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Columnistas  |  23 enero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Celina Colorado

QUINDÍO, SIN MUCHA AGUA DISPONIBLE

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Celina Colorado

La temporada de pocas lluvias, o temporada seca, que muchos llaman verano, que se inició a finales de diciembre y que durará hasta muy avanzado el mes de marzo, según el IDEAM, será un gran revelador de la pobreza de ideas y proyectos de los gobiernos del Quindío. Una de las cosas que se hará evidente en estos tres meses es la poca agua disponible con inmediatez que tenemos en la región, pues la mayoría, como se dijo en un reciente informe de El Quindiano, son acuíferos, aguas subterráneas. Lo vamos a ver.

Pasada esta semana de algunas lluvias, volveremos a ver el río Quindío convertido en un lánguido hilillo de agua que contrasta con aquella vertiente de la que nos habló algún día Benjamín Baena Hoyos en su novela de colonizaje: El río corre hacia atrás. “…era de verlo cuando el cordón de sus aguas se levantaba como un espinazo torvo en alabeos furiosos. Entonces rugía voraz quebrando sus manos de agua contra las rocas, en remolinos y saltos. En las borrascas se oía a distancia su alarido de bestia flagelada, su grito orquestal (…) al adentrarse en la Hoya del Quindío era ya un río viril. También era un río medianero…”.

Cuando lo veamos, digo, convertido en un triste hilillo, vamos a volver a preguntarnos: ¿Olvidamos el proyecto de construir un reservorio de agua para el Quindío, a través los ríos Navarco y Quindío? El proyecto prácticamente desapareció de las agendas de los gobiernos departamental y local. No hay, en ninguna de las inversiones previstas, una prevención para tener agua disponible para una población superior a los 450.000 habitantes, que viven en Armenia, Circasia, Montenegro y La Tebaida, por lo menos.

Estamos de acuerdo en que no es conveniente construir una represa, por los daños ambientales que ello traería, pero también es conveniente pensar en un reservorio de agua, previendo las épocas de sequía que se nos anuncian con el cambio climático.

Somos un departamento turístico, eso lo debemos tener muy en cuenta. Y para serlo competitivamente, es necesario tener muy buena agua potable. Para nadie es un secreto que el 90 por ciento de las fincas convertidas en alojamientos rurales carecen de agua potable. Siguen sirviéndose de los antiguos acueductos rurales auspiciados por el Comité de Cafeteros o por las propias comunidades veredales, que fueron hechos para el lavado del café, no para el uso humano.

El turismo del Quindío peligra aquí, en la falta de agua. ¿Para qué miradores y teleféricos, para qué avenidas y separadores viales, para qué obras que muestran una cara linda si por dentro el paciente se muere deshidratado?

Hay que pensar en lo básico, hay que trabajar para tener un reservorio y un acueducto regional lo más pronto posible, si queremos ofrecerle un apoyo decidido a la industria del turismo. Lo demás, es inversión a pedazos, es una forma de clientelismo que ofrece pequeños contratos, fáciles de otorgar, sencillos de cobrar, y que pueden dar más réditos políticos, pero muchos menos beneficios colectivos.

Para el caso de Armenia, la cosa es todavía muchos más grave. Las aguas residuales, es decir todos los desperdicios de los sanitarios de Armenia seguirán campantes por nuestras 52 cañadas. La inmundicia seguirá paseándose por la ciudad, provocando más enfermos que cualquier otro vector, ante la indolencia oficial y colectiva. Claro, meter la plata debajo de la tierra, en colectores y tanques de descontaminación, no genera votos, como tampoco, por el momento, un proyecto como el acueducto regional. Este verano nos hará recordar, con la fuerza de la vivencia personal, las dificultades que tenemos para el suministro de agua potable. Ojalá que también nos concientice sobre la pobreza de dirigencia que estamos eligiendo cada cuatro años.

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