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Columnistas  |  04 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

QUINDÍO, TIERRA DE POETAS (QUINTA ENTREGA)

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Julio Alfonso Cáceres nació en Armenia, Quindío, el 20 de octubre de 1916. Realizó estudios de bachillerato, que no concluyó, en el colegio de don Jesús Duque y en el de don José María Ramírez, según lo referenció Jorge Hernando Delgado Cáceres en un especial para La Crónica del Quindío, publicado el 13 de abril de 2015.

Fue un periodista consagrado y de vocación. Esta actividad la comenzó a ejercer como jefe de redacción del semanario Transmisión de la mano de Jesús López Ávila, en el año 1933, cuando Cáceres contaba con escasos 17 años.

Diversos medios escritos de Quindío, Caldas y Valle del Cauca fueron repositorio para sus exquisitos escritos, durante más de 40 años. Entre estos destacamos a los periódicos Diario del Quindío (Armenia), Occidente y Relator (Cali). Así mismo, a las revistas Numen (Calarcá), Cincuentenario (Sevilla, Valle del Cauca) y Atalaya (Manizales).

En 1937, fundó con el poeta Gilberto Agudelo el grupo Atalaya, que publicaba sus escritos literarios en la revista de este último, como lo refirió Vélez Correa en un artículo de la Revista Impronta, en el año 2013.

Como escritor publicó poemas y ensayos en suplementos literarios de la gran prensa y el exterior. El periodista Alberto Manrique dijo sobre el particular: «Cáceres periodista, crítico literario, poeta, es más conocido en el exterior que en su propia patria. Virtud de nuestro ambiente y sus excelsas camarillas».

Sin embargo, su ciudad natal lo coronó, el 6 de octubre de 1962, en la Plaza de Bolívar, durante un acto solemne y grandilocuente que contó con la presencia de Baudilio Montoya (El Rapsoda del Quindío), Adel López Gómez (armenita que es considerada uno de los cuentistas más fecundos del país) y Jorge Zalamea Borda (el poeta del Sueño de las Escalinatas). Por su parte, Calarcá le impuso la medalla «Eduardo Arias Suárez», reconocimiento que recuerda el nombre de un gran escritor que, curiosamente, como Cáceres nación en Armenia (1897) y falleció en Cali (1958).

Publicó los libros: Vértebras (1938), Hélices de angustia (1945), Panoramas del hombre y del estilo (1949), Vaguedad de los días (1963), Canciones para Emma (1955) y La soledad reciente (1972).

Vértebras (1938), su primer libro, está escrito en una fina prosa. Allí aparece una implacable crítica social y se evidencia su inclinación política de izquierda, que después morigeró ante la crueldad de Stalin.

En la “Revisión crítica de la obra de Julio Alfonso Cáceres” de la Universidad del Quindío (Carlos Alberto Castrillón y otros, 2015) se dice sobre su segunda obra “Hélices de Angustia” (poesía, 1945), que “… allí vive el amor —perdido, soñado, alcanzado—, pero sin quiebres en la voz y sin reclamos …” Y se agrega: “… Viven también nombres de mujeres en los que el amor busca refugio. Todo ello en imágenes sugerentes, pero nada enigmáticas, como corresponde al tema del amor, que se dice y se desgrana con todas sus máscaras.”

Sobre su tercera obra, “Panoramas del hombre y del estío” se lee en la solapa del libro: “un singular hálito poético”. “Más que un libro de ensayos es un volumen de prosas bellas, líricas”.

Sobre Vaguedad de los días (1963), publicado en la Imprenta Departamental de Caldas, nos dice Lino Gil Jaramillo que contiene en sus páginas “(…) pequeños cuadros, muchos de ellos preciosas miniaturas, sobre personas, cosas, sitios, sucesos, todo aquello, en fin, que acarrea el río del tiempo y que en ocasiones puede convertirse en obra de arte, no importa su aparente insignificancia, merced al poder de sugestión que logre infundirse en la forma literaria.”

