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Columnistas  |  28 marzo de 2019  |  05:12 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Seguimos con dos presidentes en Colombia

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Aldemar Giraldo

Una de mis nietas me preguntó: “Abuelito, ¿cómo se llama el presidente de Colombia?”. Quedé como colgado de una pita, no sabía qué responder; ante la mirada inquisidora de la pelafustanilla, le contesté: “En este momento, hay un presidente que manda y otro que obedece; el que manda se llama Álvaro Uribe y el que obedece, Iván Duque; para que no tenga problemas en la escuela, dígale a la profesora que no pudo encontrar la respuesta, que se dañó internet y que en la casa ya no manejan libros.”

Hay muchas razones que refuerzan la respuesta: el señor Uribe sigue haciendo Consejos Comunitarios en distintas ciudades, al igual que en su período 2000- 2010; desde esos espacios hace diagnósticos e instaura tratamientos; da órdenes, regaña en público y se siente el Mesías que salvó a Colombia de convertirse en un Estado fallido. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, su llamada a la directora de la Agencia Nacional de Tierras, Miryam Martínez, en la cual le pedía, en público, que recibiera a unos congresistas para que solucionara un problema de tierras que se presenta en un resguardo de Riosucio, Caldas? La cosa no se queda ahí, la funcionaria se dirige a él como presidente y este le da las órdenes sobre qué hacer contra los resguardos de Caldas y Cauca, aclarándole que recurre a ella por la confianza que se le tiene y por pertenecer a este gobierno.

No en vano, muchos miembros del gabinete actual han mencionado a Uribe, “equivocadamente”, al referirse al presidente actual, quien lo menciona como “presidente eterno”. Todas las objeciones a la JEP, presentadas por Duque, son obra y gracia del senador expresidente. Nada se hace o se dice sin su permiso; las ejecutorias del gobierno actual deben llevar su visto bueno y cualquier candidato o burócrata debe contar con su bendición o aval. Como en la patria boba, el niño presidente imita sus consejos comunitarios y se disfraza con sombrero alón, poncho o guitarra al hombro, para acercarse al pueblo, cuando trata de vender sus menjurjes, pomadas milagrosas o fórmulas magistrales. Con la velocidad del rayo vuela a la frontera oriental, acompaña a Vives y luego se dirige al Chocó para prometer ayudas que nunca llegarán.

En una misiva especial a don Alvaro, la Presidenta de la JEP, magistrada Patricia Linares, le pide juego limpio a Uribe; le solicita debates “ajenos al insulto, la desinformación y la distorsión de las funciones que tienen a su cargo”, haciéndole ver que la paz es un derecho y un deber de todas y todos los colombianos, un deber ético y jurídico que nos vincula sin distingo”; en su carta, Linares le recuerda que la paz no le pertenece a él ni a ningún partido politico. Queda claro que esta gran preocupación de la magistrada se fundamenta en ataques recibidos constantemente del caballista de Antioquia, como también, en las polémicas vallas promovidas por el Centro Democrático, a través de las cuales se encasilla temerariamente a la JEP del lado de los victimarios.

Terrible el mensaje que recibe la población, la cual queda entre la espada y la pared; indigno que el “presidente a la sombra” nos empuje hacia el odio, la revanche y la guerra; que nos haga pensar que quien sea amigo de la paz es enemigo de Colombia y que lo que se haga para terminar una contienda fratricida no es otra cosa que un regalo para los victimarios. Como decía mi abuela: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.

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