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Columnistas  |  06 diciembre de 2020  |  12:52 AM |  Escrito por: Jacobo Giraldo

ALTAS ESFERAS.

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Jacobo Giraldo

Por Jacobo Giraldo

Una de las entrevistas más divertidas e interesantes que se le hicieron a Borges se puede ver en YouTube, y es en la que le cuentan el siguiente chiste, a propósito de los argentinos: “¿Quiénes, esos italianos que hablan español y que se creen ingleses?”. Borges, que era inglés, a su manera, no tardó en desmarcarse de lo que él considera el “mayor pecado” de Inglaterra: el fútbol.

En la historia hubo muchos juegos de pelota, pero ninguno como este. Ninguno con su virulenta fama. Borges dice del fútbol que es universal porque la estupidez lo es. Nos interesa esta entrevista porque trae, en la voz del maestro, tal vez, la primera referencia al fútbol de que se tiene conocimiento. Está en la escena 4 del Acto 1 de King Lear, aunque Borges la ubica en Hamlet. “You base football player” se le escucha decir peyorativamente a un personaje de la obra, al tiempo que hiere al receptor de su mensaje de un puntapié.

Incluso, hay fuentes que aseguran que el bate mismo, el sacrosanto William, habría jugado al fútbol (Desde luego, sin VAR y otras tantas reglas que hacen parte del fútbol moderno). No sabemos si el pluriforme Shakespeare pudo llevar un solo rayo de su genio al juego de la pelota y los pies (al margen de las teorías sobre la autoría de sus obras. Por ejemplo, no imaginamos a Francis Bacon, primer barón de Verulamium, uno de los posibles autores de la obra de William, en estos menesteres).

El tiempo ha perdido a Shakespeare, a Borges y ha preservado su obra. Del mismo modo, ha traído y se ha robado el fuego del Diego.

Federico García Lorca dice sobre el genio lo siguiente: “Todo hombre, todo artista (…), cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con su duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa”. También: “El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”, dice.

Yo creo que son palabras que sirven para explicar la relación entre la vida y la obra de Maradona, mucho más bailarín que atleta. Su genio combinatorio, dominio total y repentino de todas las figuras de la poética del fútbol: el arranque, el amague, la apilada, el cambio de ritmo, el chanfle, la gambeta corta, la pisadita, (“la llevaba atada”, dicen los muchachos) lo diferencia de todos los demás en el canon del fútbol.

Es pura rapidez y reacción, fuerza y creatividad; un artista del deseo y de sus límites. Lírico, no contemplativo. Se podría decir que el famoso partido contra los ingleses es épico y quién sabe si no será, tal vez, el único partido que se recuerde después de que el fútbol desaparezca. Esta mitología, cuyo centro es D. A. Maradona, podría encontrar parangón con las erigidas en nombre de Pelé en Brasil, o de Cruyff en Países Bajos o Cataluña o, incluso, del mismo Messi, llamado a suceder al Diego. Pero convendrá el lector, o el devoto, que ninguna de las imágenes que logran evocar aquellos es tan poderosa. El canon del fútbol es dominado por Maradona, todo corazón. No obstante, quienes le reprochan sus idas y venidas, no reparan en que Nietzsche dice: “solo se es fecundo cuando se es rico en antítesis” en El ocaso de los ídolos.

Quedará en los registros de todo el mundo que el mismo día en que se apagaba el duende de Diego, a veces, empañado por sus relaciones violentas con mujeres fuera del campo de juego, se conmemoraba la muerte violenta de las hermanas Mirabal, conocido actualmente como El Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, establecido así en el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Bogotá en 1981.

La siguiente frase, extraída del capítulo llamado “De la parte de los crímenes” de la novela 2666 de Roberto Bolaño, expresa un sentimiento muy latinoamericano: “Los griegos inventaron, por decirlo de alguna manera, el mal, vieron el mal que todos llevamos dentro, pero los testimonios o las pruebas de ese mal ya no nos conmueven, nos parecen fútiles, ininteligibles. Lo mismo puede decirse de la locura. Fueron los griegos los que abrieron ese abanico y, sin embargo, ahora ese abanico ya no nos dice nada”. Con admiración leemos a R. Bolaño y deseamos con todas nuestras fuerzas que no sea aún el momento de decir que alguna manifestación de violencia o del mal “no nos dice nada”. Al contrario, pensamos en esa vieja palabra: utopía.

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