Cáceres fue un lector asiduo que llegó a tener una de las bibliotecas privadas más grandes de Cali, que me hace recordar a la de mi tío Guillermo Mejía Ángel, que cubría todas las paredes de su casa solariega, incluidas las de la cochera. Guillermo también integró esa pléyade de escritores y oradores greco-caldenses. Esa valiosa posesión la pensó donar Julio Alfonso a la ciudad de Cali, donde vivió durante 30 años, pero cuando enfermó gravemente decidió morir en su Armenia del alma. Los libros viajaron con él en el Ferrocarril del Pacífico y retornaron a la capital del Valle, donde falleció meses después. La legendaria biblioteca terminó, después de su deceso, en las estanterías de la Universidad de Caldas.

Un final aún más triste tuvo la biblioteca de mi tío, quien fuera abogado, notario en Cali y mano derecha de Gilberto Alzate Avendaño. Los días siguientes a su muerte, su viuda la vendió por trescientos mil pesos a unos libreros.

Es paradójico, los intelectuales en vida atesoran libros como si fueran pedazos de su alma, pero cuando se marchan de esta estación, los sucesores los ven como un estorbo y buscan alguna forma de zafarse de ellos. Recuerdo que uno de mis maestros, en cada tertulia me decía: esta inmensa biblioteca será suya a mi muerte. Ni fue mía ni de nadie en particular. Tuvo un final como la de mi tío Guillermo.

Pero volviendo a nuestro poeta, Alirio Gallego, en 1989, escribió sobre su obra: “La soledad, la nostalgia, la mujer, el silencio, la pasión en tono de mesurado intimismo, constituyen las temáticas básicas de la poesía de Julio Alfonso Cáceres, el mayor lírico de los poetas de Armenia”.

Además del poemario Hélices de Angustia (1945), ya referido, Cáceres publicó otros dos: Canciones para Emma (1955), que escribió a raíz de la muerte de su primera esposa y La soledad reciente (1972). Estos tres libros de poesía pura sellaron la inspiración de Julio Alfonso Cáceres y lo ubicaron en el privilegiado morrión de los apolónidas.

Julio Alfonso falleció en la Sultana del Valle, en el año de 1980, después de soportar una penosa enfermedad, a los 63 años, cuando aún en su mente bullían ideas, poemas y pensamientos profundos y sentidos.

Tengo el honor y el placer de ser amigo de Julito su nieto y, recientemente, conocer a su hijo Alfonso, dignos sucesores del poeta. Ellos, sin duda, saben expresar sus grandes valores humanos y su sensibilidad hacia el arte y la literatura. Por eso, el mejor mensaje que les puedo expresar es repetir el poema El arpa y la lluvia de ascendiente luminoso:

“La tristeza me viene del lado de la lluvia, / de la lenta neblina que recorta los árboles, / tal vez de la furtiva rapsodia de las hojas / que señalan su otoño al pie de las estatuas.

El amor en mi vida no ha sido una alborada, / siempre un caer de agua ha medido su espacio, / y cuando el día levanta sus banderas de sol, / allá en mi corazón se perfila un ocaso.

He recorrido siempre por tácitos países, / rompiendo noches, derribando estrellas, / para buscar la forma fugaz de la ternura / reflejada en el agua perdida de la ausencia.

Y he sido errante, viajero como el viento, / pasajero inconforme del beso y la sonrisa, / y a cada nuevo lirio crecido junto al alma / una espina reparte su frío y su silicio.

Oh el desierto del tedio, la rencorosa tierra / pisada en mil caminos de locura constante, / y esta urgencia de vinos en el alba apagada / cuando tras la caricia se hace grito el instante.

Y solo, siempre solo como esos puertos viejos, / donde ausentes gaviotas crucifican su vuelo / y algún marino inválido zurce redes y ensueños / mirando el horizonte siempre esquivo a su anhelo.

Por eso esta honda angustia, esta pena sin nombre, / que me invade afanosa como una ola amarga, / y este romper espejos para borrar imágenes / que el corazón inventa con latidos y sangre.

Será por eso triste nuestro amor silencioso, / nuestro amor confundido con caricias y lágrimas; / triste cual esos niños que se quedan dormidos / como rosas marchitas, tirados en la calle.

Oh, amor, signo dorado, girasol rumoroso, / paraíso del canto, norte de la alegría; / por tu mano de seda y tus guitarras hondas, / está llorando ahora mi juventud perdida.”

Esta es otra alta voz que viene de una tierra, donde los guaduales lloran y el amor tiene el aroma del café recién molido.

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