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Columnistas  |  05 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Agostino Abate Pbro.

¿MIEDO A DIOS?

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Agostino Abate Pbro.

La palabra miedo hace su ingreso en la Biblia como miedo a Dios. Escucharon, dice el libro del Génesis, el ruido de los pasos del Señor que paseaba en el jardín a la brisa del día, y el hombre con su mujer se escondieron de la presencia del Señor en medio de los árboles del jardín. Y el Señor llamó al hombre y le dijo:” ¿Dónde estás?”. Respondió: “He escuchado tu voz en el jardín: tuve miedo e me escondí”.

Hemos quedado con la convicción que, si Dios te busca después de haberte equivocado, es para acabarte o para revelar toda tu desnudez. Hemos permanecido por siglos con esa imagen de miedo. Basta observar una famosa pintura de Miguel Ángel representando al hombre echado del paraíso terrenal. La espada llameante del ángel amenaza en la nuca a Adán, mientras la mujer se retira espantada, encorvada y avergonzada. Y nos hemos quedado con esa imagen medieval.

Y no nos hemos fijado en que Dios, al hombre y a la mujer desnudos, le había cosido tiernamente unas túnicas de piel. ¿Por qué se nos quedó en la memoria una espada flameante llevada por un ángel enojado y no la imagen de Dios con las túnicas que había cosido? Me encanta un Dios que cose túnicas. No me trasmite miedo. Es un Dios que abre los cielos y no descarga rayos, sino que trasmite ternura. Este es mi Dios.

Por eso, es difícil no experimentar el temor cuando se abren los cielos. Nos lo recuerda por ejemplo el nacimiento de Jesús, así como nos lo cuenta Lucas. El cielo se abre con un vuelo de un ángel sobre el fuego de los pastores y sobre su campamento, en una mezcla de luces, de ropas ásperas y de olores típicos de las ovejas.

Los primeros en maravillarse fueron los pastores temiendo que aquel titilar de luces fuese una advertencia funesta. Siempre le habían enseñado que desde el cielo solamente podían caer rayos, ellos que pertenecían a la categoría de los alejados de la sociedad, como raza sospechosa a la cual se le adeudaban los robos y las fechorías de la comarca tanto que se le impedía entrar al templo. Como si fueran unos excomulgados.

La religión que habían conocido siempre le había hablado de un Dios enojado. Ellos, dice el texto, se llenaron de un gran temor. Más el anuncio era de alegría. Era como para frotarse los ojos. “No teman, les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo. Hoy ha nacido por ustedes en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor”. Ha nacido por ustedes. Y los pastores se miraban en la cara, incrédulos. Sin embargo, el ángel decía y repetía: ha nacido por ustedes, por ustedes que no cuentan nada. Por ustedes.

Y veían el miedo desaparecer como desaparece la nieve al débil calor del sol en primavera. “Éste es para ustedes el signo: encontrarán a un niño envuelto en fajas en una pesebrera”. Lo vieron acostado en una pesebrera. El Mesías en una ruda paja entre animales como cuando nacían sus niños. Ni más ni menos como ellos. Se sentían mirados desde abajo y no desde arriba y se le pasó el miedo. Porque el miedo se da cuando el hombre es mirado desde arriba hacia abajo. Esa mirada desde abajo desplaza la idea de la sociedad en que vivimos, la idea de una sociedad construida sobre jerarquías, sobre el terror, sobre el miedo. Cuando las relaciones entre persona y persona, entre pueblos y pueblos ponen unos debajo y otros encima, nunca se actúa en el nombre de Dios. Dios se ha rebajado para que desaparecieran toda forma de superioridad y de sometimiento.

Un midrash de la literatura rabínica nos ofrece esta narración: “Cuando era todavía niño un maestro me enseñaba a leer. Una vez me mostró en el libro de las oraciones dos letras minúsculas semejantes a dos punticos cuadrados. Me dijo:” ¿Ves, Uri, estas dos letras una a lado de la otra? Es el monograma del nombre de Dios. En todas las oraciones, cuando veas juntos estos dos pequeños punticos debes pronunciar el nombre de Dios, aunque no sea escrito por entero”.

Yo continuaba leyendo con el maestro hasta que encontré al final de la frase los dos puntos. Eran dos puntos cuadrados solo que no estaban el uno al lado del otro sino el uno debajo del otro. Pensé que se trataba del monograma del nombre de Dios así que pronuncié su nombre, al que el maestro me gritó: “No, no Uri. Aquella señal no indica el nombre de Dios. Solamente allá donde los puntos son uno al lado del otro, donde uno ve un compañero igual a él, solamente allí está el nombre de Dios. Donde los punticos son uno abajo y el otro encima, allí no está el nombre de Dios. Dios no se encuentra allá donde hay un dominio de uno sobre otro, allí hay únicamente miedo. Dios está allá donde uno ve en el otro un compañero semejante a él. Esto lo libera de todo temor.

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