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Columnistas  |  16 mayo de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Federico Acevedo

¿Hay principios absolutos?

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Federico Acevedo

Ningún principio es absoluto. Los dilemas morales son dilemas precisamente porque entran en conflicto dos o más principios. Supongamos un caso donde debemos hacer A y debemos hacer B, siendo A igual de importante que B. Pero resulta que nos encontramos en una situación en la que si hacemos A, no podemos hacer B. Y si hacemos B, no podemos hacer A. Es decir, nuestro principio de hacer A entra en conflicto con nuestro principio de hacer B.

Esta situación hipotética, de hecho, se da con frecuencia en el mundo real. Por ejemplo, apoyar o no un acuerdo de paz con un grupo armado insurgente. En este caso, colisionan dos principios: el de la paz (entendida como cese del fuego y reconstrucción de la memoria histórica) y el de la justicia penal. Es evidente que firmar la paz requiere altas dosis de impunidad, porque los perpetradores de crímenes no recibirían el castigo que está estipulado en la ley ordinaria. Precisamente, y para que la impunidad no sea absoluta, se crea una justicia transicional. No obstante, pese a dicha justicia especial, sigue habiendo un sacrificio enorme en materia de justicia penal. Pero no firmar el acuerdo de paz es seguir con una confrontación armada que mata más civiles que combatientes y que tiene un costo económico enorme, en una sociedad con una parte importante de su población viviendo sin las necesidades básicas satisfechas. ¿Qué debemos hacer, entonces, en este caso? ¿Sacrificamos justicia penal por lograr la paz o sacrificamos la paz por la justicia penal?

Otro ejemplo: supongamos que un padrino de bautismo le regala, de cumpleaños, un videojuego a su ahijado. El niño pretende jugar siempre solo, y no piensa compartir el videojuego con su hermano menor. La madre se enfrenta, entonces, a un dilema: ¿le respeta lo que es de él o le obliga a compartir el videojuego con su hermano, para forjarle un carácter generoso? Si le respeta lo que le pertenece, entonces no le forja un carácter generoso, pero si le forja un carácter generoso, no le respeta lo que le pertenece. ¿Qué es más importante reforzarle al niño en ese caso: el principio de respetar lo ajeno o el principio de la generosidad?

Otro ejemplo: supongamos que nuestro país se enfrenta a una segunda vuelta presidencial, y que ninguno de los dos candidatos enfrentados nos gusta. Sería muy comprensible que decidiéramos votar en blanco si consideráramos que las dos candidaturas son igualmente nocivas para nuestro país. Pero ¿qué pasa cuándo hay un candidato cuyas ideas ocasionarían un daño mayor que las del otro? En este caso, nos enfrentaríamos a un dilema: ¿votamos en blanco en aras de respetar el principio de la coherencia política (aun a sabiendas de que no se repetirán las elecciones ni ganando el voto en blanco) o sacrificamos nuestra coherencia política en aras de evitar un mal peor para el país?

Lo ideal, en todos los casos anteriores, es tomar la decisión que más razones parezca ofrecer en su favor. El error, entonces, consistiría en asumir un principio como absoluto. Hay casos en los que debemos sacrificar un principio por otro. Desgracidamente, la vida es así. Ni siquiera el principio de no matar es absoluto. No debemos matar a nadie, pero hay casos en los que se justifica; por ejemplo, cuando se realiza en defensa propia. La persona dogmática no entiende esto, porque cree que hay un principio absoluto, que no admite excepciones, o porque no cree que los principios puedan entrar en conflicto. Es decir, no podría admitir la existencia de dilemas morales genuinos, porque tendría que admitir, al mismo tiempo, que no hay principios absolutos o que los principios no entran en conflicto.

 

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