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Columnistas  |  30 junio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Fernando Rojas Arias

CANTINFLANDO: PANDEMIA DE LA ESPERANZA

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Fernando Rojas Arias

Venía de Lima en compañía de mi esposa y de Julián, aterrizamos en el aeropuerto El Dorado en Bogotá, posteriormente nos dirigimos al muelle nacional, en la sala de espera de ese muelle me encontré con una gran cantidad de amigos que hacía muchos años no veía, eran compañeros del colegio Nacional, del colegio Rufino, del barrio Jesús María Ocampo que se encontraban radicados en el extranjero, y algunos personajes que esperábamos viajar ansiosamente esa noche a Armenia y conocer la suerte que habían corrido sus familias con el terremoto.

Cuando llegamos a Armenia aterrizamos en el ya bautizado aeropuerto cambuche El Edén y comenzamos a ver los estragos que había dejado el terremoto que nos asoló el lunes 25 de enero de 1999 a la 1:19 minutos de la tarde. Era el 1 de febrero de 1999, ocho días después de haber rugido la Tierra. Abordamos un taxi que nos llevó desde el aeropuerto hasta nuestra casa. El carro cruzó la ciudad de sur a norte, en el recorrido de por si escabroso ante la oscuridad de la noche, se observaban algunas edificaciones derrumbadas, postes y cables de la luz en el suelo que en algunas sitios impedían el paso del vehículo obligándolo a coger una nueva ruta. La energía estaba suspendida y las calles parecían ríos, pues se habían roto algunas de las tuberías de agua potable. No se veía personas, pero si una gran cantidad de pequeños refugios construidos con palos y plásticos negros rojos o de otros colores, que reflejaban en su interior una tenue luz como de vela. Era desolador el paisaje.

Al día siguiente me di cuenta que esos plásticos que estaban extendido eran los famosos cambuches a donde fue a vivir mucha gente que había quedado sin techo. Muchos habitantes salieron hacia otros sitios del país, ante el temor constante de las réplicas del terremoto, la escases de algunos alimentos y de agua potable y de los vándalos que aprovecharon saqueando supermercados y almacenes y que amenazaban con hacer de las suyas en los condominios y barrios, lo que obligo a la militarización de la ciudad y a que las gentes se armaran, muy pocos con armas de fuego, muchos con machetes y garrotes para defender lo suyo. La catástrofe, azotó todo el Eje Cafetero, siendo Armenia la más afectada y con la gran mayoría de muertos y damnificados.

De la mano del gobierno, de la solidaridad de todo el país, pero sobre todo por la tenacidad de nuestros hombres y mujeres logramos salir delante de esta hecatombe natural.

Tenemos que recordar que después del terremoto cogió todo el auge el Parque Nacional del Café se dio luz verde para la creación de Panaca, además de las fincas que se fueron sumando para que el turismo rural se fuera convirtiendo en un gran atractivo para Colombia y el mundo, se crearon otros parques y se abrieron otras fincas hasta convertirnos el departamento con más parques temáticos y pionero del turismo rural.

Ahora estamos ante otra gran tragedia, que parece ser más grave que la causada por la avalancha en Armero que dejó cerca de 28 000 muertos y unos dos mil quinientos damnificados , que la del terremoto de Armenia que dejó cerca de tres mil muertos y más de ciento cincuenta mil damnificados, en esta la del coronavirus, que se está viviendo en todo el país, van cerca de dos mil seiscientos muertos y no sabemos cuántos miles más, pero con el agravante que está causando muchos más miles por no decir millones de damnificados ante las cuarentenas a las que hemos estado sometidos, el gran número de empleos que se han perdido, ante el hambre que se causa no tanto por la escases de alimentos, sino por la falta de recursos para que las familias los pueda adquirir, por la incidencia que en la economía tiene las medidas de emergencia tomadas por el gobierno Nacional. Esto va a ser nefasto porque si hay desempleo habrá hambre y Colombia habrá retrocedido entonces una gran cantidad de años y volverá a ser un país pobre, porque la clase media que estaba surgiendo se ha vuelto a sumergir en la pobreza.

Pero si nos sobrepusimos al terremoto que dejo la ciudad y la región en ruinas en una tragedia jamás imaginada, comencemos a pensar cómo nos vamos a sobreponer como país y como región, a este fenómeno del coronavirus, a esta pandemia, a la cuarentena a la que estamos sometidos. Cómo tenemos que empezar a trabajar para poder superar con todas nuestras energías, con toda sagacidad, esta pandemia que nos la importaron desde China, que viajó en avión y se radicó entre nosotros. Cómo vamos a superar la pandemia de los medios de comunicación, que nos causa pánico. Vamos a vencerla, nosotros, que ya hemos superado la tragedia como lo hicimos con de terremoto, vamos a salir adelante teniendo como base la disciplina.

podemos estar lamentándonos de lo que hacen los demás, cuando nos salen por delante, tenemos que idear fórmulas a las autoridades para poder reactivarnos. Pero con compromiso, cumpliendo las medidas de bioseguridad por todos, y que las autoridades las hagan cumplir, que el tapabocas no sea para unos sino para todos, que ideen fórmulas para controlar el estado de salud de los vendedores ambulantes y de su clientela, ya que no les han podido controlar su locomoción, que se guarden las distancias, que se efectué el lavado de manos, que se tomen la temperatura. Sugerir, si es posible, la abolición del pico y cédula para volver a realizar actividades en pareja, como mercar o hacer otras compras, pero manteniendo los aforos permitidos por la ley, en los establecimientos comerciales como en los vehículos de servicio público, es decir del 35%, permitir el transporte en vehículos particulares hasta su aforo, completo, sugerir fórmulas de aforo para los hoteles urbanos y rurales, en los restaurantes, que se abran los parques pero, todos, siempre cumpliendo con las norma de bioseguridad y las autoridades haciéndolas cumplir, preparándonos para cuando se pueda dar la movilización de turistas, que internamente ya estemos realizando labores piloto.

Tenemos que retomar y mejorar las formas de vida que se tenían antes de esta crisis, porque si va seguir reinando lo virtual, se tendrán que cerrar muchos locales, auditorios y lo más grave dejaríamos perder el calor humano que nos ha caracterizado, y se seguirían perdiendo empleos reemplazados por celulares, computadores, y máquinas. Las escuelas tienen que volver a la normalidad mejorando instalaciones, mobiliarios y equipos; debemos volver a los productos de fabricación nacional y artesanal desde los textiles hasta los agrícolas, de ser creativos para inventar o reinventar las formas que tradicionalmente usábamos para nuestras celebraciones sin dañar la naturaleza, volver a nuestra gastronomía ancestral, al pesebre y no al consumismo exagerado importado de luces de colores extravagantes en las épocas decembrinas que nos ocasionan gastos. Recuperemos la identidad, tómemelos más café, más aguadepanela, más sirope, mas jugos, en fin volvamos a lo nuestro, que nos llegue una vacuna pero no una nueva invasión de los productos de Oriente que derrumban nuestros propios productos.

No podemos sucumbir, levantemos de nuevo la cabeza con disciplina, repito, con nacionalismo y con verraquera. Que está tragedia quede en la historia como la del terremoto que nos obligó a demostrar que somos capaces de salir a delante.

Que no nos dé miedo de crear cervezas artesanales, ni nuevas bebidas de chicha, ni refajos, que se sigan produciendo frutos deshidratados y secos con nuestras frutas, que se consuma la mandarina y la naranja, que el aguacate sea otra vez el manjar que no puede faltar en las ensaladas, el sancocho y en nuestros fríjoles montañeros.

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