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Columnistas  |  21 mayo de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Celina Colorado

Armenia es Macondo

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Celina Colorado

Macondo tuvo una prosperidad sin par cuando la compañía bananera se estableció en la región. Fue un pueblo floreciente a donde todos querían venir para disfrutar de las mieles del dinero, de la solvencia económica, la prosperidad, el progreso y los estados lujuriosos de parrandas interminables subsidiadas por la producción y exportación del banano. Y con la compañía llegó la hojarasca. “...Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos....todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte...En medio de aquel ventisquero, de aquella tempestad de caras desconocidas...los primeros éramos los últimos; nosotros éramos los forasteros, los advenedizos”.

Pero ese pueblo floreciente se hundió en la pobreza, en la miseria de sus excrementos, en el abandono cuando se fue la compañía bananera. Se acabó el banano y la plata. “Como si Dios hubiera declarado a Macondo innecesario y lo hubiera echado al rincón donde están los pueblos que han dejado de prestar el servicio a la creación”. “Todo Macondo está así desde cuando lo exprimió la compañía bananera”.

También Armenia fue un pueblo floreciente cuando las compañías multinacionales del café se establecieron en la ciudad. Eran casi diez, que compraban el café a los campesinos, desde las fondas, lo trillaban y lo exportaban. La ciudad milagro se le llamó por su inusitado y desbordado progreso. Había llegado la hojarasca del café. Abundancia, riqueza, comodidad, lujos, un ventisquero de caras nuevas, de advenedizos que hicieron su riqueza, compraron la tierra, pero no pensaron sino en ellos, jamás en su pueblo, ni en la esquela de pobreza que iban regando en su afanoso proceso de acumulación. Y en esa tempestad bailó la lujuria en noches inolvidables de boleros y valses en Farallones, La Libertad y Las Brumas, donde las putas amaban con el corazón.

Pero un día, como en Macondo, las compañías de café se fueron y la ciudad quedó taciturna, devastada por los recuerdos. Con miles y miles de pobres en las calles, hacinados, hambrientos. Un viento final trató de barrer a Armenia hace 19 años, un 25 de enero de 1999, pero algunas almas caritativas se acordaron de ella y sembraron la ciudad de minúsculas casas y grandes edificios públicos, pero el pueblo siguió taciturno, devastado por los recuerdos del café, hambriento y con disposición de delinquir para sobrevivir.

La hojarasca de la desgracia está en Armenia, como alguna vez en Macondo, sólo que aquí en el antiguo y próspero Quindío es muy posible que se quede porque una borrasca de escombros, atolondrada e imprevista se apoderó de sus gobernantes.

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