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Columnistas  |  21 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Jacobo Giraldo

LUCHA LIBRE

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Jacobo Giraldo

Por Jacobo Giraldo

Algunos consideran a Trump un hombre de acción. No podemos saberlo aún en muchos sentidos.

Recordamos que Trump perturbó nuestra atención cuando entró en un escenario, parecido a la política, del que sabíamos por la televisión. En forma de negocio había dado en llamarse WWE (World Wrestling Entertainment).

Recientemente, lo hemos visto en otro tipo de contiendas, pero antes, como showman, había llenado las noches o tardes de tedio de muchas personas, entre ellas, los espectadores del estrafalario, exagerado y hormonado espectáculo de la lucha libre, en su formato norteamericano.

Y su experiencia allí no fue de paso. El actual presidente puede decir que comparte el salón de la fama (WWE Hall of Fame) con figuras como: André The Giant, Triple H, Abdullah the Butcher , Shawn Michaels, Arnold Schwarzenegger, Snoop Dogg, Mike Tyson. Es sabido que ese Salón está colmado de personajes polémicos, bravucones, musculosos, buscapleitos; una fauna variada, extrema y furiosa.

Para quien no haya visto jamás un espectáculo como del que hablo, le recomiendo ver La Batalla de los Multimillonarios. El perdedor deberá perder su cabellera a manos del vencedor. Allí encontrará al presidente en funciones de los Estados Unidos de América, conocido también por su colorida cabellera, en algunas de sus mejores poses. Cínico, retador, victorioso.

Una muestra del afectado y casi violento histrionismo del que hablo se puede encontrar al final de la pelea. Trump se sobrepone a Vince McMahon cuando el peleador por el que él apostaba, Bobby Lashley, un moreno hipertrofiado, venció al de su rival, el luchador samoano, Umaga.

Con arrogante suficiencia, con la firme convicción que otorgan los contratos contraídos, Trump estruja a McMahon y lo hace rodar por encima de una mesa y luego caer al suelo. Después, se encarga personalmente de raparle el pelo. De modo imprevisible, al final de la lucha, Stone Cold, quien fungía como árbitro de la contienda, le aplica una llave a Trump y lo arroja al suelo. Pero todo seguía siendo parte del libreto.

Quedan atrás esos días de victoria previsible. Ahora podemos ver a Trump fuera de sí mismo, pero, sobre todo, fuera de libreto.

En su juego de declaraciones, nos quería hacer creer que era posible cierta remontada ante Biden, pero no era así. Después de perder, no pudo aceptar la derrota con su estilo extrovertido, al contrario, fue una pequeña manifestación en su cuenta de Twitter.

También se ve que las aspiraciones de Trump de llevar el resultado a los tribunales, o de convencer a los estadounidenses de que ha sido una elección ajustada que ha caído del lado demócrata, gracias a maniobras oscuras, está fuera de libreto, como criticar a John McCain; un héroe republicano que le costó, como era previsible, el electorado de Arizona.

Tal vez de la administración de Trump se recuerde, a pesar del anticarisma político del presidente, de un modo ambiguo por sus logros diplomáticos geoestratégicos en política exterior.

Con el tiempo sabremos si lo de China estuvo bien hecho, o cuál es la real importancia de los acuerdos logrados entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin.

Para algunos, en uno y otro escenario, el presidente es una figura de acción, un héroe; para otros, es un hombre de acción solo en la medida en que puede serlo un payaso.

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