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Columnistas  |  10 diciembre de 2019  |  12:23 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

Marchantes, en guerra contra la realidad

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Juan David García Ramírez

En el año 2008, Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, publicó La Era de las Turbulencias. Allí hacía un repaso de algunas de sus experiencias de vida, y luego dedicaba varios capítulos a explicar su visión de la economía global y los desafíos planteados a Occidente, como por ejemplo, el ascenso de China y, como él mismo expresó, “los afilados codos de Rusia”. La percepción que los economistas se forman de la realidad, así como las respuestas o soluciones que proponen, no suele gozar de popularidad entre la opinión pública, pero tampoco en los círculos académicos e intelectuales, donde es todo un arte especular e imaginar mejores mundos posibles, aún si las cifras y los hechos derrumban sus utopías, generalmente de corte colectivista.

Ya en la década pasada, Greenspan advertía sobre las tendencias que darían más acento a las crisis económicas en nuestras sociedades, y que, desde luego, traerían cambios inexorables. Una de ellas, la contracción demográfica en países que alcanzan su madurez, con la consecuente inversión de la pirámide poblacional, esto es, cada vez más personas en edad de retiro y una disminución paulatina de la población en edad de trabajar, ha llevado a los gobiernos y sus estrategas a plantear la necesidad de reformar los sistemas pensionales y los regímenes laborales. Como resultado del aumento en la esperanza de vida, es un hecho que quienes ahora se incorporan a la vida social responsable, deberán trabajar más años, bien sea para asegurar su propia jubilación, o bien para garantizar que los ya retirados seguirán recibiéndola. Para millones de personas, esto suena apocalíptico, inmoral e inaceptable. Es la pesadilla en que, según los marchantes de estas semanas y meses en Chile, Francia, Colombia o Estados Unidos, nos ha metido el Capitalismo, con sus voraces bancos y fondos privados de pensiones. Las agremiaciones de maestros de la educación pública (no millonarios, mas sí titulares de una estabilidad que los demás ni alcanzan a soñar) y los liberados sindicales de las centrales obreras, siguiendo la invitación marxista a la unión de todos los proletarios del mundo, continúan llamando a los incautos a manifestarse en las calles, ya ad portas de la Navidad, aún al altísimo precio de causar multimillonarias pérdidas a quienes, con gran laboriosidad y frágil prosperidad, financian sus onerosos reclamos. No es otra cosa que la guerra contra la realidad, igual que en Mayo de 1968, cuando la consigna más repetida fue “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, del filósofo francés Herbert Marcuse.

En la presentación de una ponencia en el año 2014, me atreví a citar a Alan Greenspan, considerando sensatos sus argumentos, y agregué algunos datos publicados por el Fondo Monetario Internacional en el World Economic Outlook de ese año. Las críticas apasionadas y las descalificaciones llovieron por parte de unos encumbrados doctores en Filosofía Política y Ciencias Sociales, que jamás habían revisado un reporte como ese, ni ninguno parecido, pero sentían el compromiso de corregirme, aunque no tuvieran la razón. En nuestro tiempo está haciendo una gran carrera la falacia de estar equivocado en los hechos y acertado moralmente (factually wrong, but morally right), para imponer a los estados toda clase de demandas con apariencia de justicia, sin importar que colapsen las economías y el principal impulsor de la generación de riqueza, el crecimiento, y se tornen imposibles el progreso y el desarrollo.

 

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