarrollada. Vidente y visionaria, tiene el don del ritmo y de la música. La metáfora parece ser el fruto natural del pensamiento de la autora. En su cerebro caben todos los relatos, manteniendo la altura y el carácter específico de los personajes. Gide repetía que el novelista debe oír a los protagonistas con respeto y no suplantarlos y hablar por ellos. Y agregaba: el autor de una novela es como Dios, está en todas partes, pero nadie lo puede ver.

La novela como el cuento es tan antigua como el hombre. El ser humano no se conforma con la dura realidad. Su imaginación lo incita a gozar otros mundos, otras fantasías y otros espacios.

Fácilmente se explica el buen caudal de lectores con que cuenta María Clara Ospina. Se trata de una intelectual que vive al día, lee todo lo que puede y trasmite todo lo que sabe. Su pluma tiene magia. Ilustra agrandando y cautiva informando. Es muy fuerte su simpatía por los lugares, los paisajes, las historias de otros pueblos y las tradiciones de otras razas. Su curiosidad intelectual es inagotable. Con fervor y sedienta de conocimientos visita todos los países. Siempre analiza, critica, elogia, elabora conclusiones y hace aportes de enorme interés.

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