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Columnistas  |  19 febrero de 2018  |  12:18 AM |  Escrito por: Ramon Manrique-Boeppler

Crónicas de Artes, Culinaria y Fútbol

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Ramon Manrique-Boeppler

Lo simbólico no es una expresión sacada del exuberante lenguaje del planeta llamado Fútbol, el mismo deporte espectáculo que los gringos llaman Soccer, que se pronuncia Sóker. Lo curioso es que esos tipos llaman –de manera equívoca- fútbol -football=balompié- a la práctica que consiste en pasarse el balón con la mano (¿?).

Yo, ferviente admirador del fútbol desde que tengo memoria, tengo también muy entendido que una de las primeras reglas arbitrales que se aplican de manera drástica, con tarjetas amarillas y rojas en el planeta Tierra, es justamente la de ser tan pelota de tocar la ídem con las manos.

Claro, hay contadas excepciones, brotadas de la genialidad: por ejemplo, la llamada “mano de Dios” que se anticipó a la cabeza de Diego Maradona, de la Selección Argentina, para meter un gol de antología a la Selección Inglesa. Lo lindo de este cuento es que, luego de las justificadas protestas de los jugadores ingleses, rodeando respetuosamente al árbitro, limitando sus madrazos al nivel de pensamientos, el entrenador inglés les hizo señas (un gesto simbólico) de esperar hasta el final del partido, porque había tiempo para empatar. Pero sucedió otra inesperada genialidad: apenas unos minutos después, Maradona arrancó a correr con el balón a sus pies, desde la mitad de la cancha, dribló a los diez jugadores ingleses que se interpusieron en su veloz entrada, me parece que hasta incluyendo jugadores suplentes que quisieron evitar la hecatombe, y metió un señor golazo al portero. Los ingleses quedaron mudos, estáticos, y el entrenador hizo nuevas señas. El gesto simbólico de: “nos jodimos, no hay nada que podamos hacer contra ese monstruo”. Al final del partido, fueron los jugadores ingleses quienes felicitaron con mayor alegría y admiración a Don Diego de Argentina.

Otro ejemplo, producto de la originalidad creativa que caracteriza a los seres humanos que perseveran y perseveran en una determinada actividad, en búsqueda de la excelencia y de dar lo mejor de sí mismos para brindar ejemplo y regocijo a sus semejantes, por lo cual –de manera sorpresiva- se salen de los libretos y acartonamientos preestablecidos, lo encarnó el llamado “Alacrán” de René Higuita, jugando la Selección Colombia –curiosamente- contra la inglesa, en el templo llamado Wembley. Todos los aficionados al fútbol en el mundo, recordamos la manera en que se levanta para quedar con su cuerpo horizontal, bocabajo, y rechazar el balón con los talones. Lo interesante es que Higuita jamás, que yo sepa, tomó lecciones de arte para su acción original, ni afirma que es un artista, desde entonces. Ya retirado como jugador, es el Entrenador de Arqueros de la Selección que orienta Néstor Péckerman.

Vuelvo aquí a lo que dije al principio, de que lo simbólico no es una expresión sacada del lenguaje futbolístico, aunque en el fútbol haya muchos gestos y actos relacionados con el simbolismo. Lo dije porque hay muchas personas que, no sabiendo mucho del deporte, piensan que los entrenadores –a los comienzos de cada período de 45 minutos- hacen una rueda humana con sus jugadores, para dar la instrucción de dejar “simbólicos” a los jugadores rivales.

Lo anterior lo escribo como un preludio, para bosquejar con palabras lo que viene ocurriendo en materia de arte urbano, o arte en los espacios públicos de la ciudad de Armenia, donde lo único que puedo afirmar es el característico trato amable y culto de sus gentes, trabajadoras, honradas en su inmensa mayoría y, sobre todo, de brazos abiertos para quienes somos y pensamos distinto, y vinimos para encontrar que este exuberante paraíso es una verdad terrenal, que se disfruta cada día, desde la madrugada hasta la noche, que no se trata de uno de esos costosos y engañosos paraísos artificiales que se ofrecen en catálogos y agencias de viaje.

Me refiero al asunto, de la mano de un breve recorrido.

El trabajo de arte más importante que tiene la ciudad es el Monumento al Esfuerzo, que simboliza toda la epopeya que hoy se resume en la palabra Quindío, obra del gran maestro de la escultura en Colombia, Rodrigo Arenas Betancur. Requirió del tiempo, recursos y dedicación de dos gobiernos, en lo nacional y departamental. Sin embargo, el monumento debería hoy llamarse Monumento al Olvido, pues su bronce, opacado por el orín metálico, desde arriba hasta la base, solamente recibe las piadosas y acumuladas defecaciones de las palomas. Y, como las palmas y árboles han crecido hasta el punto en que sus follajes ahogan la luz del alumbrado público en las noches, el monumento cambia de nombre, según me dijo un anciano, el único que encontré a las diez de la noche en la plaza  Bolívar: se llama la Estatua Fantasma, me dijo, con tristeza. Este hecho contrasta de manera radical con el Bolívar Desnudo de Pereira, del mismo artista, cuyo bronce reluce en su color original, debido a que le hacen aseo cada semana.

Qué decir de la obra del maestro Ómar Rayo, en la rotonda de la avenida Centenario. ¡Qué pifia! ¿Por qué no le preguntaron al respecto a Miguel González, curador del Museo Rayo, quien hasta de gratis habría venido para que la ciudad de Armenia pudiese disfrutar de una obra de arte montada con propiedad?

Solamente haré dos observaciones: la obra quedó montada en unas bases de miserable tacañería de altura. No está a la altura que merece, por sus bellos contornos. Quedó enana. Como si fuera poco, al parecer contrataron alguien muy imaginativo pero lejos de ser experto en su iluminación en las noches:¡cambia de colores, como los de discoteca! Eso sí, debo admitirlo: en este aspecto es toda una originalidad, a nivel mundial. Creo que varias revistas de arte, internacionales, le están haciendo reportaje al asunto. Además, tanto en ésta como en donde se halla ubicada La Casa Quindiana, del maestro Duván López, que son rotondas o glorietas, se omitieron gradas o rampas de acceso desde y hacia la calle, para que los ciudadanos locales y visitantes puedan tomar fotografías y mostrar –orgullosos- que estuvieron en las esculturas de Armenia, como sucede en cualquier ciudad civilizada de Colombia y el mundo. ¿O estoy diciendo idioteces?

Creo que quienes se equivocan, por lo general lo hacen comprometidos en hacer de buena fe lo mejor que pueden. Esto se aplica –con más rigor- para quienes criticamos. También, es válida la opción –muy simbólica- de buscar nuevos asesores en materia de cultura, como el senador Bedoya**

* Artista

Armenia, 16 de febrero de 2018

 

**https://www.elespectador.com/noticias/judicial/quien-julian-bedoya-el-congresista-de-los-escandalos-articulo-547866

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