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Columnistas  |  27 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: James Padilla Motoa

EL PERIODISMO QUE YO APRENDÍ

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James Padilla Motoa

Por James Padilla Mottoa

Cuando era muy chico tuve mi primer contacto con lo que me dijeron se llamaba periodismo. Y lo tuve a través de un monzalbete, conocido de la familia, quien muy orgulloso firmaba ya como corresponsal en el prestigioso diario regional El País, de Cali.

Me atrajo mucho lo que hacía por dos razones fundamentales: la primera, porque era ya un joven que trascendía en el ámbito social y cultural de mi pueblo, y, en segundo lugar, porque encontraba en el ejercicio de escribir noticias, la manera de informar y hacer denuncias sobre aquello que vulneraba el orden establecido.

Tiempo después encontré nuevamente aquel allegado a nuestra casa, cuando coincidimos en el bachillerato, aunque él estaba próximo a terminarlo. Alberto Díaz, cómo se llamaba nuestro amigo, hacía parte de un grupo que lideraba el centro literario que tenía como órgano de difusión principal un programa de radio que se transmitía por una de las dos más importantes emisoras que teníamos en la ciudad.

Ya entonces me creí capaz de hacer una emulación de aquellos pichones de periodistas y me fui acercando hasta que fui invitado a participar en sus programas radiales. Allí y con ellos empecé a conocer los primeros lineamientos o, dicho de otra manera, esa especie de decálogo que había que cumplir a rajatabla para poder decir que uno ejercía como periodista. No era el tiempo de las facultades universitarias para aprender periodismo; todos entonces pasábamos a ser empíricos, un vocablo que siempre me ha parecido bastante despectivo y que se usa, mucho más ahora, preferentemente por quienes han tenido la ocasión de obtener un título universitario.

Entre las cosas fundamentales que se enseñaban estaba en primer lugar, la defensa a ultranza de la verdad, sin esguinces de algún tipo, como base fundamental de presentar historias, denuncias, noticias u opiniones.

Me parecía entonces algo elemental, pero con el tiempo comprendí plenamente el hondo significado que ello tienen para llevar honestamente el nombre de periodista.

Han pasado los tiempos y ahora todo ha cambiado en detrimento de aquellas normas que nos enseñaron y que contribuyeron a la construcción de este país; hoy nos encontramos un periodismo que se lanza peligrosamente por los desfiladeros de la obediencia mansa hacia quienes detentan el poder.

Hoy el periodismo colombiano, sobre todo aquel que llamamos el de la gran prensa nacional, se ha entregado a la defensa cerrada de los intereses del régimen. A los viejos periodistas produce estupor lo que diariamente registramos en los principales medios periodísticos de prensa, radio y televisión, en los que no hay una información ni una opinión libres. Como se evidencia en las entrevistas que todos los medios están presentando, supuestamente para hacer cuestionamientos sobre temas vitales en la conducción del gobierno, son sólo publireportajes que engañan fácilmente a la clase popular pero que se pueden desenmascarar fácilmente por quienes hemos tenido la fortuna de trasegar por los fangales de un periodismo honesto y con el ánimo simple de servir a la comunidad. Esos publireportajes nos presentan pseudoperiodistas intentando con preguntas preconcebidas limpiar la imagen maltrecha de quienes, en la cúpula del régimen, a toda hora atentan contra los intereses de los más humildes.

A dónde vamos a parar si el periodismo es en teoría la voz del pueblo; la única manera de denunciar atropellos y prácticas nocivas para la institucionalidad. Cuando el periodismo se silencia o cuando le tuercen los caminos, toda la comunidad queda desamparada; sin voz y sin posibilidades de una verdadera reivindicación.

El poder político ha llegado a cooptar el ejercicio periodístico en tal grado, que lo que tenemos hoy, repito, especialmente en la gran prensa nacional, son amanuenses o simples escribanos para satisfacer las más oscuras ambiciones de los poderosos.

Pero tampoco están libres de culpa los gacetilleros menores, principiantes e hijos de la nueva tecnología; ellos en sus regiones, en sus pequeños ambientes, también, y en muchos casos, hacen uso indebido de lo que ofrecen como producción periodística porque por miserables migajas se han puesto al servicio de la clase politiquera para promocionar nombres y tratar de forjar personajillos que viven hambrientos por echar mano del erario, mediante la obtención del favor de los votantes.

Señores, ¿a dónde iremos a parar con un periodismo nacional que contradice plenamente lo que se predica en las aulas y que fue antes condición absoluta para poder aparecer en una tribuna? Y… ¿con el más cercano, que en gran mayoría, implora porque llegue la época preelectoral para comenzar a negociar sus importantes servicios?

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